Decepción parlamentaria
El choque frontal del PP con el presidente del Gobierno convierte la comisión del ‘caso Ábalos’ en una ocasión perdida para los ciudadanos


El Partido Popular cumplió este jueves finalmente su objetivo de interrogar al presidente del Gobierno cara a cara, ante las cámaras y con la obligación sobre el papel de decir la verdad en el contexto de la comisión de investigación montada al servicio de la mayoría conservadora del Senado. Pedro Sánchez era el compareciente número 91 de esta comisión que el Partido Popular ha utilizado para llamar a toda persona que aparezca en cualquier información periodística relacionada con la presunta trama de comisiones en el Ministerio de Transportes en la época de José Luis Ábalos que investiga el Tribunal Supremo.
La comparecencia del presidente se presentó como el momento cumbre de esa fiscalización parlamentaria y en ese sentido, las cinco horas de sesión resumieron las dinámicas del momento. Los grupos minoritarios hicieron muchas de las preguntas que están en boca de los ciudadanos, pero demostraron que no están dispuestos a alimentar la estrategia de descrédito general del PP y Vox. Unos demandaron responsabilidad y transparencia, como esperaban y siguen esperando la mayoría de los españoles. PP y Vox exigieron una especie de confesión, arrepentimiento y dimisión allí mismo de Pedro Sánchez. Las claves que forjaron la mayoría de investidura hace dos años y que impidieron a Alberto Núñez Feijóo forjar una mayoría alternativa se hicieron de nuevo evidentes en la Cámara alta.
Por otro lado, cuanto más bronco era el tono, más tranquilo estuvo el presidente del Gobierno. Fue en los momentos de sobriedad y precisión cuando a Sánchez se le vio consultar papeles, dudar, buscar las palabras y utilizar una y otra vez expresiones deliberadamente lábiles como “no me consta” o “no recuerdo”. El interrogatorio caótico del PP supuso una ocasión perdida para los ciudadanos, que podían haber extraído mucha más información de un formato parlamentario excepcional.
No se puede, sin embargo, minimizar lo sucedido este jueves. Primero, por tratarse de la comparecencia del jefe del Ejecutivo. Segundo, porque entre la retórica propia de un mitin de algunos senadores, los españoles tuvieron que conformarse con muy poco. Por ejemplo, con saber que el presidente cobró liquidaciones de gastos en efectivo de la caja del PSOE (algo que en cantidades pequeñas era habitual en empresas e instituciones, incluyendo el Senado hasta hace unas semanas), que esos gastos no superaron los mil euros o, como era de esperar, la negativa rotunda de que haya dinero negro en el PSOE. Muchas otras preguntas quedaron sin responder por la espiral en la que entró una sesión a priori dedicada a arrojar luz sobre un grave caso de presunta corrupción que ha producido un comprensible escándalo entre los ciudadanos.
Son legítimas muchas de las críticas al formato de la comisión, a las dobles intenciones de los portavoces de PP y Vox, a las divagaciones gratuitas y al tono de tertulia ruidosa, pero lo peor es que no ocurrió nada que, por desgracia, no empiece a ser costumbre en el Parlamento español, con el consiguiente riesgo de desafección ciudadana hacia una institución clave en el sistema democrático. Además, calificar a la comisión de “circo” o “ariete de la máquina del fango”, como hizo el presidente del Gobierno, fue una falta de respeto impropia de su cargo. Sánchez no sufrió demasiado en la comparecencia, pero el Senado sí.
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