Rui Díaz, escritor y profesor: “Cada generación crea su jerga para diferenciarse de los adultos y no hay nada más terrible que un mayor intentando hablar como si fuese joven”
El también músico extremeño mezcla temas como el ‘bullying’, el duelo, la amistad o el paso de la adolescencia a la madurez en su debut como autor de novela juvenil con ‘La casa del árbol’, ganadora del XXIV Premio Alandar 2025


A Rui Díaz (43 años, Badajoz) le gusta el terror, ese que no es tangible, que sobrevuela sobre las buenas historias miedo. También es observador, y como profesor de Lengua y Literatura en el IES Castillo de Luna, en Alburquerque (Badajoz), lleva fijándose en cada detalle de sus alumnos desde hace más de 15 años. Aunque ponerse cada día delante de todos esos jóvenes en plena época de cambios pueda dar miedo, él es valiente, por eso la hazaña de escribir su primera novela juvenil, La casa del árbol (Edelvives, 2025), le ha llevado a alzarse con el último Premio Alandar que concede la editorial juvenil más longeva de España.
“Llevaba unos cuantos años planteándome probar a escribir algo que pudiese gustar a mis alumnos y que le gustase a mi yo de cuanto tenía 14 años”, explica en conversación telefónica el escritor, que, hasta la fecha, ha publicado cuatro novelas para adultos, entre las que se encuentra El cuento del espejo (Fundación José Manuel Lara, 2019), con la que ganó el XXXVIII Premio de narración corta Felipe Trigo, y su última recopilación de cuentos, Los reyes muertos (Aristas Martínez, 2022). También ha participado en tres guiones cinematográficos premiados por la junta de Extremadura y es guionista en el programa de ficción sonora El gran buscador, en RNE audio. Además, forma parte del grupo musical Rui Díaz & La Banda Imposible.
Unos alumnos, como opina Díaz, a los que hay que animarles a que no dejen de leer cuando pasan de la infancia a la adolescencia: “Como adultos debemos defender con uñas y dientes la lectura y hacerles ver que les ha acompañado siempre y que ha sido funcional para ellos”. En su nueva novela, a través de un lenguaje accesible —“privilegios de estar actualizado por ellos”, explica—, se tratan temas como el bullying, el duelo o la justicia social, todo con el telón de fondo de una leyenda y una casa abandonada en un pueblo extremeño junto a la frontera con Portugal.
PREGUNTA. La casa del árbol es una novela que navega entre el thriller y el terror. ¿Son géneros que enganchan a muchos jóvenes a la lectura?
RESPUESTA. Sí, completamente. Desde que soy profesor siempre he visto un gusto tremendo por el terror. Alguna vez incluso hemos contado historias de miedo en el aula, creando ambiente, bajando las persianas y poniendo música terrorífica de fondo. El terror de ficción creo que funciona muy bien en cuanto a ir marcando límites, porque te permite, de algún modo, evadirte del mundo real que con esa edad ya empieza a conocerse a través de las noticias. Y te permite, a la vez, poder abandonarlo cuando cierras el libro. Y también porque sirve de excusa para hablar de otros temas.
P. Como, por ejemplo, del duelo, que es un asunto que está presente en la novela y que las familias pueden hablar con los hijos.
R. Sí, es necesario hablar de ese tema con los adolescentes. Es una de las cosas que más me interesaba del personaje de Lara porque, de repente, con 15 años, es adulta, es la que está haciendo las funciones de madre. Es muy injusto, muy duro, y me interesaba poner el foco ahí porque creo que es algo que es necesario hablar y tratar en familia. Y, por supuesto, con un especialista, porque uno puede poner los oídos para escuchar y dar su punto de vista, pero hay determinadas cosas que hay que trabajar con especialistas para que no acaben convirtiéndose en un peso que cargar como adultos.
