Un cuento de verano: ‘La superficie’, por Esther L. Calderón
Nadar entre tiburones ayuda a descubrir el ‘unheimlich’ de una parejita en la costa vasca

Hace cuarenta y cinco minutos que salimos del puerto de Bermeo, estamos a punto de llegar. En la lancha fueraborda vamos Ismael, mi novia, un buceador mudo del que nadie nos ha dicho su nombre y yo. Lo miro todo como si no fuese en esta embarcación, una especie de inflable sofisticado en medio de alta mar. El mudo agarra el volante como si la vida nos fuera en ello –puede que así sea-. Llega una bruma de extrañeza. Un resol molesto. El oleaje se va picando, traqueteo, gasoil. Las nubes cargan el cielo.
Ismael se agarra al parabrisas de proa y coloca su mano dramáticamente en la frente, por encima de las gafas Oakley.
-Llamadme Ismael – digo con solemnidad.
Él se da la vuelta, sin entender.
-Ya casi estamos – dice.
Mi novia sonríe y niega con la cabeza. Sé lo que está pensando: ya estás con referencias literarias que nadie entiende. Me encojo de hombros y nos reímos. Cada vez está más pálida: lleva mareada y muerta de miedo desde que salimos. Tiene razón, hay imágenes del mundo que se me repiten y forman parte del día a día de un modo potentísimo, pero casi unilateral. Imágenes que abren puertas de sentido. Pero que en realidad acaban alejándome de los otros.
-Habrá tormenta, ¿seguro que queréis hacerlo hoy? – dice Ismael. Ella me mira, quiere dejarlo para otro día.
-Sí, seguro – respondo.
Llevamos cuatro años juntas. En cuatro años da tiempo a conocer mucho a alguien y a no conocerlo en absoluto. Nos presentaron unos amigos en Madrid. Yo empezaba un doctorado sobre el término unheimlich. Ella acababa otro en física.
-¿Y qué es eso del unheimlich? – preguntó al final de la noche.
Le expliqué en su portal que era un término de Freud que equivalía a lo familiar, a lo íntimo, a lo amable, pero cuando se volvía extraño, inquietante, impenetrable. Lo que llamamos siniestro pero que no es otra cosa que algo en lo familiar que debía haberse quedado oculto.
-¿Oculto u ocultado? – preguntó.
Y así fue como me enamoré de ella.
-Es todo junto, un juego de dos opuestos que crean una tercera cosa. Cuando lo familiar, eso íntimo y amable, se convierte sin avisar en lo monstruoso. ¿No te ha pasado nunca? Esa experiencia es tremendamente inquietante para quien la vive: no hay vuelta atrás. No se puede restaurar un espejo sin que se note que se rompió.
Estamos en este punto perdido de la costa vasca por mi culpa. Le pedí que me acompañase. Hace dos meses me empeñé en que debía nadar entre tiburones. Tuve una revelación. Así ha funcionado todo en mi vida: primero tengo un deseo irrefrenable de algo, como estudiar una palabra o nadar con un tiburón -quizá hasta sea lo mismo-, y luego entiendo por qué.
Esta fuerza irrefrenable me ha llevado a descubrir que este es el único lugar de toda España donde puedes hacerlo, e Ismael el único buceador que sabe llevarte. Él también creyó en su intuición y, aunque todos le decían que no existía este lugar, que el Cantábrico no eran las Galápagos, se pasó meses buceando solo hasta encontrarlo. Ahora dedica su vida a enseñárselo a los pocos hombres y mujeres para los que entiende que es importante: digamos que es un gurú de pulsiones ocultas.
-Son tiburones azules de metro y medio, aunque hay recién nacidos que miden la mitad y, otros, el doble- dice. Habla poco y seco. No anda con líos-. Aquí no hay ni tiburones blancos ni tigres como en Sudáfrica.
-Es seguro, ¿verdad? – pregunta de nuevo mi novia.
-No se alimentan de humanos, pero siempre puede haber accidentes.
-¿Accidentes?
-Mordiscos.
-No me dejas muy tranquila -dice, y me mira.
-Si hay algún problema o aparece un marrajo, que es un tiburón más impredecible, os saco fuera. Pero, vaya, que les molestas tú más a ellos.
El mudo para el motor. Todos menos él nos ponemos las gafas y el tubo, no hay bombonas. También las aletas. Llevamos el neopreno desde puerto: focas torpes perdiendo el equilibrio con el bamboleo, cada vez más intenso. Comienza a llover. Ismael hace un gesto al mudo con la barbilla para que eche el ancla y la comida por la proa. La lancha mide ocho metros, nosotros bajaremos por el otro extremo. Primero Ismael, sin chapoteos, y luego nosotras.
