Trump, Nobel de Física
El plan del presidente de EE UU para Gaza no es ideal ni óptimo, pero es el mejor, pues es el menos malo de las opciones sobre la mesa


Como dice algún experto en Oriente Próximo, si Trump consigue realmente acabar con el conflicto de Gaza, no merecerá en años venideros el Nobel de la Paz, sino también el de Física y el de Química. De momento, ha triunfado donde su más conciliador antecesor en la Casa Blanca, Joe Biden, y la más conciliadora UE fracasaron: la aprobación de un acuerdo de paz.
Tiene mucho mérito haber subyugado a Benjamin Netanyahu. Hasta hace unos días, el primer ministro israelí no contemplaba otra salida que continuar el conflicto y el genocidio. Se había metido en una espiral de destrucción como resultado de la combinación entre su debilidad personal y su fortaleza militar. Netanyahu está maniatado en el legislativo, cautivo de unos partidos nacionalistas y ultraortodoxos que exigen la prolongación de la guerra con los palestinos por todos los medios, y cercado por el poder judicial: tan pronto deje el Gobierno, tendría que sentarse delante de un juez. Del trono al banquillo sin solución de continuidad. Y el problema es que esta figura tan endeble está al frente del ejército más poderoso que ha conocido jamás Oriente. Una cúpula de hierro que destruye cualquier objeto invasor, una tecnología punta que acciona a distancia explosivos en dispositivos diminutos, unos misiles que alcanzan objetivos a cientos de kilómetros sin errar un solo metro. En Gaza, Irán, Líbano o Qatar, estos dos años Israel ha ejercido sin complejos de imperio regional. Y con el poder imperial viene la augusta soberbia.
Netanyahu ha sido frenado por el presidente estadounidense ideológicamente más cercano de los cinco que ha tratado como primer ministro. No ha habido elección mundial que le haya dado tanta alegría a Netanyahu como el triunfo de Trump. Y, sin embargo, es el único ocupante del Despacho Oval a quien no ha podido torear. A Biden, entre otras tropelías, lo dejó plantado con un proyecto de paz similar.
El plan de Trump no es ideal ni óptimo, pero es el mejor, pues es el menos malo de las opciones sobre la mesa. Las dos partes parecen dispuestas a sacrificar sus dos máximas aspiraciones, que habían convertido en líneas rojas: Israel se compromete a detener las masacres en Gaza y sus planes de anexión de los territorios ocupados; y Hamás, entregar a los rehenes y deponer las armas.
El plan es vago, pero eso no es un defecto, sino una virtud, porque permite que cada bando se agarre a esa vaguedad para convencer a sus acólitos más intransigentes. El diablo está en los detalles del plan. Pero la esperanza también.
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