Mucha disciplina y distancia emocional: ¿ha vuelto el “padre sargento”?
En plena obsesión de la ultraderecha con la natalidad también hay un deseo por el regreso del padre heroico, hipermasculino, combativo... y emocionalmente distante


Están obsesionados con la natalidad. Los nuevos conservadores como Trump, Milei o Víktor Orbán –anfitrión de la Cumbre Demográfica de Budapest, el mayor foro mundial en defensa de eso que llaman familia tradicional–, quieren que sus gobernados tengan hijos y estudian todo tipo de medidas para incentivarlo. Con un discurso muy parecido, decenas de influyentes magnates de Silicon Valley animan a las mujeres a quedarse embarazadas tantas veces como puedan. Estos últimos, de Elon Musk a Sam Altman, defienden la eugenesia mediante la edición genética (una práctica, por el momento prohibida en Estados Unidos) y, de manera inesperada, ensamblan algunas de sus ideas aceleracionistas y transhumanistas con las doctrinas más reaccionarias en cuanto a género y familia.
Gracias a figuras como J.D. Vance (que ha sugerido que los votos de quienes tienen hijos valgan más), la inesperada alianza tech+trad (tecnológicos y tradicionales, o sea, entre gurús de la tecnología y conservadores y religiosos) irradia sus ideas natalistas tanto desde los despachos más importantes de Estados Unidos como desde los micrófonos de los podcasts con más oyentes. En este camino los acompañan millones de seguidores y cientos de columnistas afines que tienen claro lo que deben hacer las mujeres: ser esposas y madres según el modelo de trad wife. También lo que les sucederá si no les hacen caso: se convertirán en esa caricatura tan repetida —apenas un remedo de la idea de solterona— que incluye gatos, vino y lexatín.
Es curioso: no hay equivalente masculino (al menos no tan reproducido) para esa parodia. Aunque todos los conservadores preocupados por el “invierno demográfico” tienen muy claro cómo debe ser una familia y cómo deben comportarse las mujeres, la mayoría de ellos no han definido tanto el papel que debe cumplir el hombre dentro de esa estructura o, más bien, lo dan por supuesto. ¿Qué modelo de paternidad están presentando?

La escritora Rebecca Solnit escribió en su último libro de ensayos, El camino inesperado que “a la megamasculinidad solo le gusta la idea de proteger si es en modo héroe de película de acción, que para proteger una cosa tiene que hacer saltar por los aires alguna otra”. Y algo de esto hay en la idea de paternidad que la internacional conservadora difunde en sus canales. Por ejemplo, uno de los memes más populares en foros masculinizados sostiene que “los tiempos duros crean hombres duros que dan lugar a épocas de prosperidad; mientras que los hombres débiles y acomodados, a su vez, provocan tiempos duros”, hasta que el ciclo se repite. Aunque el meme original alude a la caída del Imperio Romano, este esquema es aplicado sobre cualquier ámbito, desde la industria del entretenimiento hasta los ciclos económicos y ayuda a entender por qué, en tiempos presuntamente duros, tantos hombres creen que deben criar a los hombres fuertes del futuro que nos sacarán de todos los entuertos.
“No solo es evitable que estos modelos de madre/padre se repitan, sino que seguramente que esto no sucediera sería lo más adaptativo”
Así que tanto en TikTok como en Instagram vuelven la disciplina, el boxeo, las armas y todas esas actividades (como salir a pescar o ir a ver el fútbol) canónicamente masculinas y que muestran una implicación, en el mejor de los casos, intermitente. ¿Qué hay de nuevo, entonces? Parece que no tanto, pero como muchas de estas escenificaciones son respuestas ideológicas a impulsos universales, merece la pena analizarlas huyendo de esencialismos.
Heroísmo o vulnerabilidad: el padre en cuestión
Si la historia de la física moderna comienza con una manzana que cae, la del psicoanálisis lo hace con algo tan cotidiano como una acera que se estrecha y dos caballeros que se encuentran. Freud paseaba con su padre cuando este fue insultado y empujado por otro transeúnte. Jacob, que así se llamaba el padre de Sigmund, no respondió a la agresión —algo, por otro lado, prudente en una época de antisemitismo desatado—. Ahí se derrumbó la admiración y la confianza que el niño había depositado en la figura paterna. El resto (las críticas de Freud contra la religión que coloca a Dios Padre en el centro y sus teorías acerca de cómo los hijos varones rivalizan con sus progenitores) es historia del siglo XX.

