Los que limpian lo que nadie quiere limpiar
Una empresa de Málaga se dedica a asear escenarios de crímenes, eliminar huellas de un suicidio o recoger casas habitadas por afectados de síndrome de Diógenes


Noche cerrada en la Costa del Sol. Suena el móvil de Adrián Núñez. “Vamos para allá”, responde. En menos de una hora, llega junto a varios compañeros a la escena de un crimen que apunta a un nuevo ajuste de cuentas. Hay sangre en la pared y en el suelo. También, restos orgánicos de los balazos. Cuatro horas más tarde, no queda ni rastro. Su equipo de limpieza ha borrado cualquier huella. Suben a una furgoneta sin rotular y desaparecen.“Prácticamente trabajamos de incógnito”, explica.
Él y su padre dirigen Limpiezas Traumáticas Málaga, una empresa dedicada a trabajos que requieren tanta especialización como discreción. Y que se enfrenta a hacer olvidar escenarios de crímenes perpetrados por sicarios en la costa malagueña, a eliminar las huellas de un suicidio, de una muerte no atendida o de enfermedades mentales. Trabajan para administraciones, aseguradoras, familias, servicios funerarios judiciales o fuerzas de seguridad.
Como ellos, cada vez son más las empresas del ramo existentes en ciudades como Madrid, Barcelona,Sevilla o Zaragoza. Se trata de un sector sin regulación en España, pero que en países como EEUU existe desde hace décadas. Adrián se formó de hecho en una academia norteamericana para conocer los secretos de una profesión llevada por Hollywood varias veces al cine. Basta recordar el papel de Samuel L. Jackson en la película Cleaner.
En algunos casos, el dispositivo de limpieza se puede poner en marcha de manera inmediata. Sin embargo, en otras ocasiones deben esperar entre 12 y 36 horas hasta que se levante el secreto de sumario de la investigación.Su trabajo es requerido entonces por orden judicial ante el riesgo de que los agentes patógenos se expandan por la comunidad.La sangre se adhiere y se filtra por algunos materiales rápidamente. Por eso se ven obligados a raspar paredes o eliminar láminas del parqué.También a eliminar alfombras, sofás o colchones con restos orgánicos,que se llevan a un centro de destrucción de material biocontaminado. Si se encuentran a algún curioso, lo despistan con evasivas.Y si insiste, piden privacidad por seguridad sin dar más explicaciones. Cada trabajo, de media,ronda un coste de entre 1.000 y 1.500 euros.
También se atreven con las viviendas de personas que sufren síndrome de Diógenes. En uno de sus últimos trabajos encontraron dos nidos de cucarachas en el salón, ratas y palomas en el balcón, el inodoro totalmente atascado, los muebles dela cocina podridos y 4.000 kilos de basura repartidos por un apartamento de 35 metros cuadrados. El hedor era insoportable y los desperdicios se acumulaban hasta una altura de casi un metro del suelo. “Aunque no se lo crea nadie, el trabajo nos gusta”, dice Adrián, que lidera esta firma con cuatro sedes repartidas por el país y diferentes cuadrillas que nunca trabajan más de ocho horas al día. Su salud física —y mental— se podría ver afectada.
“Otras veces hemos tenido que pasar entre torres de basura que nos superaban en altura.Nos hemos pasado hasta cuatro días limpiando un apartamento”,subraya Núñez. Dos tipos de guantes, gafas, mascarillas y dos monos —uno encima del otro—de protección nivel 5 forman parte de su uniforme. Siguen un estricto protocolo para evitar cualquier riesgo biológico que incluye fumigaciones, productos químicos contra las bacterias y tratamientos de ozonoterapia e ionoterapia para eliminar olores.
Sus servicios son requeridos en ocasiones por servicios sociales municipales. También por los familiares de una persona enferma o que ha fallecido sin que nadie se haya dado cuenta. En una ocasión, la limpieza se centró en un piso donde el cadáver de una mujer llevaba 60 días olvidado.En otra, el destino era una habitación en la que un hombre se había ahorcado y su cuerpo había permanecido allí una semana.
El teléfono de Adrián funciona las 24 horas. Los sicarios de la Costa del Sol nunca descansan. Tampoco la muerte.
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