Una pequeña catástrofe que no le importa a nadie
La jubilación del pediatra César García es un motivo de pena para quienes le admiramos, y un síntoma de la derrota de la sanidad pública, a la que tanto se aplaude y tan poco se cuida


A los pocos días de que a nuestro hijo le diagnosticasen leucemia, nos llamó. Él había mandado al niño al hospital para hacer unas pruebas y consultó la historia para ver cómo habían salido. Ahí vio el cuento de terror y levantó el teléfono de inmediato. “Ay, César —le dijimos—, no sabes lo que es esto”. “Sí que lo sé”, respondió, recordando el día en que otro médico le dio a su hijo un diagnóstico oncológico.
César García era el pediatra de nuestro hijo y uno de los nuestros, un padre asustado que fingía entereza y no siempre lo lograba. Habitaba los dos mundos, y esa doble nacionalidad —él mismo lo ha confesado— le hizo mejor médico. De su excelencia se han beneficiado miles de niños, incluidos mis dos hijos. Por eso, su jubilación es una pequeña noticia local en Zaragoza, donde es muy querido; un motivo de pena para quienes le admiramos, y un síntoma de la derrota de la sanidad pública, a la que tanto se aplaude y tan poco se cuida. Como otros colegas de su quinta, César se jubila a los 65, sin la prórroga a la que tiene derecho y de la que podría beneficiarse un sistema urgido de talentos, porque se ha cansado de achicar con cucharillas un naufragio general.
El centro de salud donde estaba su consulta se ha ido cayendo como la Casa Usher. Sus instalaciones modélicas se han transformado en un dispensario con letreros amarillentos que nadie lee y caras largas de fatiga y cabreo. Como tantos otros edificios públicos, es una metáfora arquitectónica de una sanidad depauperada y sin ningún aliciente para los médicos jóvenes ni para quienes podrían alargar su vida laboral. Si han llevado a la extenuación a una persona como César, cuya dedicación tanta huella ha dejado, ¿cómo no van a quebrar a quienes carecen de su comprensión hondísima del sufrimiento humano? Es normal que emigren a Australia o elijan la cirugía estética.
Cada vez que un César García firma sus papeles de retiro en cualquier comunidad autónoma ―porque la prensa solo da noticia de la sanidad madrileña, pero que no se engañen en Madrid: no hay paraísos en “provincias”—, España se vuelve un poco más hostil y miserable. Ya es bochornoso que no sepamos homenajear su trabajo, pero que además lo sepultemos en una avalancha de burocracias y sobreexplotación de recursos es homicida. Y que los nuevos médicos no puedan beneficiarse de su magisterio, un suicidio nacional. Aquí queda un ciudadano agradecido y un padre orgulloso de que sus hijos hayan tenido un pediatra como él. Que conste, por lo menos.
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