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François Hollande: “Macron no tiene convicciones profundas. Actúa según las circunstancias”

El expresidente francés, todavía un peso pesado del socialismo, celebra la suspensión de la reforma de las de pensiones y que su partido haya evitado tumbar a Lecornu: “Volvemos a ser una fuerza de gobierno”

Daniel Verdú

Algunas heridas nunca llegan a cicatrizar completamente. El tiempo y ver la descomposición de quien las provocó, sin embargo, pueden ayudar a relativizar. Ha pasado mucho tiempo desde que un precoz Emmanuel Macron fuera consejero económico y luego ministro de Economía bajo el mandato del presidente socialista François Hollande. También de la traición que el jefe del Estado sintió al ver a su pupilo, con quien no se habla, crear un partido político sin avisarle, cerrándole el paso a la reelección. Hoy, mucho tiempo después, en plena descomposición del macronismo, el ciclo vuelve a cerrarse.

François Hollande (Rouen, 70 años), expresidente de la República y peso pesado de ese universo socialdemócrata, aparece en su despacho de la calle Rivoli, justo delante de los jardines de las Tullerías y del Sena, para la entrevista con EL PAÍS y otros dos diarios del grupo LENA. El jefe de Estado entre 2012 y 2017 está contento. Cree que el Partido Socialista acertó aceptando no apoyar una moción de censura contra el primer ministro Sébastien Lecornu a cambio de suspender la reforma de las pensiones. Se terminaron los experimentos, las alianzas con La Francia Insumisa y el populismo. Y, sobre todo, acabó el macronismo. Porque en realidad, dice, nunca llegó a existir.

P. ¿Los socialistas han salvado al Gobierno de Lecornu?

R. Fue Lecornu quien se salvó a sí mismo. Los socialistas le permitieron presentar un Presupuesto y llegar hasta el final del debate, pero él hizo el gesto decisivo suspendiendo la reforma de las pensiones. No solo lo esperaban los socialistas, sino la CFDT [el principal sindicato francés] y el conjunto de las organizaciones sociales. Más allá incluso de la izquierda, una gran parte de la opinión pública lo esperaba. Lecornu se ha emancipado —y era necesario— de Macron, al cuestionar una reforma a la que el jefe del Estado se aferraba.

P. ¿Suspenderla supone el entierro del macronismo?

R. No sé muy bien qué es el macronismo. En realidad, nunca existió. No se puede reducir un mandato presidencial a una sola reforma, incluso si se trata de la de las pensiones. Si esa reforma tuviera sentido, habría debido enmarcarse en una reflexión global sobre el trabajo, sobre la igualdad entre los franceses según la dureza laboral, y acompañarse de un verdadero diálogo social. Pero no se hizo y por eso hoy está suspendida.

P. Dice que no sabe qué es el macronismo. Pero ha visto a Macron evolucionar: partió de la izquierda, gobernó desde la derecha y ahora, por necesidad, se acerca de nuevo a la izquierda. ¿Cómo explica esa trayectoria?

R. Macron no tiene convicciones profundas ni una historia política definida. Nunca ha dirigido un partido ni ejercido un mandato local que lo arraigara en un territorio. Evoluciona según las circunstancias. Al principio fue consejero en un Gobierno de centroizquierda, luego ministro reformista, más tarde candidato socioliberal en 2017, antes de convertirse en un presidente de derecha liberal, autoritario y vertical. Algunos ven en ello pragmatismo. Yo veo una deriva causada por la falta de columna vertebral ideológica.

P. ¿Cuál es, según usted, su objetivo?

R. Quiere terminar su mandato con honor. Y ha comprendido que, para lograrlo, debe delegar una parte de su poder ejecutivo en el primer ministro.

