El Mayo Zambada: la caída del líder en la sombra del Cartel de Sinaloa que desató la guerra
La controvertida detención del jefe criminal cumple su primer aniversario, mientras el Estado mexicano derrama sangre por la pugna que iniciaron sus secuaces contra los hijos de su viejo socio, Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán
Hasta hace un año, Huertos del Pedregal era un lugar de fiestas y fantasía. Esta urbanización privada del norte de Culiacán, en Sinaloa, contaba con una veintena de lotes campestres y, al menos la mitad, se rentaba para convivios de todo tipo. Era habitual que cada fin de semana se vieran fuegos artificiales en los cielos y que los vecinos reportaran ruidos excesivos por la música en vivo y, en ocasiones, hasta disparos al aire. “Ahora ya no viene nadie”, asegura Ana Becerra, residente del lugar, que alquilaba su parcela para celebraciones. “Los locales están solos y no nos recuperamos, ni siquiera bajándole el precio”, añade.
Huertos del Pedregal quedó fijado en el imaginario popular hace justo un año, cuando empezaron a conocerse detalles de la captura del narco Ismael El Mayo Zambada. Líder en la sombra del Cartel de Sinaloa durante décadas, Zambada apareció en un aeródromo al otro lado de la frontera, el 25 de julio de 2024, como por arte de magia. A todo el mundo le extrañó. ¿El Mayo se había entregado? ¿Acaso había llegado a algún acuerdo de colaboración con las autoridades de Estados Unidos? La nube de especulaciones fue disipándose con el paso de los días, dejando ver una realidad algo distinta, la figura de la traición.
Según relató en una carta que envió ya desde su cautiverio, El Mayo había sido víctima de una trampa, una encerrona que había organizado su propio ahijado, Joaquín Guzmán López, hijo, además, de su socio de tantos años, Joaquín El Chapo Guzmán. Según la versión del capo, ese día acudió a Huertos del Pedregal, convocado por su ahijado, que le había pedido que mediara en el conflicto entre el gobernador, Rubén Rocha, de Morena, y el poderoso político local Héctor Cuén. Rocha y Cuén se habían enfrentado por el modo de nombrar al nuevo rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa y no habían llegado a un acuerdo. Árbitro colegiado del mundo criminal, Zambada parecía la opción ideal.
Pasados ya los 75 años, el viejo capo llegó al fraccionamiento poco antes de las once de la mañana, acompañado de cuatro guardaespaldas. Allá vio a Cuén, a su ahijado, sus pistoleros… “Me llevaron a otra habitación que estaba a oscuras. Tan pronto como puse un pie dentro, fui emboscado. Un grupo de hombres me agredió, me tiró al suelo y me puso una capucha de color oscuro en la cabeza”, relata el narcotraficante. Luego lo subieron a una camioneta, lo llevaron a una pista de despegue cercana y lo subieron a un avión. “Joaquín me quitó la capucha y me ató con bridas al asiento”, añade. Tres horas más tarde, el avión aterrizaba en Texas.

El caso del presunto secuestro del Mayo sigue abierto en México, igual que los crímenes cometidos alrededor, como el asesinato de Cuén —que las autoridades de Sinaloa quisieron vender como un ataque fortuito en una gasolinera, horas más tarde ese mismo día— o la desaparición de dos de los guardaespaldas que entraron con El Mayo al fraccionamiento. Mientras tanto, Huertos del Pedregal vive su propia decadencia. Se ha convertido en un lugar vacío, con piscinas sin agua y palapas desgastadas, abandonadas a las inclemencias del clima, porque no hay manera de conseguir dinero para darles mantenimiento.
Todos presos o muertos
La caída del Mayo ha supuesto el fin de una época en México, no tanto por la guerra posterior, que mantiene enfrentados a sus secuaces contra los hijos del Chapo en una batalla que parece no tener fin. La salida de escena del líder criminal entierra, en realidad, un capítulo de casi 40 años, iniciado tras el asesinato del agente de la DEA Enrique Kiki Camarena, en Guadalajara, en 1985. Fuera quien fuera el cerebro detrás del asesinato, el brutal ataque contra el estadounidense acabó con los cabecillas del narco de la época en prisión. Y aunque alguno salió con el tiempo, caso de Rafael Caro Quintero, no duró mucho en la calle.
El Mayo fue uno de los líderes de la generación posterior, crecida a la sombra del propio Caro Quintero, de Ernesto Fonseca y de Miguel Ángel Félix Gallardo, el Jefe de Jefes. Zambada y su generación emocional, los Carrillo Fuentes, los Beltrán Leyva, los Guzmán Loera, los Arellano Félix, son de Sinaloa, igual que sus predecesores, algunos de la sierra de Badiraguato y otros, como él, de la amplia red de campos que custodian Culiacán al norte y al sur. El Mayo es el más veterano de todos y aunque los medios han dibujado al desaparecido Cartel de Sinaloa como una organización horizontal, Zambada mandó más que nadie. Al menos al principio.

