Artillería soviética y munición estadounidense para tomar una mina clave en manos de Rusia
Ucrania trata de recuperar en la disputada Pokrovsk un yacimiento de carbón esencial para la industria siderúrgica, ante la presión diaria de los drones rusos

A principios de 2025, las tropas de ocupación rusas se hicieron con el control de una mina de carbón crucial para la industria siderúrgica de Ucrania. Esa explotación, enclavada en el frente de la disputada ciudad de Pokrovsk (región de Donetsk), es uno de los principales objetivos de los proyectiles de obús de 203 milímetros de calibre que cada día lanzan con sus sistemas autopropulsados soviéticos 2S7 Pion integrantes de la 43ª Brigada de Artillería ucrania. Odín, nombre de guerra (como el que ofrecen todos) del comandante de 23 años responsable de cuatro de esos cañones, muestra en la pantalla de su móvil en directo las posiciones enemigas sobre las que disparan y que están siendo sobrevoladas por drones de reconocimiento ucranios.
Hace más de un año que ya no disponen de la munición original soviética y dependen de la que les suministra Estados Unidos. ¿Y si dejan de enviarla y se quedan sin stock? “Nos vamos para casa”, resuelve Kondor, de 25 años y jefe de una de las baterías.
La realidad es que, sin esta munición, el 2S7 Pion no podría seguir desplegado en la línea del frente, pues no hay ahora mismo proyectiles de la OTAN compatibles que puedan sustituir a los soviéticos o a los estadounidenses, según señalan los responsables de la unidad. Lo de marcharse a casa es una forma de hablar, pues Odín, Kondor y sus compañeros, alrededor de una decena, ya han recibido entrenamiento en Alemania que les capacita para operar con otros sistemas como el PzH 2000.
Por el momento, ni Odín ni Kondor tienen claras las existencias de las que disponen los arsenales ucranios de material enviado por Washington. Ucrania ha disparado en los últimos tres años su producción de armamento pero, frente al segundo ejército del mundo, todavía depende en gran medida del apoyo exterior.
Las autoridades militares de Kiev disponían el pasado enero de arsenal procedente de EE UU para medio año. No descartan, en medio de los vaivenes diplomáticos y amenazas de su presidente, Donald Trump, que se les acabe próximamente. La Casa Blanca, principal soporte exterior de Kiev, ha repetido varias veces últimamente que es posible que se echen a un lado si no progresan las conversaciones para poner fin a la guerra. Ucrania ha firmado este mes un acuerdo con Washington para la explotación de su subsuelo y espera que, como hombre de negocios, Trump mantenga su implicación en el conflicto, aunque sea por mero interés económico.
Kondor y sus hombres (siete soldados y un antiguo bombero que hace ahora las veces de sanitario) llevan desde febrero en la posición sin relevos. No hay un equipo que pueda sustituirlos, aseguran. “Lejos de la civilización”, lamenta, pero de inmediato añade: “Aquí está prohibido estar cansado”. El grupo le escucha. Unos asienten asumiendo dóciles la triste realidad; otros se consuelan habiendo acudido a la oficina de Correos en los últimos días a recoger unos paquetes a bordo de un viejo Lada que, como la pieza de artillería, ocultan también bajo los árboles.
Todos habitan en un par de búnkeres horadados bajo tierra al abrigo de la línea de árboles que sirve de parapeto a la posición entre pistas embarradas. Matan el tiempo como pueden, porque en la guerra las horas muertas abundan. “Cafés y disparar”, resume uno de ellos el grueso de la actividad. Varios de los chavales proponen ir a visitar la granja. Junto a uno de los refugios, en una caja de madera de municiones cubierta con un plástico, una codorniz aburrida incuba un solitario huevo. “¡La granja!”, grita uno de ellos a modo de presentación.







