Ir al contenido
_
_
_
_

El escurridizo camino de la ciencia para medir la felicidad humana: “No hay métodos cien por cien fiables”

Investigadores de todas las épocas han tenido dificultades para sistematizar bajo el método científico el estudio del bienestar o el florecimiento de una sociedad. Eso está cambiando

Felicidad
Facundo Macchi

Hay terrenos en los que a la ciencia no le queda más opción que arriesgarse. Los investigadores que se animan a explorar estos campos fangosos deben lidiar con lo subjetivo, lo ambiguo o hasta con lo éticamente delicado de sus objetos de estudio. El análisis de la felicidad humana es uno de esos ámbitos equívocos. Hace prácticamente un siglo que, sin ponerse de acuerdo, los académicos intentan definir, observar y medir el bienestar o el florecimiento de una sociedad bajo el rigor del método científico. Pero, ¿cómo? ¿Cómo se puede organizar, estructurar y sistematizar una dimensión tan huidiza y mutante como la felicidad? Luego de décadas y décadas dándole vueltas a esta pregunta, algunos expertos están empezando a dar con algo que podría parecerse a una respuesta.

“No hay métodos cien por cien fiables para medir la felicidad”, advierte, antes que nada, Alejandro Cencerrado, analista del Instituto de la Felicidad de Copenhague, uno de esos centros de estudios que dedican su sapiencia a explorar por qué algunas sociedades son más felices que otras y cuáles son sus causas y efectos. “Es algo subjetivo y siempre lo será”, añade. Ante esto, investigadores como Cencerrado se han decantado por la opción más sencilla y compleja de todas: preguntarle directamente a la gente cómo se siente.

El analista lo explica así: “Si yo te consulto a ti qué tan feliz has sido hoy en una escala del 0 al 10, me puedes dar una idea bastante clara. Ese método tiene sus fisuras porque si tú me dices que tu día ha sido un siete, yo nunca voy a saber si es lo mismo que un siete para mí. Pero si preguntas a miles y miles de personas llegas a conclusiones que son muy útiles”.

Aplicando este método, diferentes institutos repartidos por el mundo han llegado a una conclusión similar y es que la gran mayoría de las personas entienden la felicidad de forma multidimensional. Para entender por qué esto es novedoso, hay que recapitular un poco la historia.

Uno de los primeros en hablar de la felicidad fue Aristóteles con su concepto de eudaimonía, que se podría traducir como “buena vida”. Es una idea que hace referencia a la realización personal a través de la virtud, la contemplación y los medios materiales para sostenerla. “Es decir, se trataba de una visión de felicidad bastante integral”, señala Tyler VanderWeele, director del Programa de Florecimiento Humano de la Universidad de Harvard. Esta visión perduró en distintas formas a lo largo del tiempo. Tomás de Aquino, por ejemplo, definía la felicidad como la satisfacción plena. “Algo que solo era posible si todos los aspectos de la vida estaban en orden”, apunta VanderWeele.

La cosa se torció luego de la Revolución Industrial con los primeros intentos más o menos serios de medir la felicidad. “En el inicio se trató de hacerlo a través de indicadores cuantitativos objetivos”, asegura Víctor Raúl López Ruiz, coordinador del Observatorio de Intangibles y Calidad de Vida de la Universidad de Castilla - La Mancha. El crecimiento del PIB, la criminalización, la ocupación o la esperanza de vida empezaron a ser los datos con los que se determinaba si una sociedad era feliz o no.

Así apareció la llamada “paradoja de Easterlin”, en la que el economista Richard Easterlin planteó que aunque el aumento de la renta per cápita de un país puede mejorar la calidad de vida de sus habitantes, esto no necesariamente quiere decir que estén más satisfechos con sus vidas. En pocas palabras, ese famoso refrán que dice que el dinero no compra la felicidad parece tener algo de cierto.

