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Miyawaki en Nezahualcóyotl: el método japonés para crear bosques llega a México

Este municipio aledaño a la capital mexicana y rodeado de cemento sufre el efecto de isla de calor. Al rescate llegó la comunidad con este método de plantación acelerada de árboles

Una voluntaria amarra una planta tras plantarla en la Universidad Tecnológica de Nezahualcóyotl, Estado de México.

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En castellano, el concepto japonés satoyama, se traduce como “pueblo” y “montaña”. Son entornos rurales en los que las comunidades gestionan bosques y tierras de cultivo basados en un sistema sostenible; aprovechando sus recursos, sin perjudicarlos, en una especie de pacto sagrado entre humano y naturaleza para vivir en armonía. Una noción que hoy, más que nunca, necesita ser aplicada en Nezahualcóyotl, un municipio del Estado de México, en donde el gris del asfalto es la regla y el verde es la excepción. Nezayork, como se le conoce jocosamente, arde al ritmo de las cumbias que suenan a todo volumen en sus calles, que han sido construidas sobre lo que fue el lago Texcoco. Ahora están, literalmente, sobre la sal.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Japón puso todos sus esfuerzos en un ambicioso plan de recuperación económica con una consecuencia: la urbanización y el crecimiento industrial rompieron ese pacto con la naturaleza en todo el país, incluidos los satoyama. La crisis ambiental comenzó a manifestarse en niveles alarmantes de contaminación del aire y el agua, y enfermedades en los habitantes. Pero en la década de los setenta, el Gobierno aprobó leyes ambientales para mitigarlo y en 1973 decretó que las fábricas de cierto tamaño debían destinar el 20% de su superficie a áreas verdes.

Akira Miyawaki, un botánico nacido en Okayama, llevaba años catalogando las especies nativas de su país. Su experiencia lo volvió una figura clave en los intentos de las empresas por cumplir con las nuevas normativas ambientales. Su primer trabajo fue con Nippon Steel, una poderosa fabricante de acero, creando bosques en sus plantas de producción. El método se expandió rápidamente a otras compañías como Tokyo Electric Power Company, una productora de energía, y Honda Motor Company, pieza clave de la industria automotriz. Así nació el método Miyawaki, una técnica de forestación que crea bosques nativos de rápido crecimiento y alta biodiversidad en medio de urbes o, incluso, terrenos deteriorados. Este estilo de plantación hace que la vegetación compita por los recursos, acelerando su crecimiento. Un bosque plantado con esta técnica puede crecer en 30 años y no necesita mantenimiento después de tres años de crecimiento.

El método ha sido replicado en Italia, India, Brasil, Chile o Jordania. Y ahora llegó a Nezahualcóyotl, un municipio en el oriente del Estado de México y, en la práctica, un suburbio de la enorme capital mexicana, que este 6 de mayo acogió en su Universidad Tecnológica a voluntarios y profesionales para darle vida a este nuevo bosque en un terreno en desuso de 600 metros cuadrados.

Nicolás Corral, silvicultor chileno que lideró la plantación de este bosque, explica que el proceso arranca con una retroexcavadora que “descompacta el suelo y le da un último volteo para que se suelte”. Luego, incorporan materia orgánica —compost y residuos agrícolas e industriales urbanos— para “revivirlo”. La plantación se hace en alta densidad, con tres plantas por metro cuadrado, porque, según Corral, “el bosque no se regenera en cuadrículas ni grillas como en las reforestaciones convencionales, que vienen de un pensamiento matemático productivo agrícola”. Esta forma de sembrar, dice, busca imitar las dinámicas del bosque natural y así, “maximizar la supervivencia, el crecimiento y la interacción entre fauna, flora y fungi”.

