Navegar
Si un día te sorprende una borrasca en alta mar, deberás estar preparado para capear el temporal, un largo desafío en el que se va a medir tu carácter


El viejo marinero que me enseñó a navegar, me decía: si un día te sorprende una gran borrasca en alta mar, prepárate para un largo desafío en el que se va a medir tu carácter. Se trata de capear el temporal. En ese caso no olvides que esa ola que crees que te va a ahogar es precisamente la que te tiene que salvar. Dispón el tormentín y la vela mayor con sus rizos necesarios a favor de la marea, de forma que unos segundos antes de que rompa violentamente contra el costado de tu barco sea esa misma ola la que lo acune y lo impulse siempre un poco más allá, donde ya no llega su zarpa. Tu deber consiste en aliarte con esa ola que amenaza con hacerte naufragar. Puede que el horizonte esté cerrado, que sople un viento huracanado, que todo el mar esté hirviendo “como cazuela en el horno” como escribe Ausias March en su poema Veles i vents. Tu destino es sobrevivir. Colócate bien el arnés y piensa que el tiempo ya no existe. Como su propio nombre indica, el temporal siempre será pasajero. Pronto o tarde el viento amainará, el oleaje irá cayendo y el sol volverá a salir entre las nubes. Así acontece también en la vida. Al final de la tempestad te va a llegar el veredicto. Hasta ese momento no sabías si eras valiente o cobarde, débil o fuerte, pero el mar te habrá dado tu exacta medida, que va a depender de si supiste aprovechar la fuerza adversa para avanzar. Y aunque llegues a tierra sano y salvo no creas que has vencido. Sucede que por esta vez el mar te ha respetado y si lo celebras en el bar del puerto con una cerveza y dejes caer su espuma a lo largo de tu pecho intrépido, nunca presumas con los amigos de tu pericia. Después de salir victorioso de un duro temporal siempre serás un superviviente y deberás considerar que el hecho de seguir vivo con cierta dignidad es el único desafío. Esa es la lección que me dio el viejo marinero que me enseñó a navegar.
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