P. Dice que Lecornu se está emancipando. ¿Pero no sigue siendo el Elíseo quien decide?

R. La relación entre el primer ministro y el presidente ya es cosa del pasado. Lo importante ahora es saber si el Gobierno podrá, en el debate presupuestario, encontrar un compromiso que le permita durar. Lecornu prometió no recurrir al artículo 49.3 [el artículo que permite aprobar por decreto las iniciativas del Gobierno], recordando que el Ejecutivo propone, la Asamblea Nacional delibera y vota. Veremos si surge un texto de consenso. Por eso sigue existiendo incertidumbre, no tanto sobre el método, sino sobre la conclusión.

P. ¿Es realista mantener la edad de jubilación en 62 años, cuando muchos países europeos como España se encaminan hacia los 67?

R. Francia tiene una demografía más equilibrada que Italia o España, donde las poblaciones envejecen más rápido. Y sobre todo, en la mayoría de los países europeos no son los gobiernos quienes fijan las reglas, sino los interlocutores sociales. Faltó ese diálogo. Necesariamente habrá una nueva reforma, quizá antes de 2027. Creo que todos son conscientes de que, a medida que el envejecimiento se confirma y los recursos son limitados, hay que encontrar soluciones.

P. La negativa de los socialistas a votar la moción de censura ha provocado la ira de su antiguo socio de La Francia Insumisa (LFI), que los acusa de “traición”.

R. El PS vuelve a ser una fuerza de gobierno, como lo fue en el pasado. Y demuestra que la estrategia hegemónica de LFI ha fracasado. El PS ha conseguido la suspensión de una reforma impopular. Si la línea de Jean-Luc Mélenchon hubiera prevalecido, la censura habría derribado al Gobierno y borrado esta victoria social. Trabajamos en ese compromiso para darle un Presupuesto al país y estabilidad al Gobierno. No se trataba de cerrar un trato, sino de garantizar la estabilidad de Francia en un contexto internacional extremadamente peligroso.

P. ¿Suspender la reforma no amenaza el equilibrio financiero del país?

R. La suspensión de la reforma de las pensiones tiene un coste, pero limitado: entre 400 y 500 millones de euros en 2026, y 1.500 millones en 2027. Lo que cuesta es el abandono definitivo, no la suspensión. Claro que hará falta esfuerzos, pero será la elección presidencial de 2027 la que deberá arbitrar esas decisiones.

La Francia Insumisa juega el papel de tonto útil al infundir más miedo que la extrema derecha a una parte de la población

P. ¿Está muerto el Nuevo Frente Popular (NFP), la alianza de izquierdas creada tras la disolución de 2024? ¿No habrá listas comunes de la izquierda en las municipales de marzo?

R. El NFP fue una alianza circunstancial en el momento de la disolución, sin un proyecto de gobierno. La prueba es que, tras las legislativas, LFI nunca quiso participar en un Ejecutivo de izquierda. En las municipales no habrá listas comunes con ellos. Primero, por razones ideológicas. LFI ha adoptado posiciones en los últimos años que hacen imposible la convivencia en un Ayuntamiento o en el funcionamiento del Estado, si llegara al poder. LFI juega el papel de tonto útil en el juego político al infundir más miedo que la extrema derecha a una parte de la población.

Si cada presidente impopular tuviera que dimitir, muchos lo habrían hecho, yo incluido.

P. Algunos, incluso dentro de la mayoría, como el ex primer ministro Édouard Philippe, han pedido la dimisión de Macron. ¿Qué opina?

R. Me sorprendió, sobre todo viniendo de un ex primer ministro nombrado por Macron y él mismo candidato a la presidencia. Es doblemente incomprensible: por falta de solidaridad y de respeto a las instituciones. Si cada presidente impopular tuviera que dimitir, muchos lo habrían hecho, yo incluido.

P. Entonces, ¿para usted no es una opción?

R. No. Eso llevaría a una elección presidencial anticipada en un plazo de 35 días. Es demasiado corto. Necesitamos una campaña larga, que permita debatir seriamente sobre las grandes cuestiones. No una elección improvisada como la que siguió a la disolución.

P. ¿Qué juicio personal le merece Lecornu?

R. Es un hombre hábil, consciente de la crisis que atravesamos y preocupado por darle una salida. Se ha liberado de la tutela de Macron. Era uno de sus más fieles, y se ha visto obligado a ser infiel para sobrevivir políticamente.

