¿Nostalgia de qué?

Nostalgia de un mundo sin redes sociales donde solo existía un discurso dominante monopolizado por viejos poderes económicos e intelectuales, sin ruido, sin hueco para las voces disonantes y minoritarias. Nostalgia de un mundo donde una mujer como la de nuestra portada, que tan solo con su acento irlandés se sentía rechazada en Londres, no habría podido ser una estrella internacional (Nicola Coughlan, pág. 64). Nostalgia de un tiempo en que jóvenes diseñadores alternativos no tenían la oportunidad de autogestionar sus negocios para crear una red viable de producción y distribución (pág. 58).
Nostalgia de un imperio zarista transnacional de viejos valores absolutistas. Nostalgia de los años en que una mujer hija de inmigrantes filipinos no entraba en los cánones que debía cumplir la protagonista de una película dando la réplica a uno de los más importantes actores españoles y mucho menos ser la imagen de una gran marca de belleza (Alexandra Masangkay, pág. 87).
Nostalgia de un tiempo en que era impensable que tres artistas españolas coincidieran en la Bienal de Venecia (Bea Espejo, Teresa Solar y June Crespo, pág. 108). Nostalgia de los años 2000: de la cultura del pelotazo a la destrucción de Britney, Lindsay y Paris delante de nosotros con sus pantalones de talle bajo que ahora vuelven y compraremos sin pensar qué representan. Nostalgia de una época en la que una cantante independiente, alternativa y provocadora no habría llegado al éxito (Luna Ki, pág. 82). Nostalgia de un pasado en el que una joven de 34 años y sus dos compañeras no hubieran logrado recaudar dos millones de euros de financiación para crear un club de mujeres (Juno House, pág. 101).
Nostalgia de series y películas de ficción en las que la fidelidad a la realidad es tan minuciosa que no había representación de colectivos minoritarios (gracias por cambiar esto, Shonda Rhimes). Nostalgia del supuesto pueblo feliz, pero del que las familias tuvieron que marcharse para sobrevivir. Nostalgia de los viejos y duros colegios de curas, de las tertulias masculinas de los cafés, de las ciudades industriales y sus altos hornos y su trabajo precario y sus looks ochenteros y su paro.
En un momento en que la nostalgia es un motor económico y emocional, un motor de la moda y un motor de las guerras culturales digitales debemos preguntarnos quién siente nostalgia, pero sobre todo: ¿Nostalgia de qué?

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