Lo que Europa tiene que hacer: la angosta vereda entre Trump, Putin y Xi
Hay un estrecho entre las Escila y Caribdis de nuestro tiempo, y pasa por conseguir competitividad, seguridad y soberanía democrático-digital


La vereda es estrecha y llena de obstáculos y peligros, pero existe, y todo aquel que mire sin anteojeras nacionalistas y partidistas sabe por donde discurre en términos generales. El camino de salvación de los europeos en este tiempo pasa por tres grandes lugares conceptuales que pueden sortear tres grandes desafíos. Los lugares son competitividad, seguridad y soberanía democrático-digital. Los desafíos, una suerte de versión geopolítica de las Escila y Caribdis mitológicas, son Trump, Putin y Xi.
Conviene recordarlo en una semana marcada por una nueva reunión entre Donald Trump y Volodímir Zelenski. La que se celebró en el Despacho Oval el pasado mes de febrero causó auténtica conmoción en Europa (y sin duda verdadera alegría en Rusia). Entre esa reunión y la de ayer han pasado muchas cosas, algunas favorables para Ucrania y Europa, como el apoyo de inteligencia de Washington a los golpeos ucranianos contra infraestructura energética rusa. Ahora el péndulo emite de nuevo señales preocupantes, como esa reunión de Trump y Putin en Budapest -infausto lugar, por el anfitrión, y por ser sede de ese memorando de 1994 que ofrecía garantías de seguridad a Ucrania y valió tanto como papel de aseos- que de nuevo pone el foco en la cháchara con el inquilino del Kremlin más que en empujarle a la paz por la vía de la presión -la única con sentido racional-. O como el enfriamiento de la perspectiva de una entrega de misiles Tomahawk a Kiev.
En una semana como esta, conviene recordar que los europeos no podemos confiar ni en Putin, ni en Trump, ni tampoco en Xi, que no invade para anexionar -por lo menos de momento- pero no pestañea en embestirnos con dolorosas restricciones a las exportaciones de materias primas estratégicas teóricamente dirigidas contra EEUU. Los europeos solo nos tenemos a nosotros mismos. Y aunque los detalles son complejos, el sentido del recorrido para salvar nuestra independencia y nuestro modelo en este mundo es claro. Veamos.
Competitividad
Necesitamos ser competitivos, porque la competitividad, el músculo económico, es lo que nos ofrecerá la capacidad de innovación, los recursos, la prosperidad para que nadie nos avasalle. Dos italianos, Enrico Letta y Mario Draghi, han encendido las luces. Hace falta completar el mercado único, específicamente en los sectores financiero, energético y de telecomunicaciones, cuya fragmentación nos hace enanos en un mundo de titanes.
Además, hacen falta inversiones de un tamaño que, inevitablemente, requiere también fondos públicos por la vía de emisión de deuda. Y esta convendría que fuera mancomunada, para no generar asimetrías internas. Como dice Draghi, la deuda no puede ser anatema per se. Hay una mala —la que se emite para sufragar gasto corriente insostenible— y otra buena —la que sirve para fomentar productividad e innovación—. Alemania da algunas señales positivas, aunque insuficientes, en términos de culminar el mercado común financiero —una bolsa europea, más poderes al supervisor—, pero hace falta mucho más.
Por otra parte, debemos de una vez por todas ponernos de acuerdo en una posición ante China más dura. Alemania frena, España coquetea: no es esa la vía. Pekín solo entiende la fuerza, y aquí podemos esgrimirla comercialmente. Porque no sufrimos la asimetría terrible que nos perjudica ante EEUU: la persistente necesidad de contar con su protección militar.
Seguridad
Necesitamos pues saber disuadir y defendernos solos. Hay que sostener a Ucrania porque la única manera de conseguir la paz hoy y garantizarla mañana es que Putin sepa que no le conviene seguir con agresiones. Todo lo demás no sirve. Por ello liberemos ya los 140.000 millones de euros de activos congelados a Rusia, prestémoslos a Ucrania, y que con ese fondo Kiev pueda comprar —y Putin sepa que puede comprar— lo que necesita para repeler aún más fuerte.
En paralelo tenemos que integrar nuestra industria de la Defensa, avanzar en compras conjuntas, y diseñar formas de complementariedad de arsenales y coordinación operativa para ser más eficaces y creíbles y completos en el arco de capacidades. No podemos duplicar recursos, no podemos tener agujeros confiando en que los llene EEUU, no podemos tener como único elemento coagulador el mando estadounidense de la OTAN. La credibilidad de la defensa europea pasa por que tengamos engrasados mecanismos de acción conjunta. Nadie dice que sea fácil, pero no es imposible. Estamos lejos de tener realmente una voluntad única, pero podemos construir una capacidad conjunta.
Soberanía democrático-digital
Necesitamos, además, afianzar nuestra soberanía democrático-digital. Estamos en medio de una guerra cognitiva que altera nuestra vida democrática. El Kremlin maniobra para interferir y alborotar nuestro debate público. La Casa Blanca, con sus tecnoemperadores complacientes, también, aunque en formas diferentes. En medio estamos los europeos, con democracias abiertas que no quieren renunciar a la libertad de expresión —a diferencia del aplastante régimen autoritario chino, cada vez más represor y con ecos de la experiencia Fengqiao maoísta—, sin redes sociales, sin IA. No hacen falta caballos de Troya: por aquí se entra en autopistas digitales de cuatro carriles. Esta construcción de soberanía estará hecha de reglas, de innovación que produzca capacidades propias, de educación que produzca ciudadanos bien pertrechados para aplicar espíritu crítico y duda como métodos.
Por supuesto, hay que hacer muchas otras cosas fundamentales, desde la lucha contra el cambio climático hasta la defensa de la cohesión social y la igualdad. Pero esas tres son aquellas que necesitamos para no ser avasallados, sin lo cual todo lo demás tendrá un sabor amargo.
Conseguirlo será complicado, sí. Pero, en el mundo de 1944, ¿cuántos habrían imaginado las décadas de paz y prosperidad que vinieron después en Europa occidental? Hay una vereda, hay un estrecho, entre las Escila y Caribdis de nuestro tiempo.
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