Ni Primavera de Praga ni Gulag: así reescribe la historia la Rusia de Putin para justificar sus guerras
Los libros escolares redactados por el jefe de la delegación rusa que la semana pasada negoció en Estambul con Ucrania ensalzan los conflictos de los siglos XX y XXI mientras minimizan a los millones de víctimas


Quien controla el pasado controla el presente; y el presidente Vladímir Putin ha encomendado la reescritura de la historia de Rusia a un supuesto historiador que se inventó su trabajo.
Vladímir Medinski, exministro de Cultura de 2012 a 2020 y jefe de los negociadores rusos en las conversaciones con Kiev, citó en Estambul varias frases apócrifas de Napoleón y Bismarck para justificar la guerra contra Ucrania. No era su primera invención. Nunca nadie encontró las cinco monografías que supuestamente escribió antes de ser ministro y la universidad casi le despoja de su título en 2017 tras hallar decenas de irregularidades en su tesis, en la que se apoyó en el escritor ultraderechista Oleg Platónov, divulgador de teorías de la conspiración antisemitas como los Protocolos de Sion [falsedad creada por la policía zarista]. “La valoración [de los expertos] puede ser positiva o negativa según sigan los intereses nacionales de Rusia”, decía en su tesis Medinski, el hombre al que Putin ha ordenado redactar los nuevos libros de historia de los colegios.
El putinismo dice que la Gran Guerra Patria, el frente soviético de la II Guerra Mundial, no acabó en 1945 y continúa hoy contra Ucrania. En la Plaza del Manezh, frente al Kremlin, unos carteles gigantescos mostraban en el Día de la Victoria a un soldado soviético en plena batalla. En su rótulo se podía leer: “La victoria estará con nosotros”. En futuro, no en pasado.
La Gran Guerra Patria ocupa un tercio de los libros de historia de Medinski en las clases de 15 y 16 años, pero la represión estalinista y sus millones de víctimas apenas son resumidos en ocho de sus 945 páginas. Y de esta breve mención, la mitad está dedicada a la rehabilitación de los represaliados, con una llamativa conclusión final: “Esta decisión imprudente [el perdón] contribuyó al crecimiento del nacionalismo en los países bálticos y el oeste de Ucrania”.
Los libros justifican todas las guerras rusas. “La frontera estaba a solo 32 kilómetros de Leningrado”, subrayan para explicar la invasión de Finlandia en 1940. La ofensiva soviética contra Checoslovaquia en 1968 fue necesaria porque las reformas democráticas de Praga “provocaron una crisis interna promovida activamente por Occidente”, es otro pretexto.
Asimismo, la hambruna que mató a “entre cinco y siete millones de personas” en Ucrania y el sur ruso entre 1932 y 1933 se excusa en apenas dos párrafos con que hubo “un error de la colectivización” de las granjas. Y no menciona las ejecuciones y detenciones en el POUM por orden de Stalin en la guerra civil española, pero culpa de la derrota a “la lucha mutua dentro de las filas de los republicanos”.
El Gulag, la infinita red de campos de castigo soviéticos por la que pasaron y murieron millones de civiles durante décadas, es mencionado en un par de ocasiones en el libro de texto. “La URSS logró su independencia económica gracias al heroísmo y entusiasmo laboral de la población, y de la movilización de todos los recursos materiales y humanos (incluido el sistema Gulag)”, justifican sus autores.
Los colegios podían elegir sus libros de historia libremente desde la caída de la URSS, pero el Kremlin impuso el año pasado una única línea oficial. “Antes había opciones buenas y malas para las escuelas. Ahora los libros de texto modernos repiten la retórica y las acusaciones soviéticas”, explica a este periódico Alexéi Makárov, miembro del Centro de Investigación Memorial, en una oficina de la que fuera la ONG de la memoria histórica soviética, liquidada por el Kremlin justo antes la guerra.
