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El ataque de EE UU a Irán da un vuelco a la cumbre de la OTAN

Trump planea su llegada a La Haya casi al filo del inicio de la reunión en la que espera recibir el compromiso de sus aliados de gastar el 5% del PIB en defensa

El secretario general de la OTAN, Mark Rutte. Foto: CONTACTO vía Europa Press (CONTACTO vía Europa Press) | Vídeo: EPV
Macarena Vidal Liy

El bombardeo de Estados Unidos contra las instalaciones nucleares de Irán este domingo ha dado un vuelco a la cumbre de la OTAN que se inaugurará este martes en La Haya. Los acontecimientos en Oriente Próximo serán ahora unos de los grandes protagonistas de una reunión que iba a centrarse casi exclusivamente en un asunto: el aumento del gasto en defensa al 5% del PIB por parte de los países europeos y Canadá, según la exigencia que ha marcado el presidente estadounidense para esta cumbre aliada.

El presidente tiene prevista su llegada a Países Bajos el mismo martes, día de inicio del encuentro, más tarde de lo esperado. La cita de líderes de los 32 países miembros y sus invitados (otros países que colaboran con la Alianza) se había dibujado a la medida del presidente estadounidense, para que Trump, escéptico sobre todo lo que huela a multilateral y desdeñoso con sus socios europeos, no sintiera la tentación de replantearse repentinamente la permanencia de Estados Unidos dentro de la Alianza, como ocurrió en 2018, en su primer mandato en la Casa Blanca.

Ahora, el ataque contra Irán, el primero de las fuerzas estadounidenses contra este país desde el triunfo de la Revolución Islámica del Ayatolá Jomeini en 1979, acaparará toda la atención. No está claro hasta qué punto la Administración de Trump había alertado a los aliados de que iba a lanzar ese golpe. Queda por evaluar hasta qué punto está dañado el programa nuclear iraní: el presidente de EE UU asegura que ha quedado “pulverizado”, pero imágenes aéreas y valoraciones de expertos en Israel y EE UU apuntan a que el daño no ha sido total. Y, sobre todo, se aguarda a ver cuál será la respuesta de Teherán, que denuncia que los bombardeos “han cruzado una línea roja”. De momento, el régimen ha amenazado con el cierre del estrecho de Ormuz, una vía vital para el comercio petrolero del mundo.

Entre las preocupaciones de gobiernos y expertos se encuentra, a corto plazo, cuál pueda ser el impacto sobre la estabilidad de Oriente Próximo. Si Irán optará por atacar, como había amenazado, las bases estadounidenses que acogen a cerca de 40.000 soldados en la región. O si volverán las oleadas de atentados terroristas de décadas pasadas. Son los temores que otros presidentes anteriores tuvieron en cuenta para abstenerse de acciones militares contra la República Islámica pese a décadas de enemistad, y para optar por la vía diplomática para llegar a acuerdos como el gran acuerdo nuclear suscrito en 2015 entre Teherán y las grandes potencias para limitar su programa nuclear y alejar el temor a que el país fabricara la bomba atómica.

A medio y largo plazo, la preocupación es el daño que la acción militar estadounidense provoque en los sistemas multilaterales y de no proliferación que han regido durante décadas. Teherán puede decidir que negociar no le reporta ninguna ventaja. “Sin argumentos para reclamar una respuesta más moderada, los halcones en el régimen iraní pueden acabar imponiéndose, lo que podría llevar a un resultado mucho más peligroso”, opina Jonathan Panikoff, antiguo consejero adjunto de Seguridad Nacional para Oriente Próximo y actualmente en el think tank Atlantic Council.

De un modo similar se pronuncia Kenneth Pollack, director del Middle East Institute en Washington. En opinión de este experto, el bombardeo “ha sido una gran apuesta por parte estadounidense. Solo sabremos si la apuesta ha tenido éxito si pasamos los próximos tres o cinco años sin que Irán consiga armas nucleares, que ahora tienen razones de sobra para querer tener”.

El ataque expone también otra de las grandes grietas que separan al Estados Unidos de Trump de sus aliados. Grietas que habían sido, en parte, el motivo para acortar tanto la duración de la cumbre (se limita a una cena el martes y una sesión el miércoles) como su comunicado final. “Cuidado con las diferencias entre Estados Unidos y sus socios. No están en la misma página ahora mismo [sobre cómo atajar el programa nuclear iraní]”, recuerda Brian Katulis, también del Middle East Institute en Washington.

Los europeos habían abogado hasta el último momento en favor de una solución diplomática que condujera a algún tipo de nueva versión del acuerdo nuclear de 2015 y aun ahora se inclinan por esta vía. Trump amenaza con nuevos golpes brutales, que quizá pondrían en duda incluso la mera supervivencia del régimen y sus líderes, si Teherán no acepta una renuncia que suena a rendición incondicional.

