Ni Estado, ni islámico
El autoproclamado califato de los terroristas está venciendo en la batalla del lenguaje

En el desorden de las palabras se refleja el desorden del mundo. Los acontecimientos que no conseguimos comprender se traducen en inseguridades sobre el uso del lenguaje. ¿Estamos en guerra? ¿Es una contienda contra los musulmanes? ¿O es contra un fascismo de nuevo cuño y de raíz religiosa? ¿Es el islam la gran amenaza totalitaria del siglo XXI? Si hay guerra, también es una guerra que incluye las palabras. Y de ahí que convenga, ante todo, aclararnos sobre su significado, empezando por el nombre.
El Estado Islámico (ISIS) no es un Estado ni es Islámico, y si adopta tal denominación es precisamente como parte de su propaganda para conseguir adhesiones y amedrentar a sus enemigos. Dice que es un Estado porque se ha hecho con el poder de varias ciudades en Irak y en Siria, cuenta con un territorio en el que puede haber unos seis millones de personas y ejerce sobre ellas el monopolio de una violencia. Dice que es islámico porque sigue la sharía o ley islámica, en su acepción más literal y primitiva, como única y obligada norma de la vida social e individual; algo que comparte, por cierto, con buen número de Estados reconocidos e incluso amigos que sí lo son, como Arabia Saudí, tan islámico en su legislación como el ISIS.
Este pretendido Estado Islámico quiere implantar un califato global, máxima autoridad a la vez política y espiritual sobre los musulmanes —actualmente 1.600 millones en todo el planeta— al estilo de la que ejercieron Mahoma y sus inmediatos sucesores en el siglo VII de nuestra era. Para aquellos de sus piadosos seguidores que creen a pie juntillas y en su significado más naíf y brutal la literalidad de lo que dicen algunas azoras del Corán y los hadices recopilados en los primeros tiempos islámicos no hay mejor noticia que la existencia de este califato, constituido en los primeros territorios que conquistó el primigenio hace quince siglos. Y ningún futuro les puede parecer más prometedor que convertirse en mártires de la yihad o esfuerzo bélico necesario para imponerlo, junto a la fe coránica, bajo amenaza de la violencia.
Al Qaeda, que no tenía territorio, no administraba poblaciones y no contaba con un califa, ha quedado superada, incluso en atractivo, entre los jóvenes fanatizados. La organización de Bin Laden era una mera central de datos y coordinación entre combatientes islamistas para atacar al enemigo lejano, el imperialismo occidental; mientras que el ISIS se ocupa del enemigo próximo, sobre todo de los increyentes, los herejes y los apóstatas; y solo ataca en el extranjero, como ahora en París, cuando quiere prestigiarse con un acto de guerra exterior en respuesta a la guerra que libra en su territorio.
El primer combate en el que está venciendo el autodenominado Estado Islámico es el de las palabras. Quienes identifican todo o parte del islam y sobre todo el núcleo de sus doctrinas con esta violencia inusitada, la extrema derecha europea por ejemplo, se han rendido ya antes de combatir a esta plaga terrorista y les han entregado el proselitismo y la influencia sobre los 1.600 millones de musulmanes que hay en el mundo.
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