-No es que por un lado esté lo familiar y por otro lo monstruoso, es que lo familiar se transforma en monstruoso – pienso de pronto.
Ismael señala al primer tiburón azul a los pocos minutos. Abro mucho los ojos. Es elegante y ágil. Nos mantenemos a varios metros. Mi novia un poco más atrás.
Ismael señala a la derecha, vienen dos más de metro y pico y una cría: vamos a tener suerte.
Estamos en otra dimensión. Veo nadar a mi novia hacia la lancha, sin decir nada. Aparece otro tiburón más. Ismael va a ver qué le ha pasado. No sé qué vine a hacer aquí, pero no está sucediendo. Ismael dice que mi novia no se encuentra bien. Me pregunta si quiero subir también. Respondo que no. Saca el pulgar y vuelve otra vez a la lancha para asegurarse de que ella ha trepado sin problemas por la escalerilla. Puedo ver las sombras de los tiburones pasando por debajo de mis aletas cuando me quedo sola. Me acerco más. Son preciosas.
-Tenemos que estar por encima de ellos, por debajo somos una amenaza - repito para dentro, recordando una frase de Ismael.
Seguimos buceando un rato más a pesar de que Ismael me dice al volver que mi novia ha vomitado. Me pregunta otra vez si quiero subir y vuelvo a negarme. Se ha quedado con el mudo. Los tiburones se van acostumbrando a nuestra presencia, el mar arriba cada vez está más picado. Cuando estamos a punto de subir, aún nos quedamos un rato más: un marrajo de unos tres metros se dirige hacia nosotros, de frente. Los tiburones azules huyen con elegancia. No sé calcular en el agua, pero está a menos de cuatro metros seguro. Sigue acercándose. Me quedo congelada. No puedo moverme. Miro sus dientes desvencijados, una cicatriz junto a la boca, los ojos diciendo algo: ¿qué dices? -pienso-. Ismael se queda mi lado, sin moverse demasiado para no asustarle. O para no asustarme. Hace un gesto de calma con la mano y luego vuelvo a mirar al marrajo: vamos, dime, qué es lo que he venido a oír – le pido-. Vamos, es el momento, ¿qué es?. Todo parece que va a suceder, pero el marrajo gira decenas de metros en un segundo hasta desaparecer rapidísimo en el azul oscuro de la mar.
Ismael hace un gesto con su reloj. Se acabó. Ruego esperar un poco más. Señala el cronómetro, llevamos ya tres horas. Una vez en la lancha apenas oigo nada. Vengo de un lugar muy lejano. Ismael habla mucho con el mudo, pero no le oigo bien. Gesticula, abre los brazos explicando tamaños y giros, recoge el ancla. Se pasa la mano por el pelo hacia atrás, está exultante; sigue hablando, está feliz. Llueve. Parece que la experiencia con el marrajo ha sido algo fuera de lo normal. Que no le había pasado nunca. Que ha estado muy cerca, mucho. Mi novia vomita. Está blanca.
-Tenemos que irnos – dice mirándola el mudo, que no había dicho una palabra hasta entonces.
Le pongo la mano en la espalda de un modo automático. Mierda, no ha pasado nada de lo que he venido a buscar – pienso.
Arcada de nuevo. Ya no echa nada. Cuando me giro a mirarla, me clava los ojos. Niega con la cabeza, seria, y aprieta los labios: sé lo que está pensando. Una lágrima cae como un tiburón hasta su barbilla. Me levanto molesta, tiene razón. Me levanto y me siento junto a Ismael, que no entiende por qué. Ella vuelve a tener otra arcada, sola. Ismael me mira, esperando que vaya a consolarla. Es un segundo, pero sucede: veo mi rostro reflejado en sus gafas Oakley, lo veo y se desdibuja por completo hasta convertirse en una masa amorfa, mi nariz no es mía, los pómulos se agrandan y en los ojos palpita una criatura extraña que me es muy familiar; contiene, en lo profundo, todo lo monstruoso que no es de nadie más que de uno.
*Esther L. Calderón (Santander, 1981) es periodista y ha participado en varios libros de relatos cortos. Tras pasar por la Agencia efe y El Mundo y colaborar con varios medios, en la actualidad es editora de ‘Uppers’ (Mediaset). ‘Pipas’ es su primera novela.
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