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Columna
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Perder territorio, ganar futuro

¿Qué prefieres: una paz injusta que mancille el honor de tu nación, o una guerra justa, que manche de sangre toda tu familia?

Russia Ukraine War Bucha
Víctor Lapuente

Si eres un padre ucranio con hijas en una ciudad bombardeada, si eres una madre rusa con hijos en el frente, si eres las hijas, si eres los hijos, ¿Qué prefieres: una paz injusta que mancille el honor de tu nación o una guerra justa, que manche de sangre toda tu familia? ¿Prefieres soltar alguna lágrima frente al mapa recortado de tu país o llorar a diario ante la lápida del niñito de tus ojos? El abstracto orgullo nacional no te importa a ti ni a tus descendientes ni a ningún dios bondadoso ni a ninguna madre patria tanto como la pierna, el cráneo o la espina dorsal de tus seres queridos. Y de tus vecinos y de los vecinos de tus vecinos en cientos, miles de kilómetros a la redonda.

Las personas desplazadas, heridas, mutiladas, violadas o asesinadas en una guerra no son solo sus víctimas. Son los primeros intereses a proteger, las accionistas morales del conflicto, los seres a quienes los dirigentes, autócratas o demócratas, deben rendir cuentas.

El intento de la administración Trump de acabar con la guerra de Ucrania tiene mil problemas, de la volátil voluntad del presidente a las excesivas cesiones a Rusia. El plan original parecía dictado por Putin: entrega completa de las regiones de Donetsk y Lugansk, congelar el conflicto en Jersón y Zaporiyia, y prohibir la entrada de Ucrania en la OTAN amén de otras condiciones que mantendrían a Kiev en una vulnerabilidad estructural frente a cualquier capricho futuro de Moscú.

Pero, mejorado por la presión europea, ese plan, aunque desgaje su territorio, puede ser para Ucrania una victoria más importante, porque lo que se les da bien a las democracias es el juego de la paz, no el de la guerra.

El gráfico que mejor explica la guerra de Ucrania no es el de la evolución en la zona de las cabezas nucleares o los efectivos militares, sino de la renta per cápita. En 1990, los ucranios eran un poco más ricos que los polacos. Hoy son cuatro veces más pobres. Ambas naciones, que habitaban el patio trasero de la URSS, eran similares al caer el muro de Berlín. Tenían industrias desfasadas y poblaciones ansiosas de vivir como los occidentales. Una, Polonia, lo consiguió, girando su política hacia Berlín e ingresando en la Unión Europea. La otra, Ucrania, quedó atrapada en las invisibles pero eficaces garras de la influencia rusa. Ahora, Ucrania puede escaparse.

Con el plan que se discute, Ucrania perderá territorio, pero ganará libertad para acercarse a Europa y prosperar. Y esa es la victoria importante, la que sueñan las hijas e hijos de Ucrania.

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