En unos años, este espacio podría registrar una temperatura de entre 10 y 15 grados centígrados menos que su entorno urbano, asegura Nicolás Corral. “Se va a infiltrar más agua de lluvia, menos escurrimientos, y eso acelerará la recuperación espontánea del suelo”. El bosque también funcionará como fuente de semillas dispersadas por aves, un núcleo vivo en medio del cemento. “Aquí no había nada más que maleza, ahora será un espacio para la restauración y la educación ambiental”.

Una voluntaria pone tierra a una planta Retama durante la jornada de plantación para un nuevo bosque de Bolsillo en la Universidad Tecnológica de Nezahualcóyotl. (Ginnette Riquelme)

En total, se han plantado 25 especies nativas y 1.500 plantas. Según Gabriel Orrego, bosquicultor chileno, se buscaron especies con diferentes funciones ecosistémicas: “Plantas que sepan cómo encontrar el fósforo en el suelo, que sean fijadoras de nitrógeno, que traigan polinizadores. Entre más diversidad, tenemos mayor complejidad ecosistémica y eso significa resiliencia”. Para ello, se han utilizado agaves, opuntias, cilindro-opuntias y cardones, especies propias de zonas áridas como esta. También retamas y dodoneas, que preparan el camino para una vegetación más frondosa. Se han introducido tepozanes, fresnos y colorines, así como algunas herbáceas clave, como las asclepias, para promover la polinización.

María Guadalupe Morales trabaja en los servicios administrativos de la universidad. El día de la siembra guía a los voluntarios. Se mueve con desparpajo por todo el terreno: se ensucia las manos con tierra, contesta llamadas telefónicas, da indicaciones y observa, con satisfacción, cómo ese terreno que nadie miraba antes se está transformando. Lupita, como la llaman sus colegas, señala los cerros que se ven a lo lejos, atiborrados por una mancha grisácea de casas. Recuerda su adolescencia, cuando subía a esas montañas, aún verdes, y no había tanto pavimento: “Todo el sembradío y la vegetación se acabaron. Es mucho pavimento el que hay ahora, y todo se dio a raíz de la colonización. Empezó a migrar mucha gente, y todo se concentró de este lado. Hoy en las calles hay uno que otro árbol, pero nada más”, cuenta.

El origen de Neza, como se le conoce al municipio, explica los retos ecológicos a los que se enfrenta. Los primeros habitantes, migrantes provenientes de Guerrero, Michoacán, Jalisco, Oaxaca o Puebla, empezaron a asentarse a orillas del lago Texcoco. Con el tiempo, las viviendas se cimentaron sobre el lago desecado, un terreno salino y hostil. La expansión fue rápida, sin tiempo para la planeación, sin tener en cuenta la conservación de las zonas verdes.

Vista de la escultura al Guerrero Chimalli en una avenida que colinda con Nezahualcóyotl.

Hoy, 62 años después de su creación oficial, Neza experimenta el efecto llamado “isla de calor”, que concentra altas temperaturas. Es, además, uno de los municipios más densamente poblados del país, lo que pronuncia sus desafíos ambientales. El efecto, explica Andrea Guzmán, urbanista y gestora de la creación de este bosque en México, se intensifica por la acumulación de superficies oscuras y duras como pavimentos, industriales, coches y aires acondicionados. “Son zonas sin follaje, donde no hay plantas ni árboles que absorban el calor. En su lugar, el pavimento lo retiene y lo refleja, haciendo que la temperatura aumente aún más”.

Por eso, la plantación de este primer “bosque de bolsillo”, como también se le ha llamado al método del botánico japonés, es un símbolo para la comunidad y para los estudiantes. Guzmán, que trabajó de la mano con SUGI, una plataforma global dedicada a la creación de estos bosques en áreas urbanas, sabe que esta no es una solución total al problema, pero sí un paso: “Los bosques Miyawaki no van a venir a solucionar todos nuestros problemas”, dice. “No es píldora, pero sí van a solucionar un problema de los mil que tenemos. Necesitamos un sistema de soluciones y esta es una”.

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