Dos años de parálisis judicial del ‘caso Boaventura’: el sociólogo que denunció el patriarcado acusado de abusos por 13 mujeres
Cuatro investigadoras relatan los acosos que sufrieron en el centro que dirigió en Coimbra. Ni la investigación de la Fiscalía ni la demanda del científico en defensa de su honor avanzan en los tribunales


Hace dos años la imagen del sociólogo portugués que denunció el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado en más de 40 libros se derrumbó. Boaventura de Sousa Santos (Coimbra, 84 años), profesor en la Universidad de Wisconsin-Madison y fundador del Foro Social Mundial, fue acusado de cometer abusos en el Centro de Estudios Sociales (CES), que dirigió cuatro décadas. El escándalo comenzó con un artículo científico en abril de 2023 y creció hasta la formación de un colectivo internacional con 13 víctimas.
Una comisión independiente constató “patrones de conducta de abuso de poder y acoso por parte de algunas personas en posiciones superiores”. La Fiscalía investiga si hubo delitos, aunque han archivado los de naturaleza sexual, como los relatados por Moira Millán e Isabel Gonçalves, porque nadie denunció dentro del plazo legal (seis meses). Tres mujeres acusaron de agresiones sexuales al profesor Bruno Sena Martins, que este año abandonó el CES tras nuevos testimonios en su contra en el Diário de Notícias. En paralelo, en Coimbra sigue paralizado el proceso por la demanda en defensa de su honor, interpuesta por el catedrático de Sociología contra cuatro mujeres, porque falló la grabación de varios testimonios.
En noviembre Boaventura de Sousa abandonó la institución que fundó en 1978 y donde desarrolló las epistemologías del sur, que reivindicaban el conocimiento de sociedades que han estado en la periferia geográfica e histórica. “Había dos CES. Uno creado como lugar de pluralismo científico. Y otro, con una cultura que siempre rechacé de hacer ciencia desde la fidelidad a cierto principio teórico”, distingue José Reis, catedrático de Economía y fundador del centro. Esto generó, en su opinión, “un culto a la personalidad” y “relaciones de subordinación” con dos agentes. “Uno es Boaventura, que impone su posición, y otro son el gran número de personas que vienen para estar cerca de él, que buscan beneficios científicos y que tal vez no tendrían una carrera sin esa subordinación”.
Al sociólogo le gustaba dinamitar el formalismo de una universidad con ocho siglos de historia. Participaba en cenas donde bailaba y cantaba con alumnos. A la sevillana Cristina del Villar Toribio, que llegó en 2019, le sorprendieron tanto “los chistes machistas” en sus clases como la atmósfera informal. “Muchas alumnas se habían enrollado con el coordinador de Derechos Humanos, Bruno Sena, que hablaba de la monogamia como colonialismo. Era un ambiente muy raro, ellos vendieron muy bien aquel discurso contra la universidad estirada y creaban una dinámica que parecía graciosa”. “Por aquí han pasado decenas de mujeres que intentaron acostarse con uno o con otro, pero el problema es lo que ha pasado con las mujeres que no querían hacerlo”, distingue.
EL PAÍS entrevistó a cuatro investigadoras que acusan a Boaventura de Sousa de abuso de poder, extractivismo, acoso moral y sexual. El sociólogo las niega todas. “No rechazo que haya podido haber irregularidades, pero yo no las cometí”, afirma en declaraciones a este diario.
Sara Araújo (Leiria, Portugal, 46 años). Colaboradora cercana del sociólogo. Coordinó su proyecto estrella Alice (más de dos millones de euros de financiación europea) y escribió con él Descolonizando el constitucionalismo. Más allá de promesas falsas o imposibles (Akal, 2021). Sentía “pavor” ante las reuniones, se sentía tratada de “irrelevante” en su trabajo. Un día viajó desde Coimbra a Oñate (Gipuzkoa) para llevarle una medicación olvidada. “Siempre le admiré. Ese es mi problema. Eran infernales las situaciones donde me rebajaba y me impedía contraargumentar, era normal llorar en sus equipos. También pensaba que su trabajo era tan importante para la sociedad que cualquier violencia que yo sufriese era el precio que debía pagar”, relata en su piso de Coimbra. “Pasé la vida en guerra y solo descubrí eso en terapia”, añade.
Sara Araújo, que se especializó en sociología del derecho, se vinculó al CES hace dos décadas. A menudo, con una relación precaria. Cuando Boaventura de Sousa la invitó a trabajar como asistente de investigación, se sintió entre los elegidos. “Pero estábamos para servir sus intereses”, recuerda.
