“Israel nos privó a la fuerza de la alegría”: la danza ‘dabkeh’, de los escenarios a los escombros de Gaza
Las bombas israelíes han matado a bailarines y han pulverizado teatros y archivos. Los expertos denuncian un ataque directo a la cultura y el patrimonio palestinos

A mediados de 2024, Mohammed Jawad, de 41 años, se despertó en un hospital del norte de Gaza queriendo mover el pie izquierdo. Había sido herido en un bombardeo semanas antes y su estado de salud se había deteriorado debido a la falta de cuidados y medicamentos. Le costó entender que los médicos habían tenido que amputarle la extremidad para salvarle la vida. “Sentí que me había perdido a mí mismo”, resume a este periódico.
Jawad ha bailado dabkeh la mitad de su vida. Más que una danza folclórica tradicional, era su oficio, porque enseñaba a otros, su pasión y una manera de reivindicar con alegría su identidad. En mayo de 2024, su vida dio un vuelco. Este padre de familia participaba en una actividad cultural con otros pequeños en el campo de refugiados de Yabalia, en el norte de Gaza. Al salir, un ataque israelí le produjo heridas en la mano derecha y en el pie izquierdo. Fue llevado al hospital Kamal Adwan, pero las fuerzas israelíes sitiaron el hospital e impidieron la entrada de medicamentos, alimentos y agua, lo que provocó que su salud se deteriorara. Posteriormente, pudo ser trasladado al hospital Al Maamadani, también en el norte, donde de nuevo la falta de medicinas y personal médico impidieron que se recuperara. Finalmente, el pie se gangrenó y hubo que amputarlo.
El 'dabkeh’ es la voz de la tierra en la que vivimos y la alegría que llevamos a pesar de todas las circunstanciasShahad Shamali, bailarina
“Me desperté y no sabía qué había ocurrido. Empecé a sentir que no podía moverlo, estaba conmocionado, en una espiral de depresión y de negación. No podía aceptar que mi trabajo y mi pasión, el dabkeh, habían terminado”, explica a este periódico.

Durante meses, Jawad se aisló y se hundió en una profunda tristeza. Trató de conseguir una prótesis dentro de Gaza, pero las que se podían encontrar eran muy rudimentarias y no lograba caminar con ellas. “Solo quiero volver y bailar de nuevo. El dabkeh me da energía y consuelo psicológico, me hace seguir viviendo”, dice. “Sentía una gran alegría interior cuando veía la mirada de la gente cuando subíamos al escenario”, explica.
Este baile tradicional palestino forma parte de la lista del Patrimonio Mundial Inmaterial de la UNESCO desde 2023 por ser “un medio para expresar la identidad cultural”. La danza, que se realiza en línea o semicírculo, con los bailarines entrelazados y dando sonoras pisadas, es muy típico en bodas, fiestas y celebraciones palestinas.
En estos dos años de bombardeos y devastación, el dabkeh no se detuvo en Gaza, se ha seguido bailando en campos de desplazados y se ha usado como actividad para distraer a los niños y niñas que lo habían perdido todo. Según los bailarines, se transformó en un acto de reivindicación de identidad y de alegría en la adversidad.
“Espero que, junto a todos los miembros de la compañía de baile, podamos salir un día de aquí y representar a Palestina y el sufrimiento de Gaza ante el mundo”, confía Jawad.
Ataque directo a la cultura
La experta en política cultural gazatí Butheina Hamdan ha contado al menos 21 bailarines profesionales de dabkeh gazatíes muertos en los ataques israelíes desde octubre de 2023 y otros tantos que han sufrido amputaciones o alguna discapacidad. Además, siete sedes de compañías fueron completamente destruidas, junto con archivos artísticos y culturales que narran más de 40 años de historia de esta danza.
“No son daños colaterales, sino un ataque directo a la cultura y al patrimonio. Las compañías de dabkeh estaban en primera línea de defensa de la identidad palestina”, explica.
No son daños colaterales, sino un ataque directo a la cultura y al patrimonioButheina Hamdan, experta cultural palestina
Abeer al Sourani, coordinadora de Unity Academy, institución cultural gazatí destinada a preservar las tradiciones populares palestinas, contaba con 1.000 estudiantes de dabkeh hace dos años. La responsable todavía recuerda los apreciados conciertos que organizaban antes de octubre de 2023. “Queríamos que fuera algo más que danza”, recuerda. El impacto de la guerra es devastador: el equipo se dispersó, algunos lograron salir de la Franja y otros perdieron a muchos familiares y están moralmente hundidos. La situación ni siquiera les permite pensar en una reanudación de las actividades.
Shahad Shamali, de 20 años, no ha vuelto a bailar dabkeh desde hace dos años. Esta gazatí formaba parte de la compañía artística Watan y ha practicado esta danza tradicional durante 10 años.
“Israel nos privó por la fuerza de la alegría”, resume. “La guerra nos robó grandes oportunidades. Estábamos a punto de representar a Palestina en varios países del mundo, para mostrar a la gente nuestra identidad y herencia”, lamenta.
La joven se queda callada un instante y hace el esfuerzo de recuperar su fortaleza. “Pero esta tragedia no nos quitará nuestra determinación, no logrará romper nuestros sueños”, dice.
“Cuando subimos al escenario y realizamos los mismos pasos al mismo ritmo, sentimos un gran poder y una conexión indescriptible. El dabkeh es la voz de la tierra en la que vivimos y la alegría que llevamos a pesar de todas las circunstancias”, agrega.
Khalil Tafesh, de 42 años, ha bailado dabkeh durante 28 años. Este gazatí fundó la Phoenix Arts Troupe, que existió durante 12 años, antes de que un bombardeo israelí contra su sede, la Fundación Cultural y Científica Said al Mishal, en 2018 cortara de cuajo sus alas. En 2020, creó la compañía artística Shadows, pero las bombas volvieron a arruinar sus planes. Los miembros del grupo se dispersaron, uno murió y otro resultó herido. En diciembre de 2023, su casa también fue bombardeada. “Ahora solo tengo la ropa que llevo puesta. Perdí todas mis fotos y archivos. No poseemos nada, literalmente”, dice a este periódico.
Pero aun así, junto a otros miembros de la compañía, ha estado organizando actividades y cursos de dabkeh en los campos de desplazados de la Franja. Es “la identidad de nuestros antepasados, pero también la de nuestros hijos”, dice.
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