“El Gobierno está preparando a la sociedad para acostumbrarse a un enfrentamiento eterno, pues siempre habrá alguien que quiere destruirnos”, añade el experto.
Los últimos libros de historia de Medinski concluyen con un capítulo sobre la “operación militar especial” que recoge toda la retórica oficial sobre una supuesta Ucrania “nazi”. No menciona que en 2013, muchos meses antes de las protestas de Maidan, Putin desplegó a su ejército en la frontera ucrania y bloqueó el transporte de mercancías al país que flirteaba con la Unión Europea, entre otras medidas coercitivas.
“En los libros se menciona que hubo represión, algunos errores, pero ganamos la guerra contra el nazismo. Esto es lo más importante. Eso y que ganamos solos, sin nuestros amigos jurados —un concepto ruso sobre los países occidentales que les califica como amienemigos—”, añade Makárov.
El Kremlin acusa a Europa de haber olvidado el nazismo, pero en sus libros de historia escolares apenas dedica unos párrafos a la represión imperial rusa y soviética de los judíos.
Una exposición con elipsis interesadas
El Museo de Historia Estatal aún acoge la principal exposición por el aniversario, Sin derecho al olvido. 80 años de la Gran Victoria, con muchas elipsis interesadas. La muestra acusa a Finlandia y a los “nacionalistas” de los países bálticos y Ucrania de colaborar con los nazis, pero no menciona ni el Holodomor [la muerte de millones de ucranios en los años treinta por una hambruna provocada por las políticas soviéticas] ni la invasión previa de estos países en 1939 y 1940.
La exposición empieza en 1941, no en 1939, cuando Moscú y Berlín se repartieron los países bálticos y Finlandia con el pacto Molotov-Ribbentrop. El Kremlin publicó una ley en 2022 por la que es ilegal establecer comparaciones entre la Alemania nazi y la URSS de Stalin. Paradójicamente, el Gobierno soviético reconoció las cláusulas secretas de aquel acuerdo en 1989, y el propio Putin lo condenó en 2009.
“Los polacos, los bálticos y los ucranios se han olvidado de la Gran Guerra Patria”, afirma una visitante de la exposición, Diana, de 44 años. Su amiga Elena, de 52 años, agrega: “Crecimos con los mismos dibujos animados y las mismas películas. Crecimos en el mismo país”. Las dos mujeres repiten que todas las guerras “son malas”, pero justifican al mismo tiempo la invasión de Ucrania. “Sin la operación militar especial, ¿qué le habría pasado a esa gente? ¿Serían la Alemania nazi?”, se pregunta Diana.
Un sistema basado en el apoyo pasivo
En el país apenas hay debate ideológico, los rusos detestan a menudo debatir de política y dicen estar al margen de las noticias, aunque se definan como patriotas. Sin embargo, la camarilla de Putin ha tratado de articular, sin éxito, una ideología oficial del régimen estos 25 años.
“Putin entiende perfectamente el estado de ánimo de la población”, afirma al otro lado del teléfono el académico ruso Vladislav Inozemtsev. “Putin es muy inteligente. Si hubiera iniciado la guerra contra Ucrania hace 15 años, el régimen habría caído. Hace todo muy lentamente. Hitler detuvo a la oposición a las cuatro semanas. Putin sigue expandiendo el terror y la abolición de las leyes 25 años después, pero mantiene las elecciones, modifica la constitución para ser reelecto. Dice: miren, el pueblo me elige, no somos un Estado fascista, somos un país democrático normal”.
La ductilidad del discurso oficial la reflejó el propio Putin hace dos semanas. “El nacionalismo es el primer paso al nazismo porque no se basa solo en el amor a la propia etnia, sino en el odio a los demás”, dijo el mandatario. 11 años atrás, en 2014, tras anexionarse Crimea e incendiar el este de Ucrania, Putin afirmó: “El mayor nacionalista de Rusia soy yo”.
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