La “inhumana” ejecución del preso de Oklahoma
La práctica de la pena capital en EE UU atraviesa sus niveles mínimos de aprobación desde su reinstauración en 1976


Existe una repulsión visceral a ver morir a un ser humano. Obviando a los partidarios del ojo y por ojo y de no escatimar sufrimiento a quien asesinó, violó y/o torturó hasta la muerte a una persona, si el común de los ciudadanos hubiera visto con sus propios ojos el horror que se vivió el pasado martes en la sala de ejecuciones del penal de McAlaster en Oklahoma, con casi seguridad que la pena de muerte estaría más cerca de la abolición.
Por eso hay quien propone que los ciudadanos norteamericanos contemplen en primera persona lo que el Estado hace en su nombre cuando comete un homicidio sancionado legalmente.
Tras varias ejecuciones espeluznantes (Romell Broom, en 2009, sufrió 18 intentos de encontrar una vena viable antes de que se suspendiera su ejecución; Dennis McGuire tardó cerca de media hora de morir el pasado enero en Ohio mientras se ahogaba en una agonía terrible, y otros muchos…), y los niveles más bajos de aprobación de la máxima pena desde su reinstauración por el Tribunal Supremo en 1976, se podría decir que la pena de muerte, o mejor dicho, la puesta en práctica de este castigo, camina hacia su abolición.
El debate está servido y la indignación ante lo ocurrido esta semana en Oklahoma es tan creciente que incluso ha llevado esta semana a que Barack Obama se pronunciara sobre ello en dos ocasiones en una rueda de prensa en la Casa Blanca.
El presidente calificó de “inhumana” la ejecución de Clayton Lockett, el preso de Oklahoma que moría de un ataque al corazón minutos después de que se suspendiera esta debido a garrafales errores, y declaró que había solicitado a su fiscal general, Eric Holder, “un análisis” de la actual situación de la pena capital. Pero, no nos engañemos. No existe una forma humana de llevar a cabo la pena de muerte.
El Estado de Oklahoma suspendió la ejecución que debía de llevarse a cabo justo después de la de Clayton Lockett. Pero de no haber sido así, Charles Warner hubiera sufrido con toda probabilidad el mismo o un calvario parecido a su compañero en el corredor de la muerte. Honestamente, mientras la máxima pena siga vigente en 32 Estados de la Unión, habrá más ejecuciones “inhumanas”.
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