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Columna
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Parecidos razonables

Es enternecedor asistir al intento desesperado de la derecha por distinguirse de la ultraderecha

David Trueba

Ya sabemos que entre la corrupción de los políticos de derechas y la corrupción de los políticos de la izquierda puede haber diferencias, pero la desoladora sensación que transmiten es la misma. Luego está nuestra incapacidad para ver como igualmente corruptos a los empresarios y oportunistas que especulan en la crisis sanitaria, que ordeñan el plan de infraestructuras y tejen redes extractivas. Así que pueden ahorrarnos las riñas de unos a otros. Parecidos tienen. Después de jugar incansablemente al juego de las cinco diferencias, la derecha y la ultraderecha española han llegado a la conclusión de que se distinguen por una sola cosa. Unos están en contra de toda la inmigración y los otros están tan sólo en contra de aquella inmigración que no venga de la América hispana. Lo más risible de esta esforzada diferenciación es que incluso llegan a explicarla y a tratar de razonarla. Repiten sus discursos cargados de islamofobia, pero olvidan que las razones por las que el extremismo islámico es rechazable son las mismas razones por las que cualquier persona podría rechazar el evangelismo extremo o el catolicismo integrista: por su desprecio rotundo a la mujer, por su amenaza a los derechos constitucionales y el desafío a las libertades íntimas de cada persona.

Para rizar el rizo, aún persiste esa obsesión por conocer el origen detrás de cada autor de un delito. Algunos cuerpos de seguridad ya la han aceptado sin rechistar. Mejor eso que las filtraciones interesadas tras cada crimen llamativo. En ese desglose por orígenes, se supone que aspiran a fijar un patrón de comportamiento. Por ejemplo, sabremos que los pequeños trapicheos de droga, el robo al descuido y el carterismo tendrá un sesgo regional. Quizá la violencia machista, el desorden público por culpa de la ingesta de alcohol y la trifulca grupal tendrán otro. Y por lo que se refiere a la corrupción empresarial y la defraudación en la declaración de Hacienda, ahí me temo que los españoles nos llevaremos la palma y podríamos exigir que se diferencie por ciudades o comunidades autónomas de origen. Un disparate si recordamos que en su día quitamos el distintivo regional de las matrículas de los coches para reducir los insultos viarios. Más convendría establecer la relación entre ese español que engaña en su tributación y la quiebra de los servicios sanitarios públicos.

Es enternecedor asistir al intento desesperado de unos por distinguirse de los otros. En esa carrera por convertir a la inmigración en el gran problema del país, la derecha española no quiere dejarse vencer por la ultraderecha. Pero puestos a pelear en ese terreno podrían haber sido un poco más ambiciosos. Combatir el racismo palmario con el racismo selectivo es una afrenta a la inteligencia. Identificar inmigración con delincuencia resulta más fácil y aplaudido que señalar a la obra pública por sus mordidas recurrentes. Lo que nadie se atreve a reconocer es que los certificados de españolidad no garantizan la buena conducta. De hecho, en esta competición por jugar a ver quién es más malote ha surgido un partido de ultraderecha independentista catalana que ha venido a complicar aún más las líneas del extremismo racista. Realmente alguien debería decirles que no se esfuercen tanto por matizar sus diferencias, cada vez que lo hacen resulta que acaban acercándose entre ellos mucho más, tanto que resultan indistinguibles. Como todo el mundo sabe, en el origen eran lo mismo, así que nadie tiene dudas de que llegado el momento volverán a serlo. Nada une más que la mesa del poder.

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