El 2S7 Pion, de más de diez metros de largo y 45 toneladas, abandona varias veces a lo largo del día su escondite excavado en el terreno y cubierto con mallas de camuflaje. Solo sale cuando los superiores, desde un centro de mando, dan la orden de atacar. En muy pocos minutos, la tripulación lo arranca, lo coloca en su lugar y, una vez confirmadas las coordenadas que lleva en una libreta Kondor, apuntan hacia la posición enemiga señalada. Al grito de “¡cañón!” de uno de los soldados, el proyectil cargado entre tres hombres unos instantes antes sale disparado en medio de un estruendo que obliga a los presentes a taparse los oídos si no los llevan protegidos.
Repiten la operación cuatro, cinco o seis veces antes de que el motor ruja de nuevo y coloquen de vuelta el blindado, fabricado a mediados de los ochenta del pasado siglo, en su guarida. La munición soviética original pesa unos 110 kilos y alcanza unos 35 kilómetros. La que emplean ahora, la enviada por Estados Unidos, pesa en torno a 85 kilos y alcanza entre 15 y 17 kilómetros.
Los cambios de posiciones, explica Odín, se producen por dos motivos. Uno, cuando son detectados por los rusos y les atacan directamente. Dos, cuando se altera la línea del frente. Por ejemplo, si Rusia avanza, ellos han de retroceder para mantener la distancia necesaria de disparo de la batería.
El comandante confirma que se encuentran a una decena de kilómetros de posiciones rusas y que el objetivo marcado esta jornada son unas instalaciones logísticas de las tropas invasoras en el área que ocupan las localidades de Pischane y Shevchenko, al suroeste de Pokrovsk. En una de las escasas ocasiones que tienen de anunciar avances, el ejército local logró desalojar a finales de febrero a los rusos del pueblo de Kotlyne, en esa misma zona y donde se encuentra la mina de carbón.
Los rusos se mantienen todavía en esas instalaciones gracias a que son propicias para resguardarse de la artillería ucrania, explica Odín. “Nuestro objetivo es seguir bombardeando para abrir el camino a la infantería y que recuperen la mina”, uno de los pilares para la producción de coque (combustible derivado del carbón básico para los hornos metalúrgicos), recalca el comandante. Las instalaciones pertenecen a la empresa Metinvest, un gigante propiedad del oligarca Rinat Ajmétov.
La producción de acero ha sufrido un duro golpe con la destrucción durante la invasión rusa de las principales plantas siderúrgicas del país. Ucrania era anteriormente un importante productor y exportador de acero, pero ha sufrido una caída superior al 70% en su producción, según datos de la agencia Reuters.
Durante un par de horas, el vehículo en el que se desplazan Odín y su chófer, Sasha, junto al reportero y su intérprete, ha de hacer tiempo sin llegar a la posición del S27 Pion ante la presencia en el cielo de un dron de reconocimiento ruso tipo Zela. “No puede haber prisas ni para entrar ni para salir. Para eso, no tenemos reloj”, comenta con calma el jefe desde el asiento del copiloto. Mientras, la conversación gira, entre otros asuntos, sobre la posibilidad de que fructifique una tregua. Odín afirma que se entera de casi todas las noticias gracias a Sasha, originario de Kiev y de 44 años, que lo mantiene al tanto de todo y al que eleva a la categoría de analista político. “No soy optimista, sino realista”, aclara el comandante. No cree que de los contactos actuales auspiciados por Estados Unidos y Europa vaya a salir algo.
“Ayer vimos pasar por encima de nuestras cabezas siete drones Shahed [de fabricación iraní y empleados por las tropas del Kremlin]. Eso no refleja ningún deseo de alto el fuego desde el otro lado”, comenta el comandante. Todo es “una mierda”, apostilla Sasha al volante del vehículo, mientras completa un solitario en el móvil a la espera de poder seguir avanzando carretera adelante. El chófer alterna esa pantalla con la del pequeño aparato que les confirma la presencia de drones enemigos. Y Odín vuelve a la carga: “Aquí nos tiene bloqueados un Zela mientras se supone que hay conversaciones de paz”. “Paz y alto el fuego”, apostilla entre risas de escepticismo.
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