En 2011 entra en el Proyecto Alice. “Sabía que mi vida iba a ser un infierno, pero creía en el proyecto. Pronto surjen problemas, me pide que haga trabajo para él que no forma parte de mis ocupaciones, me nombra coordinadora ejecutiva con más de cien investigadores. Me llama a espaldas de la otra coordinadora, Élida Lauris. Nos enfrenta, nos compara, Élida imploraba para acabar su doctorado y él no le dejaba, es como si fuese dueño de nuestras vidas. Hay un nivel de tortura psicológica que va más lejos de lo que ocurre en un trabajo”.
El acoso que describe es sobre todo laboral y moral, aunque también le acusa de haberle dicho, tras una discusión, que la tensión entre ellos obedecía a que era “la única mujer con la que tengo una relación tan cercana sin que tenga una dimensión sexual”. La investigadora dice que su jefe rechazó su proyecto para un libro sobre derecho y epistemologías del sur en 2015 que finalmente publicaría él en 2023. “Nadie cuestiona su mérito intelectual, pero sí que no hizo solo las cosas que hizo. Es obvio que el libro que publica no es el mío, pero también es obvio que me vació y se apropió de mis ideas”, sostiene.
El periodo más crudo fue entre 2016 y 2019 al sumar dos proyectos. “Pasaba noches sin dormir, trabajando de lunes a domingo para no fallar plazos de Bruselas. Mi desobediencia aumenta, usa técnicas del patriarcado para anular a las mujeres. Me sentía como una víctima de violencia doméstica, siempre esperando que algo ocurra para no pensar que ha desperdiciado la vida”.
En 2019 Araújo comienza a alejarse. Da clases en la Facultad de Economía. “Tras 20 años de ambiente tóxico, descubro el privilegio de entrar en el aula como un lugar seguro”. El libro con el capítulo del acoso se publica en 2023. “Muestra que Boaventura no era un caso aislado y que creó una escuela de abusadores”, indica.
La Fiscalía no la ha citado para declarar sobre los abusos, pero sí está pendiente de comparecer en el juzgado por la demanda civil contra ella presentada por su antiguo jefe. “Siento que me acosa igual que antes. Mi vida sigue siendo responder a la violencia de Boaventura”.
Élida Lauris (Bahía, Brasil, 44 años). Tras licenciarse en Derecho, llegó al CES en 2005 con una beca para la tesis, que fue relegando por otras exigencias de Boaventura de Sousa. “Si yo fuera hombre portugués, no habría pasado por la explotación laboral que pasé. Mi soledad y el hecho de ser pobre y proceder de un país pobre condiciona mi capacidad de decir no y me convierte en rehén”, explica por teléfono desde Brasil.
En su relato se citan “humillaciones” en reuniones y su fichaje forzoso para el Proyecto Alice a cambio de un pequeño complemento. “Le pregunté si tenía opción para negarme y me dijo que no. Hice gestión financiera, administrativa, redes y organización de eventos con la beca de mi tesis. Boaventura me debe como mínimo 50.000 euros de un año de gestión. Sufría un abuso de poder, obligada a realizar un trabajo que no quería. Yo ya tenía una deuda con la financiadora en Brasil y si no terminaba, pasaría a tener dos deudas. No sabía que hacer, tenía miedo a lo que dijera de mí en Brasil. Estaba desesperada”.
Ni siquiera le resultó fácil salir tras acabar la tesis. Lauris sentía que no tenía libertad. “Boaventura es capaz de humillar a todo el mundo, pero su acoso a las mujeres incluía el control del tiempo y la autonomía. Llegué a pensar que era como entrar en la mafia y que no saldría nunca”.
Solo en 2015 obtiene el beneplácito para irse. “Tuve un ataque de llanto, le dije que no aguantaba más. Y ahí conseguí autorización para irme, imagine, pedir autorización para regresar a mi país”. Poco después, según la investigadora, ocurre una escena de acoso sexual en un hotel. “Me sugiere que podríamos tener una relación especial. Pone la mano sobre mi pierna. Me dice: ‘Cuando miro su cuerpo, cuando miro sus piernas, yo nunca hice nada porque está casada’. Ahí pensé que había llegado al fondo del pozo. A mí me preocupaba la ética, el trabajo, el compromiso político, mientras que Boaventura me veía como un par de piernas. En aquel momento me asombró la discrepancia entre lo que yo creía que era y como era vista por él. Subí a mi habitación, él vino detrás y ahí fui consciente de que era acoso sexual porque me pregunté qué haría si me agarraba en el pasillo y decidí que no lo consentiría, que tendríamos una pelea y un escándalo. Al llegar a mi habitación, me llamó, él estaba muy cerca y me dijo: “Mañana puedo decir a todo el mundo que no regresa a Brasil”. Yo estaba tan derrotada que le dije que dijera lo que quisiera“.
