Ursula cae del caballo
La presidenta de la Comisión Europea se apuntó al fin, tras dos años pasivos ante la masacre de los palestinos, a la vía abierta por España


Como Saulo de Tarso (luego san Pablo), Ursula von der Leyen ha caído del caballo (el de su involución retrógrada tras un brillante primer mandato), deslumbrada por la verdad: el recrudecimiento belicista desde Rusia e Israel. El amargo despertar llega al compás de que Vladímir Putin y Benjamin Netanyahu violaran en sincronía el espacio aéreo y atacaran directa y violentamente. A Polonia, socia de la UE y nunca territorio gran-ruso; y Qatar, aliado de EE UU y mediador con los palestinos; y no un enemigo de Tel Aviv como Irán.
Hasta 17 drones durante 7 horas contra Polonia (tras la amenaza del Kremlin de disparar a soldados europeos si pisan Ucrania) y un bombardeo en Doha como extensión de la cruzada antipalestina, no son cuestión menor. Son casus belli, causas calificadas para emitir una declaración de estado de guerra, como se solía antes. Lo es, pero sin formalidades, enmascarada, en sordina. Y violando el añejo Convenio relativo a la apertura de hostilidades (La Haya, 1907), por el que no deben “comenzar sin una advertencia previa y explícita”, mediante declaración de guerra o ultimátum.
Intuitiva, Ursula saltó veloz como un resorte. En su discurso sobre el estado de la Unión del día 10 se mostró más profunda y tangible en las propuestas contra Moscú: la explotación de los activos congelados rusos en Europa para entregarlos directamente a Kiev; asociar la potencia industrial europea a la inventiva tecnológica ucraniana en drones avanzados, para fabricarlos masivamente, como Rusia.
Pero sobre todo, al fin se apuntó, tras dos años tímidos y pasivos ante el genocidio de los palestinos, a la vía de contundencia roturada por Josep Borrell (y por España): reconocimiento de Palestina en un escenario de “dos Estados”; “sanciones a los ministros extremistas y colonos violentos”; y suspensión parcial del acuerdo de asociación Israel-UE, que sustenta la vida cotidiana de los israelís mediante un comercio bilateral de 42.000 millones de euros anuales.
La brutalidad recrecida de la pareja criminal persigue objetivos estratégicos adicionales a los más explícitos. En el caso polaco, amén de dividir a Europa, Putin busca acentuar la sospecha (o evidencia, a gusto de cada cual) de que la Casa Blanca la ha abandonado, y que en solitario solo le queda retranquearse. En el qatarí, Netanyahu pretende demostrar que es él quien manda en la zona y su pulsión ultra acaba siempre siendo asumida por Washington.
Por eso conviene que Ursula complete su retorno al universo liberal-progresista reconociendo el fiasco político y económico de la humillante sumisión arancelaria al magnate autócrata, en vez de defenderlo breve, pero patéticamente. Y revirtiendo su apoyo a la reaccionaria política de inmigración con ilegales campos de concentración foráneos de Giorgia Meloni. Es incompatible una estrategia exterior democrática con una actuación interna fascista.
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