Cuento infantil
La relación entre las palabras y las cosas que nombran las palabras es arbitraria


La palabra mierda, harta de significar lo que significaba, se acercó un día a las oficinas del diccionario y pidió hablar con una persona responsable. Salió un hombre mayor, con barba y expresión de fastidio.
—¿Se puede saber qué te ocurre?— preguntó.
—Que llevo mucho tiempo significando lo que significo y me apetece significar otra cosa —respondió mierda.
—Si las palabras pudieran significar lo que quisieran —objetó el funcionario—, la vida sería un caos. Imagina que tú, desde mañana, empezaras a significar milhoja de nata porque así lo hemos decidido las autoridades gramaticales. ¿Qué ocurriría?
—Pues que la gente entraría en las pastelerías y pediría con toda naturalidad media docena de mierdas.
—Quebrarían las pastelerías. ¿O crees que la gente se comería unos dulces con ese nombre?
—No sé si se los comerían o no. Lo que yo le planteo es una cuestión de justicia. Míreme bien: ¿hay algo en mí que me obligue a significar caca?
—La verdad es que no —tuvo que admitir el experto—. La relación entre las palabras y las cosas que nombran las palabras es arbitraria.
—O sea, injusta.
—Dilo como quieras. Lo cierto es que tú, en otras circunstancias, podrías haber significado perfume, por ejemplo. Pero no me lo reproches a mí. Yo soy un mandado —respondió el hombre iniciando la retirada.
—¡Váyase usted a la mierda! —le gritó mierda.
El anciano regresó. Dijo:
—¿Comprendes ahora lo importante que eres? Al mandarme a la mierda, has logrado conmoverme porque por un lado he comprendido tu drama y, por otro, me he dado cuenta de que, a diario, es más la gente que se va a la mierda que la que va a la oficina.
A mierda, que siempre había pensado de sí misma que le faltaba un tornillo por ese deseo suyo de ser otra, le encantó de repente ser quien era y decidió entonces que era muy bueno querer decir algo cuando había tantísimas palabras que no querían decir nada.
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