P. Usted que está tan cerca de los adolescentes, ¿cómo es el público lector juvenil?
R. Hay muchos más lectores que cuando yo tenía su edad. Detesto ese discurso que tienen los adultos de que ahora los adolescentes leen menos, porque es completamente mentira. Leen mucho más. Otra cosa es que lean lo que los adultos consideran que deberían leer, pero eso es completamente ridículo y absurdo. El lector tiene que ir creciendo y creándose a medida que va asimilando lecturas, y hay una lectura para cada momento. Es verdad que hay un salto cuantitativo de la infancia a la adolescencia, pero es normal que se abandonen ciertas cosas porque hay otras que hacen mucho ruido.
P. Como la tecnología.
R. Sí, siempre y cuando se utilice como herramienta, genial. Pero soy muy partidario de que dejen las pantallas lo más aparte posible. En un mundo en que todo es super rápido, todo son destellos fugaces, cosas que duran 20 segundos… el hecho de parar y hacer algo que sea solitario como puede ser la lectura es fantástico. Y si eso son capaces de verlo es algo que no van a abandonar jamás.
P. En una parte de la novela dice que “los adultos se empeñan en esconder las cosas feas”. ¿Están los adolescentes sobreprotegidos?
R. Puede ser, pero no seré yo quien culpe a los adultos porque creo que todo el mundo intenta hacerlo lo mejor que puede. No quieres repetir ciertos patrones con las siguientes generaciones y, al final, siempre acaba siendo una especie de prueba y error. Cada generación da un pequeño paso hacia una mejor comunicación, siendo complicada entre padres e hijos porque en la naturaleza del adolescente está el enfrentarse a lo establecido y el primer poder establecido que tienen es el de sus padres. Pero creo que, al final, todo acaba calando de algún modo. Siempre hay que ir con la verdad por delante e irla dosificando, porque hay muchas maneras de contar la verdad.
P. También menciona en la novela que los jóvenes desconfían de los adultos. ¿Por qué?
R. Sí, desde el propio lenguaje. Cada generación va creando su propia jerga para diferenciarse de los adultos y no hay nada más terrible que un mayor intentando hablar como si fuese joven. Todos hemos vivido ese momento cuando nuestros padres decían “guay”, y, entonces, esas palabras mueren porque es como que el código ya se conoce y hay algo que no funciona. Es algo natural y no tiene por qué ser malo. Es, simplemente, el adolescente convirtiéndose en adulto y aprendiendo a ser independiente, a valerse por sí mismo y a tener su propia voz. Entonces, tiene que enfrentarse con la figura que ha sido un dios, porque nuestros padres son dioses durante la infancia y luego descubrimos que son humanos. Ese es un momento muy duro, pero es clave para la madurez.
P. La amistad, como la de las tres protagonistas, ¿sigue siendo el gran refugio de la adolescencia?
R. Sí, me interesaba mucho hablar de esa amistad al margen. De esas personas que vienen de un grupo de amigos del colegio, de toda la vida, y llega un momento en que se dan cuenta que no tienen nada en común con ellos y se sienten solas. La adolescencia es muy complicada por muchísimos motivos, principalmente porque estás aprendiendo a ser y a abrazar lo que te hace a ti diferente y, con suerte, a no esconderlo. Creo que era importante mostrar que llega el momento en el que por solo que te encuentres, te encontrarás con gente afín, que van a convertirse en casa de algún modo, en un espacio seguro y que te van a entender. Y con toda la oscuridad de la novela necesitaba que esa fuese la luz.
P. ¿Que les guste leer a los adolescentes les ayuda a tener un pensamiento crítico?
R. Por supuesto. Ahora que soy profesor de segundo de Bachillerato, y tengo la suerte de que son alumnos a los que les he dado varios años clase, siempre les he dicho que aunque sea solo por la PAU [Pruebas de Acceso a la Universidad] tienen que leer al día cinco minutos artículos de opinión o cualquier cosa porque viven en el mundo. Está bien que ahora mismo su mundo sea más pequeño, pero van a empezar a crecer, y tienen que empezar a tener sus propias opiniones, aunque se confronten a las de los adultos. Al final, leer lo que hace es sentar las bases de un mundo infinitamente más grande. No solo da una manera de entender el mundo, sino, sobre todo, de entenderte a ti mismo en el mundo, que es lo más importante.
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