La creciente popularidad de la princesa Aiko reabre el debate sobre la sucesión imperial masculina en Japón
La primera ministra, la ultraconservadora Takaichi, se ha mostrado contraria a reformar el sistema que veta el trono a las mujeres pese a la falta de hijos varones del emperador Naruhito


La princesa Aiko de Japón, la única hija del emperador Naruhito y su esposa, la emperatriz Masako, ha cumplido este lunes 24 años con la popularidad en auge, y una creciente presencia en actos oficiales. Su ascendente prestigio ha reabierto el debate, en una sociedad patriarcal y tradicionalista, sobre la posibilidad de que una mujer herede el trono, a pesar de la ley sálica que gobierna las reglas niponas de sucesión imperial.
La discusión aterriza en un país que ya rompió con los prejuicios de género hace poco más de un mes al investir por primera vez a una mujer, Sanae Takaichi, al frente del Gobierno, cuando muy pocos lo creían posible. Las encuestas, además, muestran un sólido apoyo ciudadano a la idea de que Aiko, o cualquier otra congénere en el futuro, pueda ser la heredera.
Los partidarios de Aiko reclaman que se lleve a cabo el cambio cuanto antes, como una forma de salvaguardar la línea dinástica de la monarquía reinante más antigua del mundo. Hay cierta sensación de urgencia, con Hisahito, el sobrino de Naruhito, de 19 años, convertido en estos momentos en el único descendiente varón perteneciente a la generación más joven de una menguante familia imperial.
Los expertos advierten de que la modificación legislativa no sería fácil, al contar con la oposición de los diputados conservadores, renuentes a meterse en un asunto tan delicado. La propia Takaichi —a la que muchos consideran poco inclinada a implementar políticas orientadas a reducir la desigualdad de género— se ha pronunciado en el pasado en contra de alterar el sistema sucesorio actual.
Las reglas están determinadas por la Ley de la Casa Imperial de 1947. En teoría, enmendar esta norma —una ley ordinaria— es menos exigente que revisar la Constitución. Basta un proyecto de Ley presentado por el Gobierno o por los miembros de la Dieta (el Parlamento nipón) y su aprobación por mayoría simple en ambas cámaras, explica Makoto Okawa, profesor de Historia en la Universidad de Chuo en Tokio.
“Sin embargo, cualquier ley relativa a la institución imperial tiene un peso excepcional para el Estado japonés, por lo que es necesario alcanzar un amplio consenso nacional con mucho cuidado”, advierte este académico. “Incluso si la mayoría de los ciudadanos está a favor de la reforma, el acuerdo debe forjarse mediante deliberaciones de un panel de expertos, negociaciones bipartidistas y una comisión especial de la Dieta”.
Okawa ve “casi imposible” una reforma significativa con la actual coalición gobernante, formada por el Partido Liberal Democrático de la ultraconservadora Takaichi con el apoyo del minoritario Partido de la Innovación. “Probablemente, sería necesario un cambio de Gobierno, liderado por partidos de la oposición como el Partido Democrático Constitucional [de centroizquierda], que se han mostrado más abiertos a la idea de una emperatriz”, añade Okawa por correo electrónico.
Sondeos recientes, como uno publicado en mayo por el diario Manichi Shinbum, muestran que el 70% de los encuestados está a favor de que las mujeres hereden el trono. Otro de la agencia Kyodo en 2024 elevaba el apoyo al 90%.
La popularidad de Aiko crece gracias en parte a una agenda que ha ido tomando peso en casa y en el extranjero. La princesa se graduó el año pasado en la Universidad Gakushuin, donde estudiaron su padre y otros miembros de la realeza. Desde entonces, ha participado en tareas oficiales y trabajado para la Cruz Roja japonesa. En junio, acompañó a sus padres por primera vez a Okinawa en una visita dedicada a honrar a los muertos en la II Guerra Mundial; en agosto, en Nagasaki, participó en una ofrenda floral a las víctimas de la bomba atómica, siguiendo la estela de su progenitor, que ha dado siempre relevancia a trasmitir la tragedia del conflicto a los jóvenes. En noviembre realizó su primer viaje oficial en solitario, a Laos.
“Los conservadores que se oponen a una emperatriz, aunque no lo digan explícitamente, parecen creer que los hombres son superiores a las mujeres”, expone también por correo electrónico Hideya Kawanishi, profesor de la Universidad de Nagoya y experto en monarquía. Precisamente por eso no quieren que el emperador, símbolo de la nación, sea una mujer, agrega.
Kawanishi cree, en cambio, que ayudaría a arraigar una verdadera igualdad de género, acercando Japón a una sociedad europea. “Para superar esta oposición, probablemente será necesario que la opinión pública exprese una demanda aún más firme a favor del establecimiento de una emperatriz”.
La presión en la casa real por dar hijos varones ha marcado a las consortes. La madre de Aiko, Masako, una exdiplomática formada en Harvard, sufrió una fuerte depresión que la mantuvo recluida dentro del palacio durante más de una década, una situación derivada en parte por el apremio a engendrar descendencia masculina.
Los emperadores varones son abrumadora mayoría en la historia de Japón, pero ha habido periodos en los que el acceso al trono de las mujeres no era infrecuente: fueron seis entre finales del siglo VI y finales del VIII; ocho en total a lo largo de diez dinastías imperiales; la última, Go-Sakuramachi (1762-1771), reinó hace más de dos siglos y medio.
La restricción de la sucesión a los hombres de la línea paterna data de la Ley de la Casa Imperial de 1889, que inspiró la actual. En estos momentos, el emperador Naruhito —de 65 años y entronizado en 2019— solo cuenta con tres herederos: el más joven es el príncipe Hisahito, de 19; su hermano, el príncipe Fumihito, tiene 60, y su tío, el príncipe Hitachi, 90.
El debate sucesorio, que ha acompañado a Aiko desde su nacimiento, tiene además ecos en España, donde la Constitución establece la preferencia del varón para determinar el orden sucesorio entre descendientes del mismo grado. La discusión sobre una reforma cobró fuerza con el nacimiento de la princesa Leonor, pero se esquivó finalmente cuando los actuales Reyes de España tuvieron una segunda hija, y se plantaron; será un problema que muy posiblemente tocará abordar en el futuro.
Igual que España, Japón es una monarquía parlamentaria en la que el emperador es un símbolo del Estado y de la unidad del pueblo, con funciones puramente ceremoniales. Varios paneles gubernamentales le han dado vueltas a posibles reformas. En 2005, una comisión de expertos reclamó permitir que las mujeres sucedan al trono, y eliminar la norma que solo permite la descendencia por línea masculina. Hace tres años, otro panel propuso alguna enmienda, como admitir que las mujeres de la realeza conserven su título y sus funciones públicas cuando se casan fuera de la familia. Pero sugirió no cambiar las normas de linaje masculino al menos hasta que el príncipe Hisahito se convierta en emperador.
En 2024, el Comité de las Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer sí recomendó revisar las reglas sucesorias. Generó una tremenda polémica en Japón. El historiador Okawa cree que el acceso de Aiko al trono podría servir de fuerza unificadora, ayudando a salvar las crecientes divisiones sociales y políticas dentro de la sociedad japonesa. “En un momento en el que el renacimiento patriarcal parece estar cobrando impulso, la presencia simbólica de una emperatriz miyabi [concepto estético de elegancia japonesa] podría suponer un gran estímulo para las mujeres que siguen sufriendo discriminación”.
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