A partir de la década de 1980, y muy poco a poco, investigadores como Ed Diene empezaron a darle forma al concepto de felicidad desde una óptica científica, separándose de su definición conceptual, filosófica o espiritual. “Los antiguos indicadores han sido suplidos por mediciones subjetivas más avanzadas, con más dimensiones”, señala López Ruiz.

Este cambio, aventura Cencerrado, tiene una explicación muy concreta: “Cuando nuestros abuelos querían ser felices, sabían perfectamente a dónde ir a buscar su felicidad. Por ejemplo, alcanzando cierta estabilidad económica o social. Luego, nosotros comenzamos a tener todo lo que las generaciones anteriores siempre habían soñado, pero seguíamos sintiéndonos ansiosos, vacíos y aburridos”. La idea de la felicidad empezó a cambiar y con ella las formas de medirla.

No solo es un tema de dinero

“Hoy, a diferencia de cuando empezó a medirse, la felicidad se estudia desde múltiples dimensiones en las que hay varios grupos de variables”, explica López Ruiz. Cada institución ha desarrollado su propio método. El Observatorio de Intangibles y Calidad de Vida, por ejemplo, elabora un perfil personal, residencial y ocupacional de cada individuo que encuesta basándose en 40 variables. Allí se tienen en cuenta desde los niveles de satisfacción con la vida en general, hasta si los políticos que te representan defienden o no tus derechos, pasando por la cantidad de espacios verdes en tu barrio o cuán de satisfecho estás con tu trabajo. El experto agrega que “ahora no solo hay que medir el desarrollo económico, sino incluir otras facetas de la humanidad que hacen que una sociedad tenga una mejor calidad de vida. No todo es si hay pocos robos en la ciudad en la que vives, sino también si estás trabajando de lo que has estudiado, si te sientes realizado o si compartes relaciones con tu familia”.

Los métodos de las ciencias sociales y económicas han evolucionado hasta lograr sintetizar todos estos elementos intangibles y subjetivos en uno o varios indicadores y han hecho que hoy el estudio de la felicidad y el bienestar adquiera nuevos matices. Aunque VanderWeele, de Harvard —que maneja medidores con entre 12 y 54 variables y acaba de publicar un informe con sus primeros resultados en la revista Nature—, confiesa que los investigadores que se dedican a estos temas “deben aceptar que nunca podrán medirse de manera perfecta y que, por lo tanto, cualquier medición de este tipo será parcial”.

La clave, además de ampliar el rango de variables, es aprovechar las nuevas herramientas de análisis de datos para procesar grandes volúmenes de información de cientos de miles o, preferentemente, millones de personas. “Ese siempre es nuestro principal reto”, dice López Ruiz. Cuantos más encuestados participen de los estudios, más fiables serán sus resultados y es más probable que se puedan esbozar conclusiones más finas sobre qué es y cómo opera la felicidad social colectiva.

Aun así, con sus imprecisiones y todo, los datos importan. “Medir la felicidad debería ser una responsabilidad de Estado”, defiende Cencerrado. Y añade: “Si nos hacemos llamar un estado de bienestar, tenemos que preguntarle a la gente si está bien de verdad”. Estos temas, según coinciden los especialistas consultados, son tomados cada vez más en serio, pero todavía juegan un papel secundario en la toma de decisiones. “El movimiento científico del bienestar y el florecimiento tienen aún mucho trabajo por delante para que sus enfoques se integren de manera clara en las políticas públicas”, indica VanderWeele.

“Lo que medimos como científicos realmente influye en lo que discutimos como sociedad, lo que estudiamos, lo que sabemos, lo que aspiramos a alcanzar y las políticas que implementamos para lograr esos objetivos”, apostilla el investigador.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Facundo Macchi
De Montevideo, Uruguay. Es periodista de Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS. Antes escribió en El Observador y presentó noticias en Telemundo. Hizo el Máster en Periodismo UAM-EL PAÍS en Madrid. 
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_