Por qué abolir la Fiesta Nacional
Diez razones para no celebrar el Doce de Octubre (ni ningún otro festejo patriótico)

Con ocasión de la celebración del Doce de Octubre, propongo abolir el Doce de Octubre. Detallo a continuación las razones. Dejando a un lado particularidades históricas y políticas españolas, lo dicho valdrá, a grandes rasgos, para las celebraciones nacionales de todos lados.
Primera. Porque el Doce de Octubre es, como todas las celebraciones nacionales, una horterada. Se junta todo el kitsch político posible: el kitsch militar, el kitsch de las banderas, el kitsch de las instituciones. Pero también la historia como kitsch, el Estado como kitsch, la Constitución como kitsch. Y todos tenemos derecho a ser horteras (solo faltaría), pero nadie tiene derecho a que su propia versión del horterismo se convierta en símbolo de Estado.
Segunda. Porque nunca hubo un imperialismo bueno y un imperialismo malo. El Doce de Octubre se celebra una efeméride: la llegada de Colón a lo que él creía que eran tierras indias. Algunos creen que el imperialismo español, a diferencia del inglés, no era depredador, y esto lo hacía virtuoso. El nacionalismo español contemporáneo, tan solemne como el de toda la vida, necesita moralizar la conquista y la colonia. Pocas veces se ha visto una racionalización más grotesca de la historia.
Tercera. Porque abolir la fiesta nacional es la única manera civilizada de odiar tu país. Nadie tiene derecho a odiar un país ajeno. Pero todo el mundo tiene derecho a odiar su propio país. La existencia del Doce de Octubre hace que algunos españoles nos pongamos como un basilisco. Odiamos España por culpa de todo lo que condensa la horterada inmoral del Doce de Octubre. Solo pedimos algo en el fondo muy razonable: poder odiar civilizadamente España. Pues todo el que odia civilizadamente ama lo que odia.
Cuarta. Porque celebrar la patria es celebrar la transformación de las diferencias en antagonismos. Un símbolo de riqueza humana son las diferencias culturales, lingüísticas o de cualquier otro tipo. El nacionalismo delimita arbitrariamente un perímetro de esas diferencias y las homogeneiza, congela y atrinchera. No existe una sola forma de ser español. Como tampoco la existe de ser catalán, mexicano o gringo. Y el nacionalismo arrasa con esas diferencias para crear un discurso unificador con el que luego competir con otros nacionalismos. La belleza de la variedad humana es sacrificada para conseguir una única identidad nacional cuyo objetivo último es imponerse, por la vía de las armas o por la de los símbolos, a otras identidades nacionales. El nacionalismo es como aquel cazador de mariposas que caza y encierra todas las mariposas menos una: la de su color predilecto.
Quinta. Porque no hay nacionalismo defensivo: el nacionalismo siempre es agresivo. El nacionalismo ve el mundo como una cadena trófica de identidades nacionales. Todos los nacionalismos son depredadores. Aunque algunos tienen la quijada más potente que otros. El llamado nacionalismo defensivo siempre es agresivo a ojos del siguiente en la cadena trófica. El nacionalismo defensivo no es resistencia, es reproducción, a más pequeña escala, de una actitud siniestra y destructora para el conjunto de la humanidad.
Sexta. Porque las patrias o bien se forjan a sangre y fuego o bien se forjan mediante la integración. Y esta última es un canje perverso y arbitrario. La persona que se debe integrar (a veces, un inmigrante; otras, no) debe renunciar a cualquier manera de ver el mundo que no sea la del nacionalismo del lugar que la recibe, so pena de sufrir ostracismo o, más probablemente, amenaza de expulsión. O hablas nuestra lengua y adoptas nuestras costumbres o te vas. O amas nuestra patria en los términos que te exigimos nosotros o te vas. O te integras o te vas. La integración es una forma de extorsión y, por tanto, más sangre y fuego.
Séptima. Porque me temo que “patriotismo constitucional” es, estrictamente hablando, un oxímoron: si es constitucional solo puede ser anti-patriótico; y si es patriota no puede ser constitucionalista (no al menos con el espíritu cosmopolita con el que Kant o Kelsen concebían el constitucionalismo). Pero es nuestro mejor oxímoron. De hecho, es el oxímoron que evitó que Europa entrara en guerra con Europa durante más de setenta años. Va siendo hora de deshacerse de ese fetiche heredado de la Ilustración según el cual solo las ideas coherentes tienen valor político. Patriotismo constitucional es una idea tal vez incoherente. Pero es una idea que sirvió, sirve y servirá. Y si no queremos deshacernos de esa herencia ilustrada, he aquí una forma de ser más coherentes: abolamos la Fiesta Nacional.
Octava. Porque no todos los crímenes se cometen en nombre de la patria, pero en nombre de la patria siempre se terminan cometiendo crímenes.
Novena. Porque no todos los nacionalistas son tiranos, pero todos los tiranos de la historia moderna han sido nacionalistas.
Décima. Porque lo único que realmente se parece un poco a una patria es el género humano.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.