¿Tu enemigo?
El único alivio es que en la protesta que vi ayer en el paseo más céntrico de la capital, hacían ruido pero eran pocos

Esta historia empezó en el desconcierto, y continuó, como los mejores relatos de la literatura y el cine, con la suspensión de la incredulidad. ¿Nos está pasando a nosotros o es un sueño contado por un idiota que al despertar sigue al pie de la cama con su reptil impertérrito? Lo único edificante de la tragedia es que animaba a compartir: el dolor, la prudencia, los cuidados de la salud, el gesto amable, el agradecimiento al fin de cada tarde. El aplauso espontáneo era un recuerdo de las ovaciones más señaladas de nuestra vida: a un fallecido en acto de servicio al país, a unos recién casados muy queridos, a la actriz que nos conmovió desde el escenario. Ahora, en ciertas zonas de la ciudad, no en todas, suena el desafinado de las cacerolas, y para quien de joven pateó algún espectáculo mal acabado no se trata de algo escandaloso: el derecho al pateo, que ahora es el derecho al cencerro. Me quedo con la fase primera de la manifestación popular.
Es tan fácil abrir heridas entre los que seguimos vivos. No conviene olvidar que al principio de la pandemia ya hubo manifestaciones de protesta: vecinos que rogaban a sanitarios residentes en su edificio o a un anciano afectado que se fueran a vivir a otro sitio para proteger a los sanos de la comunidad. De esto se dejó de hablar; no sé si se ha dejado de hacer. Ahora llega esta otra que acusa al Gobierno de enemigo de la libertad. Y qué somos los que acatamos la ley por dura que nos resulte, ¿esbirros a sueldo del comunismo internacional?
El único alivio es que en la protesta que vi ayer en el paseo más céntrico de la capital hacían ruido, pero eran pocos. Saqué a ojo la cuenta: todos cabrían, sin apretujones, en el salón del piso más pequeño de los dos que tiene alquilados, con trato de favor, la señora presidenta de Madrid y provincia.
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