Los secretos de las piedras preciosas: el ámbar se pescaba y la amatista nació del vino de Dioniso
Óscar Martínez explora la fascinación que las gemas han ejercido a lo largo de los siglos y su reflejo en la historia y en la cultura en el libro ‘El jardín mineral’


Según los lapidarios medievales, el rubí estimulaba el ardor sexual y vigorizaba la mente; el diamante se convirtió en la piedra por excelencia de los anillos de compromiso después de que Maximiliano I le regalara uno así a María de Borgoña para sellar su enlace, allá en 1477; la amatista toma su nombre de Amethyste, una joven que pidió ayuda a Artemisa para huir del acoso de Dioniso y mantener su pureza y acabó transformada en una piedra preciosa, sobre la que el dios derramó su vino... Historia, supersticiones y mitos se mezclan a la hora de explicar la fascinación que joyas y piedras preciosas han generado a lo largo de los siglos, y Óscar Martínez (Valencia, 48 años) las entrelaza en el ensayo El jardín mineral (Siruela). Este profesor de la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Valencia comenzó a coleccionar minerales de niño, precisamente con una amatista, sin saber aún que los griegos las relacionaban con la sobriedad y por eso tallaban vasos con estas piedras bajo la promesa de que podrían beber sin emborracharse.
¿De dónde surge esa atracción ancestral por las gemas? “Hay tres factores que lo explican”, argumenta Martínez, “la escasez, que otorga un carácter de lujo y riqueza; el brillo y el color. Si se piensa bien, no hay tantos objetos y materiales que reúnan estas tres cosas. Y las piedras preciosas las tienen”. Añade que algunas frutas también condensaron esos valores pero, a diferencia de las piedras, eran efímeras: “Las piñas, cuando empezaron a llegar a Europa, no se comían, se ponían de centro de mesa porque eran un símbolo de lujo; en el cuadro del matrimonio Arnolfini [Jan van Eyck, 1434] hay unas mandarinas, que eran brillantes, de color y exclusivas. Pero la fruta es perecedera, y la piedra preciosa es eterna”. Pese a eso, las gemas han experimentado vaivenes a lo largo de la historia: “Las esmeraldas eran muy exclusivas, pero eso cambió a partir de 1500, cuando las de Colombia inundaron el mundo, y algo similar ocurrió en el siglo XIX con los diamantes, cuando se encuentran los depósitos de kimberlita en Sudáfrica”.

Los destellos de piedras y joyas han sido plasmados en cuadros de palacios y museos, alumbrado universos de ficción o dado origen a joyas habitables como la desaparecida (y recreada) Cámara de Ámbar. También se les han otorgado propiedades y maldiciones asociados a su color o la suerte que han corrido sus propietarios. El escritor explora lo que esconden esmeraldas, ágatas, zafiros, amatistas, rubíes y diamantes, pero también las historias tras el coral, el ámbar o las perlas. Cuenta que el ámbar —esa resina fósil que bautizó una ruta comercial del Báltico al Mediterráneo en tiempos prehistóricos— no se excavaba, se pescaba, porque su densidad hacía que flotara.
“Son historias que sorprenden y maravillan”, enfatiza, “alrededor de la perla, el ámbar o el coral hay mucha simbología, porque el ser humano no comprendía cómo estaban hechas esas sustancias. Las perlas, desde el punto de vista biológico, son una respuesta de defensa ante un agente externo, pero tienen una forma esférica, que habla de perfección, y eso les da un significado simbólico extraordinario”. En muchos cuadros renacentistas, como en el de Leonor Álvarez de Toledo conservado en los Ufizzi, su profusión refleja la fecundidad de la retratada. “Y parte de su fama viene de que no se pueden retallar. La Peregrina [perla con nombre propio que poseyó Elizabeth Taylor y en sus orígenes, en el siglo XVI, formó parte del Joyel Rico de los Austrias junto al diamante El Estanque] siempre se va a identificar, pero El Estanque se perdió en la guerra contra Francia y acabó dividido en cinco diamantes, retallado”, señala. De ahí las vicisitudes e historias novelescas protagonizadas por joyas y gemas, desde tiempos remotos al reciente y sonadísimo golpe en el Louvre. “Robar un cuadro no interesó nunca”, subraya Martínez, “se robaban mejor joyas y coronas, porque se desmontaban las gemas, se retallaban y se fundía el metal”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma











