Tras ese episodio, abandonó el CES. “Reconstruí mi vida en Brasil con una maleta”. No recogió sus cosas en Portugal, desistió del sueño de ser profesora universitaria. Cambió de carrera, estuvo en el paro, vivió con amigos, hizo terapia. Se volvió activista de derechos humanos. Decidió no publicar su tesis porque no quería “nada escrito con aquel hombre”. Asegura que conserva en su ordenador un libro [Por uma revoluçao democrática da justiça] que demuestra “el extractivismo” que sufrió.

Teresa Cunha (Huambo, Angola, 65 años). Investigadora del CES desde 2011 y gran activista del movimiento feminista. Esa duplicidad despierta el interés de Boaventura de Sousa Santos, que se convierte en el orientador principal de su doctorado sobre mujeres de Mozambique y Timor Oriental. Cuando la defendió en el tribunal y recibió la mejor nota, Cunha describe un momento Luis Rubiales. “Me agarró el rostro y me plantó un beso en la boca. Fue un momento muy desagradable al que no le di la debida atención”, cuenta durante una entrevista en Coimbra.
Aunque Cunha pasa en Mozambique mucho tiempo, percibe episodios “de arrogancia y autoritarismo”. “Aquella figura que yo admiraba se va deshaciendo y convirtiendo en un monstruo”, recuerda. Las reuniones son un calvario. “Me rebajaba, decía que no era leal, que no lo citaba lo suficiente, que era impertinente al contrariarle y una feminista radical sin noción del trabajo en equipo”.
Ella organizó la escuela feminista del CES en 2019, tras las pintadas que habían aparecido contra el director. “Nos impone su asistencia. Su presencia causa tensión, pero no se decía que no a Boaventura”, relata. Teresa Cunha, que presidió varios años la ONG internacional Youth Action for Peace, se considera víctima de acoso laboral, moral y extractivismo. “Es un hombre narcisista que construye una escuela que perpetúa el abuso de poder”, afirma. La profesora asegura que todavía es capaz de imponer un clima de miedo pese a estar ya fuera del CES. “Después de las audiencias en el juzgado, los colegas nos mandan mensajes de ánimo, pero nunca salen en público. No se está haciendo nada por cambiar ese clima y esa estructura de poder”, lamenta.
Eva García Chueca (Agramunt, Lleida, 44 años). Distingue dos Boaventuras. El que conoció entre 2007 y 2011 cuando comenzó a colaborar con él desde Barcelona. “Era amable, inteligente, dialogante y respetuoso”. Esa conexión hizo que García Chueca, jurista especializada en derechos humanos, se plantease hacer el doctorado bajo su tutela. Cuando el sociólogo la invita a sumarse al Proyecto Alice, conoce otra cara: “Los derechos laborales estaban en entredicho porque la frontera entre la vida académica y la privada no existe para él”.
Relata una dinámica de “microabusos”. Faltaba dirección en el proyecto y sobraban malas formas. “La ausencia de directrices respecto a sus encargos provocaba que nuestros textos no encajaran con lo que quería. Cuando se enfada y se pone nervioso, grita de forma violenta y, teniendo en cuenta la asimetría de poder, la única opción era callarse”. Eva García Chueca asegura que había “un ambiente tóxico” y de “competitividad”.
Observa situaciones de “acoso laboral, moral y académico” hacia otras personas. También en el ámbito sexual. “A mí me daba besos muy húmedos para saludar cerca de la comisura de los labios. Un asco muy grande porque me lleva 40 años”. García Chueca cita el caso de la brasileña Isabella Gonçalves. “Le daba besos y abrazos muy largos. A mí eso me hizo saltar las alarmas”.
Eva García Chueca ha dejado de citarle en sus clases y, al igual que Élida Lauris, ha renunciado a publicar su tesis, tan vinculada al pensamiento del portugués. “Es muy difícil tener su producción literaria con una agenda internacional tan cargada como la suya. Para ser ese académico brillante, ha ejercido prácticas extractivistas”. Cree que haber conservado un pie en Barcelona, la protegió frente a mayores abusos. “Es como que yo he podido tocar la punta del iceberg, pero sé que ese iceberg está ahí debajo”.
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