Ir al contenido
_
_
_
_

Ojo por ojo, Ucrania quiere que los rusos también se queden sin luz

Mientras Rusia provoca con sus bombardeos apagones diarios de hasta 12 horas en el país invadido, los drones ucranios apuntan ahora a la red eléctrica de su enemigo

Apagón en la ciudad ucrania de Járkov tras un ataque de Rusia
Cristian Segura

Robert Brovdi, comandante de las divisiones de drones de las Fuerzas Armadas de Ucrania, no es solo reconocido por sus logros militares, también lo es por sus bravatas. El 1 de noviembre, en sus redes sociales, Brovdi advirtió con ironía a los rusos de que se prepararan para vivir a oscuras: “Los apagones no dan miedo. Son solo un poco incómodos... Los pájaros de las Fuerzas de Sistemas de Drones, junto con otras capacidades de largo alcance de Ucrania, prometen a los rusos una adaptación rápida, aunque algo forzada". El mensaje de Brovdi se produjo pocas horas después de que un bombardeo ucranio dejará sin luz la localidad de Jukovski, en la periferia de Moscú.

Las ciudades ucranias están sufriendo otro año más interrupciones generalizadas en el suministro de la luz por los ataques rusos contra su red eléctrica. Los apagones son diarios y duran entre cuatro y ocho horas. Aunque hay días peores: este sábado, tras un bombardeo ruso con 25 misiles balísticos y más de 450 drones bomba, Kiev estuvo más de 12 horas sin electricidad. La empresa Centrenergo, una de las generadoras de electricidad de referencia en Ucrania, confirmó que la actividad de sus dos centrales térmicas había parado por completo.

La población se ha acostumbrado a la oscuridad, pero en los meses de frío el inconveniente va más allá: si el corte de luz es especialmente prolongado, el bombeo del agua se interrumpe, también el sistema de calefacción o la cobertura de teléfono móvil, porque las antenas que amplifican la señal dejan de poder operar.

“Si nos quieren dejar sin luz, deben entender que nosotros haremos lo mismo”, afirmó el 8 de octubre Volodímir Zelenski. El presidente ucranio mencionó, como hizo este noviembre Brovdi, que sobre todo Moscú debería ser el lugar “en el que los rusos sientan las consecuencias de esta guerra”. Las declaraciones de Zelenski llegaban un día después de que un ataque contra el sistema eléctrico en la provincia rusa de Bélgorod interrumpiera el suministro eléctrico y la conexión a internet de 40.000 hogares.

Golpes a diario

Bélgorod es una región rusa colindante con Ucrania. Las provincias rusas más próximas al campo de batalla, como Bélgorod, son las más afectadas por la represalia ucrania, aunque sin sufrir la escala masiva de apagones que padece el país invadido. Drones ucranios destruyeron en la madrugada del pasado día 2 una subestación eléctrica de la provincia vecina de Kursk. Esa noche también fue dañada una central térmica en la ciudad de Oriol, a 170 kilómetros de la frontera, según informó Brovdi en un comunicado. En total, según su versión, fueron destruidas cinco subestaciones eléctricas esa madrugada.

Lo mismo se repitió en las siguientes madrugadas. Las autoridades regionales rusas confirmaron el pasado día 3 apagones para miles de hogares en las provincias de Kursk y Volgogrado, esta en el sur de Rusia, después de que drones ucranios cayeran sobre subestaciones eléctricas. Un día después fueron objetivo instalaciones energéticas en la provincia de Vladímir, al este de Moscú (a 650 kilómetros de la frontera ucrania), y una central térmica en la provincia de Oriol.

El último golpe ucranio se produjo este domingo al apuntar a una red de alta tensión en Taganrog, ciudad rusa colindante con la provincia de Donetsk, dejando a barrios enteros del municipio sin suministro eléctrico. En la madrugada del domingo, medios rusos informaron de que misiles ucranios impactaron en una central eléctrica de la ciudad de Voronez.

Aunque la respuesta ucrania es menor en daños y bajas humanas comparada con la rusa, la lógica del ojo por ojo plantea dudas en cuanto a las leyes de la guerra. Tanto Kiev como la Unión Europea insisten desde 2022 en que la estrategia rusa de dejar sin luz ni servicios mínimos a la población civil es un crimen de guerra. La Convención de Ginebra tipifica que utilizar como arma una infraestructura civil o destruirla es un crimen. Como ejemplo, el ministerio de Exteriores ucranio advertía de esta manera el 31 de octubre en un comunicado de que Rusia había atacado estaciones eléctricas que ponían en riesgo la seguridad de sus centrales atómicas: “Los ataques deliberados contra infraestructuras energéticas civiles que afectan directamente a instalaciones nucleares llevan la marca del terrorismo nuclear y constituyen una grave violación del derecho humano internacional”.

Los aliados occidentales de Ucrania evitan comentar la estrategia ucrania. Solo en abril de 2024, durante la primera campaña de bombardeos ucranios contra refinerías de petróleo y centros gasísticos rusos, la Casa Blanca de Joe Biden elevó la voz porque consideraba que la estrategia ucrania podía desestabilizar el mercado internacional del petróleo. Celeste Wallander, subsecretaria de Defensa de Estados Unidos, fue más allá durante una comparecencia en abril de 2024 en el Congreso: “Estamos preocupados por esta cuestión de que se ataquen infraestructuras críticas cuando se trata de objetivos civiles, porque Ucrania se compromete con los más altos estándares del respeto de las leyes de un conflicto armado, y esto es uno de los elementos de ser una democracia europea”.

Un año y medio después, los drones ucranios castigan todavía con más intensidad la industria rusa de hidrocarburos. El objetivo es dañar su capacidad de exportación de gas y petróleo (principal fuente de ingresos del Estado y, por ende, de su maquinaria de guerra), además de provocar un encarecimiento de los carburantes para la población.

Las unidades de Brovdi, los drones de los servicios de inteligencia del ministerio de Defensa Ucranio (GUR) y de los Servicios de Seguridad de Ucrania (SSU) son las tres patas del poderío aéreo ucranio que están golpeando con eficacia y a diario la industria rusa vinculada al petróleo y al gas, incluso con ataques a 2.000 kilómetros de sus fronteras. “Es matemática pura, nuestros ataques están teniendo más impacto que las sanciones”, dijo el 16 octubre el jefe del GUR, el general Kirilo Budánov.

Solo en la pasada primavera hubo un momento de pausa en el intercambio de estos bombardeos de largo alcance. El presidente ruso, Vladímir Putin, anunció en marzo la suspensión temporal de los ataques contra los centros de generación eléctrica de Ucrania, un movimiento acordado con el presidente de EE UU, Donald Trump.

Kiev, por su lado, aceptó frenar a sus drones de largo alcance contra la industria energética rusa. El acuerdo se mantuvo de forma tácita hasta que el pasado agosto se activó una nueva ofensiva, la más dura en casi cuatro años de guerra, contra el petróleo y el gas enemigo. Rusia respondió este otoño activando una campaña periódica de destrucción de la red eléctrica y gasística del país invadido. El resultado es que el ruido de los generadores de gasóleo vuelve a ser la banda sonora de la guerra en las calles de toda Ucrania.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa y en 2025, el premio internacional de periodismo Julio Anguita Parrado.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_