La economía resiste pese a la incertidumbre política
Los buenos datos con que arranca el curso en España no pueden oscurecer los importantes desafíos pendientes


Arranca el último cuatrimestre del año con la incertidumbre política todavía abierta, pero con importantes retos económicos por atender. España se enfrenta a este final de año con una situación económica mejor que la inicialmente prevista por los expertos, que han ido mejorando sus estimaciones a la vista de los buenos resultados mostrados en lo que va de año. De esta manera, el crecimiento económico previsto para este 2023 se sitúa ya, a la luz de las previsiones de las principales organizaciones, por encima del 2%, en línea con las proyecciones del Gobierno, y en niveles muy superiores a las que marcaba, para 2023, el consenso de los analistas a finales de 2022.
El empleo, que había dado signos de desaceleración en los últimos meses, ofrece una concatenación de récords de afiliación y creación de puestos de trabajo, y muestra unos registros de paro no conocidos desde hace 15 años. El buen comportamiento del sector turístico, que puede llegar a superar en algunos registros los niveles prepandemia, y la mejora de la competitividad internacional de la economía española han proporcionado un saldo exterior notablemente positivo, pese a la desaceleración de las exportaciones en el segundo trimestre. En lo que va de año, España ha acumulado una capacidad de financiación frente al exterior que es 10 veces superior a la registrada en el mismo periodo de 2022, según datos del Banco de España. Pese al repunte de la inflación de los últimos dos meses, de la mano de los combustibles y el precio de los alimentos, seguimos siendo uno de los países de la eurozona con menor inflación, casi tres puntos por debajo de la media europea.
Sin embargo, la resistencia a la baja que ofrecen los precios en el conjunto de la eurozona no permite entrever una próxima rebaja de los tipos de interés, actualmente en el 4,25%, su nivel más alto en dos décadas. Tampoco en Estados Unidos. En su encuentro anual en Jackson Hole, los banqueros centrales admitían su desconcierto, confesaban que la batalla contra la inflación se está alargando más de lo previsto y que sus modelos monetarios tradicionales chocan con la fortaleza mostrada por el empleo en las principales economías, incluso en los periodos en que algunas de ellas, como Estados Unidos o Alemania, han entrado en recesión. Con todo, la escalada de tipos que arrancó a mediados de 2022 ya se deja sentir con fuerza sobre la economía, con un notable encarecimiento de las hipotecas —y la consiguiente caída de la renta disponible de los hogares—, y en el deterioro de la actividad industrial, muy sensible a las variaciones de precios y de tipos de interés. La caída de los pedidos del sector manufacturero en agosto ha sido mayor de lo previsto y su mal comportamiento empieza a contagiarse al sector servicios. De ahí que los expertos teman que la eurozona vuelva a entrar en números rojos en este tercer trimestre. Las renovadas dificultades de la economía china, sumida en una crisis inmobiliaria y una desaceleración de la actividad, tampoco permiten confiar en un tirón del sector exterior, como bien está notando la industria alemana.
Pese a ese parón, España ofrece una coyuntura bastante favorable en este inicio de curso, aunque nos enfrentamos a importantes retos en los próximos meses. Si la desaceleración exterior se profundiza, veremos una fuerte ralentización en la creación de empleo, y afrontaremos el año 2024 con peores perspectivas. España deberá, además, acelerar en el proceso de consolidación fiscal, una vez que se reactiven las reglas fiscales de la Unión Europea, tras el paréntesis acordado para hacer frente a los efectos de la covid-19 y la guerra en Ucrania. El déficit público se situará en 2023 cerca del 4% del PIB, lo cual significa que en los años 2024 y 2025 se tendrá que hacer un esfuerzo para alcanzar el límite permitido del 3%, algo que solo se puede hacer activando los resortes de unos nuevos Presupuestos Generales del Estado, que este año se antojan francamente difíciles de sacar adelante en la actual coyuntura política. En estas circunstancias, y con una deuda pública todavía por encima del 110% del PIB, los elevados tipos de interés mantendrán alto el pago de sus intereses, con un importante impacto sobre las cuentas públicas.
A medio plazo, la culminación del plan de recuperación, que ha cruzado este año su ecuador, implicará seguir avanzando en el programa de reformas e inversiones bajo la atenta mirada de las instituciones europeas. España ha mostrado su compromiso con el plan estando a la cabeza de su ejecución en toda la Unión Europea, pero muchos de los compromisos asumidos requerirán de un Ejecutivo actuando con plenitud de funciones y capacidades, y cualquier retraso en esta dirección podría afectar al desempeño global del conjunto del plan. Uno de los sectores más afectados por los fondos europeos es el automovilístico, sumido en una profunda transformación estructural que exige una estrecha colaboración entre las autoridades y la industria. Algo similar sucede con otro de los motores de la economía española, el turismo, que afronta importantes desafíos a medio plazo que exigen ser abordados cuanto antes, como los derivados del calentamiento global y la sostenibilidad del modelo, que no pueden aplazarse, sea cual sea la coyuntura política. Tampoco el impacto del cambio climático y los fenómenos climatológicos extremos sobre la agricultura. Ni pueden esperar los planes para fomentar la empleabilidad, especialmente entre los jóvenes, tanto desde el ámbito de la educación como de las necesidades de las empresas. En definitiva, con una situación todavía cargada de incertidumbres, España se enfrenta a este final del año en mejores circunstancias de las esperadas, pero con importantes desafíos que requerirán no bajar la guardia.
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