La reunión de La Haya se prevé muy breve, de menos de 24 horas. Hasta este fin de semana, tenía como casi único asunto en su agenda el gran objetivo de Trump: anunciar el compromiso de los aliados europeos y Canadá del 5% de sus PIB nacionales para el gasto en defensa, resuelto a última hora el desacuerdo de España.

El estadounidense, que en 2018 increpó a los aliados por su lentitud en alcanzar la meta de gasto del 2% del PIB, había exigido ese incremento desde antes incluso de su investidura el pasado 20 de enero. Durante la visita del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, al Despacho Oval en marzo, Trump había reiterado por enésima vez su advertencia de que no tenía ninguna intención de cumplir el artículo 5 del tratado de la Alianza, que obliga a la defensa mutua entre los miembros, si alguno de los países que no alcanza la meta de gasto exigida resultaba atacado.

Obtener ahora el compromiso, pese a la resistencia de algunos de los miembros, para Trump representa una reivindicación, y una demostración palpable de su poder dentro y fuera de la Alianza. “No habría habido manera de que sin Trump hubieran llegado al 5%”, apuntaba un alto cargo de la Administración este viernes al digital Politico. “Él lo percibe como una gran victoria, y lo es”, concluía.

Examinada de cerca, la victoria que se atribuye el estadounidense sobre el gasto es un poco más difusa de lo que proclama la Casa Blanca. El 5% se divide entre una inversión del 3,5% para equipamiento militar y un 1,5% para infraestructuras, como puertos, carreteras, o redes de comunicaciones, de posible uso dual. Y no está claro cuál será el plazo que se fijen los aliados para alcanzarlo. Tampoco que vayan a ponerse de acuerdo en esta cumbre: es probable que las negociaciones en torno a ello se prolonguen aún una buena temporada. Estados Unidos es partidario de cumplir la meta en 2030. Algunos aliados europeos quieren darse una década para llegar y fijar el objetivo en 2035. Rutte ha dado indicios de inclinarse por un término medio, hacia 2032.

“La cifra del 3,5% no es algo imposible. Es un número que se ha debatido desde hace mucho. Pero en muchas partes de Europa, especialmente en España y otros países, se percibe como un intento de apaciguar a los estadounidenses para que sigan dentro [de la Alianza]. También hay un miedo real a que, si se promete este número, Estados Unidos diga que ahora se puede retirar porque los europeos finalmente han aumentado su contribución”, apunta Max Bergmann, director del Centro Europeo del think tank Center for Stategic and International Studies (CSIS) en Washington.

“Lo que esta cifra de gasto no hace es resolver los problemas estructurales más profundos en la defensa europea; sobre todo, que la defensa europea realmente no existe, que ha sido Estados Unidos quien ha aportado el grueso de la defensa porque, francamente, así es como lo había querido Estados Unidos [hasta ahora]”, agrega el experto.

Los desacuerdos en torno a Irán o al gasto no son los únicos que pueden hacer descarrilar la cumbre. El hecho de que se espere un comunicado muy breve, de apenas cinco párrafos, pone de relieve la falta de consenso entre los aliados en asuntos como la guerra en Ucrania, protagonista en las reuniones más recientes de la organización, y que en La Haya ocupará un papel secundario.

A lo largo de la cumbre los aliados tratarán de evitar que salgan a relucir las ambiciones de Trump sobre los territorios de dos miembros de la OTAN: Groenlandia, la isla ártica bajo soberanía de Dinamarca, y Canadá, que el presidente estadounidense desea convertir en el Estado 51º de Estados Unidos.

Más allá de los elementos concretos, otro gran interrogante a resolver -en esta cumbre y, probablemente, más allá- será hasta qué punto un Estados Unidos bajo Trump mantendrá su compromiso con los aliados. El vicepresidente J.D. Vance dejó claro en su discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich en febrero pasado que Europa no es la prioridad de este Gobierno. Entre el ala más derechista de los republicanos ha ido ganando peso el apoyo a una presencia “durmiente” de EE UU en la OTAN, una fórmula en la que la primera potencia mundial mantendría su membresía, pero no participaría activamente.

El propio embajador de Trump ante la OTAN, Mark Whittaker, ha apuntado ya que tras la cumbre llegará una revisión del despliegue de tropas estadounidense en Europa. Esa presencia, después de la invasión rusa de Ucrania, supera ahora los 80.000 militares; durante el mandato de Barack Obama la cifra rondaba los 30.000. Es probable que en la nueva evaluación se decida la retirada de al menos parte de esos soldados para trasladarlos a la defensa del territorio estadounidense o a la zona del Indo-Pacífico, para responder a posibles amenazas por parte de China.

“Todos los riesgos que los europeos han intentado, con éxito, eliminar de esta cumbre volverán a aparecer después. No se ha resuelto ninguno de ellos y hay mucha incertidumbre sobre lo que Trump pueda hacer”, explica Jan Techau, del programa de Defensa Transatlántica del think tank Center for European Policy Analysis (CEPA).

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.
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