“Son señores de honor, son señores de ley, son señores de sangre, son señores de palabra. Con esa gente no te vas a encontrar una traición. El que traiciona se muere. El poder lo tienen todos juntos; ellos saben que su poder, su gran poder, radica en la unidad”. Son palabras de Zulema Hernández, recogidas por Julio Scherer, en su libro Cárceles. Hernández fue novia del Chapo Guzmán, en sus años de reclusión en la prisión de Puente Grande (Jalisco), a finales de la década de 1990. Las palabras de la mujer interpelan al presente, también a las décadas anteriores, porque la unidad ha sido más bien una excepción todos estos años.
El Chapo escapó de la cárcel en 2001, la célebre historia hollywoodiense del carrito de la lavandería. No se sabe si esa versión de la huida es cierta o falsa, pero su evasión disparó un intento real de poner orden en el narco nacional. Casi todos los periodistas y escritores que se han dedicado al asunto hablan de varias juntas en la época, coronadas por una reunión, ese mismo año, en Cuernavaca. Allá fueron El Mayo y El Chapo, Vicente Zambada Niebla, hijo del primero, que años más tarde se convertiría en testigo de la justicia estadounidense, Alfredo Beltrán Leyva, primo del Chapo, y Vicente Carrillo Fuentes, hermano de Amado, célebre traficante, conocido por su habilidad para colar droga al norte del río Bravo vía aérea.
Según contó en su día el periodista Alberto Najar, el objetivo era “la reestructuración de la organización en todo el país para el tráfico, traslado y acopio de drogas”, esto es, saber por dónde trabajaba cada uno y con quién, para no pisar las faldas de nadie. Aquello funcionó a medias. El Chapo y El Mayo afianzaron su relación, los Beltrán y los Carrillo les siguieron. Pero los Arellano, que al parecer no habían ido a la reunión y habían afianzado un espacio en Tijuana, pronto empezaron a protestar. La guerra siguió, la unidad se esfumó y el paso de los años solo abrió más grietas. El Chapo se peleó con los Beltrán, también con los Carrillo y los primeros se aliaron con grupos del Golfo.
De aquella generación, ya no queda ni uno en la calle. Todos están presos o muertos, salvo uno de los hermanos del Chapo, Aureliano, que siempre fue un poco a la suya. La guerra sigue, ahora protagonizada por algunos de sus herederos, una nueva generación de traficantes, adictos a las redes sociales y a la propaganda, que han tomado Culiacán y alrededores, situación novedosa, como su campo de batalla. En estos 10 meses y medio de guerra, Sinaloa cuenta ya 1.600 asesinatos y 1.800 personas desaparecidas. Además, se han documentado más de 100 bloqueos carreteros, el incendio de más de 50 viviendas y negocios comerciales y el desplazamiento forzado de por lo menos 3.000 familias en zonas rurales.

La leche
En la colonia Las Quintas, una de las más tradicionales de Culiacán, el esqueleto metálico de una nueva construcción se yergue, adormilado, en un predio, por lo demás, desierto. Pocos vecinos ignoran que allí, una vez, funcionó la fábrica Santa Mónica, una lechería, parte del entramado de empresas legales del clan Zambada. En las pocas entrevistas que ha dado, El Mayo siempre se ha presentado como un hombre de campo. A pesar de las acusaciones que pesan sobre él por asesinato, desaparición forzada de personas, tortura, tráfico de droga, trasiego de armas, lavado de dinero y una larga lista de crímenes, siempre ha señalado que él es agricultor y ganadero.
Durante muchos años, los vasos de leche que llegaban a las mesas de miles de niños de Sinaloa salían de la fábrica Santa Mónica. Pocos pensaban que la industria ocultaba en realidad una operación de lavado de dinero, cosa que se supo en la década de 2000. Disputas legales mediante, la familia del capo trató de levantarla de nuevo, en una fábrica distinta, sin demasiado éxito. Hasta el año pasado, aún podían encontrarse botellas de la leche del Mayo en algunas tiendas de Culiacán, remanentes de un imperio caído, decadencia paralela a la empresa criminal del patriarca familiar, que vive encerrado en EE UU.
La sombra del Mayo pervive en Culiacán. Hay personas que juran que alguna vez comieron en restaurantes de la colonia Las Quintas y quedaron encerradas, con las persianas abajo y una tensión acompañada de hombres que retiraban teléfonos celulares y cámaras mientras entraba el capo, quien, al final de ese breve secuestro culinario, les pagaba la cuenta a cambio del silencio. Hay otras que viven en los ranchos al sur de Culiacán, que cuentan que El Mayo estaba presente cada día patronal de las iglesias de la región para celebrar en privado a la Virgen de Guadalupe, la de la Candelaria o a San Francisco, un hombre fiel, devoto y acostumbrado a rezar por sus hijos, sus mujeres y sus negocios.
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