P. ¿Puede este Gobierno llegar al final del quinquenio?

R. Depende de él. Así como dependió de Lecornu evitar la censura con un gesto, ahora depende del Gobierno hacer los compromisos necesarios, en particular sobre la fiscalidad de las grandes fortunas y el poder adquisitivo.

P. ¿Y si la extrema derecha llegara al poder?

R. Sería un shock enorme. Europa y los mercados deberían preocuparse. Sus propuestas no preparan al país para sanear sus cuentas. En cambio, un gobierno de izquierda o de centroizquierda ya ha demostrado —con Lionel Jospin o conmigo— que sabe equilibrar las finanzas públicas. La izquierda siempre ha cumplido con su deber. Es la derecha, paradójicamente, la que vive a crédito. Los gobiernos de Macron son los que han profundizado los déficits. Claro, hubo el Covid y la guerra en Ucrania, pero esas crisis no afectaron solo a Francia.

P. ¿Un candidato único de centroderecha o de centroizquierda para las presidenciales de 2027 es la única forma de vencer a la extrema derecha?

R. No creo en el candidato único. Las diferencias son demasiado profundas: en la izquierda, entre LFI y el PS; y en la derecha, entre, por ejemplo, Bruno Retailleau y un candidato como Édouard Philippe. Una elección presidencial no es solo un juego de alianzas. Una personalidad se impone, de derecha o de izquierda, cuando logra aparecer como capaz de ofrecer una solución al país. Esa figura aún no se ve aún hoy.

P. En el lado socialista, ¿podría ser Raphaël Glucksmann?

R. Es uno de los posibles. También Bernard Cazeneuve, y otros. Pero para tener un candidato de centroizquierda, primero hay que reunir a todos en un mismo conjunto: Glucksmann, Cazeneuve, el Partido Socialista con Olivier Faure, y yo mismo. Ese trabajo aún no ha comenzado.

P. ¿Y cuál será su papel en ese trabajo?

R. Traer a todos de vuelta a casa. Si dijera hoy “soy candidato”, complicaría las cosas. Me acusarían de querer reunirles para encerrarles a todos bajo llave [se ríe].

P. En enero se celebrará el juicio en apelación de Marine Le Pen. Si se confirma su condena, ¿sería una anomalía que no pudiera presentarse a las presidenciales?

R. No. Si no hubiera habido apelación, podría hablarse de vulneración de sus derechos. Pero la hay. Si la condena se confirma, la justicia prevalece sobre cualquier otra consideración. Si se revoca, podrá presentarse. Y si no puede, ya tiene preparado a su sucesor: Jordan Bardella. Las encuestas muestran que sería igual de competitivo, o incluso más. Tiene más vínculos con el empresariado que Le Pen. Así que este juicio no cambia nada en el pluralismo político.

P. Nicolas Sarkozy ha declarado que el Reagrupamiento Nacional forma ahora parte del “arco republicano”…

R. Ha hecho saltar una nueva compuerta con un argumento falaz. El RN no se vuelve republicano por tener electores. El arco republicano es el respeto de los valores comunes. Y la “preferencia nacional” es contraria a esos valores.

P. Precisamente Sarkozy entrará en prisión dentro de unos días. ¿Le hará una visita?

R. Tiene un juicio en apelación. Si la justicia decidió una ejecución provisional, debe respetarse, aunque sea doloroso, tanto para él como para los franceses. Ver a un expresidente encarcelado añade más oscuridad al panorama político y desconfianza hacia las instituciones. Es un golpe para la imagen de Francia.

P. Él acusa a la justicia de una persecucion.

R. Durante mucho tiempo, la justicia francesa no fue totalmente independiente. Hoy lo es plenamente. Se le exige ser implacable con los delincuentes y criminales. Y si no lo fuera con los responsables políticos, ¿qué se diría? Hay que aceptar, pues, que sea rigurosa con todos, sin distinción.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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