“Es importante tener en cuenta que las teorías de Freud se han quedado bastante obsoletas y cuentan con muy poco apoyo científico”, comenta a ICON Elena Varea, psicóloga e investigadora la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid. No obstante, su influencia cultural sigue siendo enorme y varios de los patrones que describe en su obra, como el de los hijos que desafían a su propio padre (porque han aprendido de él a ser crueles), se pueden rastrear de El Rey Lear a Succession. “No solo es evitable que estos modelos de madre/padre se repitan, sino que seguramente que esto no sucediera sería lo más adaptativo. Nuestros progenitores son los primeros individuos con los que tenemos relación emocional y social, por lo que son los primeros en mostrarnos cómo gestionar nuestras emociones, las de los demás y la forma en la que socializar. Cuanto más hábiles sean ellos en estos ámbitos, seguramente mejor sabrá desenvolverse en el mundo ese niño cuando sea adulto”, añade Varea.
“Existen muchos problemas de salud mental asociados a la imposibilidad de cumplir con los requisitos de la masculinidad normativa, a lo que se añade la dificultad de enfrentarlos”
El ensayista italiano Luigi Zoja escribió en El gesto de Héctor (Taurus, 2018) que “se espera que sea el padre quien enseña a su hijo a estar en sociedad, tal como su madre le ha enseñado a estar en su propio cuerpo” y estas palabras condensan buena parte de lo que las renovadas paternidades conservadoras aspiran a ser: un entrenamiento para una sociedad cada vez más competitiva y sumida en una crisis perpetua. “Es problemático esencializar así las biografías de hombres y mujeres, porque da carta de naturaleza a determinadas actividades y posiciones como si fueran inamovibles”, comenta Alfredo Ramos, doctor en Ciencias Políticas y autor de Perforar las masculinidades (2024, Bellaterra Edicions). “También es problemático que se consolide esa figura del padre con una heroicidad basada en la batalla y el conflicto y muy vinculada, después, al riesgo y a la necesidad de control. No hay nada de inevitable en este modelo, pero si presentamos las cosas como esenciales resulta más fácil reivindicar lugares a los que hay que volver porque aseguran el orden que hemos perdido”.
Frente a todos esos modelos individualistas, Ramos reivindica la “dimensión de la vulnerabilidad”: “Es la más productiva si queremos pensar en otras formas de paternidad. Para mí un padre vulnerable que hace vulnerable a su hijo o le ayuda a serlo le permite tener una vida donde se ponen en valor los vínculos, las conexiones emocionales, los afectos, los cuidados, determinada forma de atención y de puesta en valor de otras maneras de estar que no son las canónicas… Es decir, le aporta muchas cosas que son positivas y que echará en falta en varios momentos de su vida si le resultan ajenas”. Varea está de acuerdo y añade que, dado que nos necesitamos unos a otros, “para que esas interconexiones funcionen de la mejor manera posible, es fundamental mostrar nuestras emociones y entender las de los demás”.
Dinero, pesca y boxeo: de todo menos cuidar
En Regreso a Reims, el filósofo y escritor francés Didier Eribon hace balance y reflexiona sobre su origen y su infancia. Algunos de los episodios que recuerda con más intensidad tienen que ver con su padre, con su irascibilidad y con las actividades mediante las que intentaba, torpe pero bienintencionadamente, entrar en contacto con su familia: “Al conducir, si se equivocaba de camino o se salteaba una salida, se ponía a gritar como si su vida y la nuestra dependieran de ello. Pero cuando nos entregábamos a la pesca, su pasatiempo favorito, se convertía en otro hombre. Entonces un lazo se establecía entre él y sus hijos: nos enseñaba los gestos y las técnicas necesarios, nos daba consejos y, a lo largo del día, comentábamos lo que iba pasando o lo que no pasaba”.

Actividades al aire libre como la pesca vuelven a estar de moda y esto es algo que se nota en foros tanto americanos como españoles donde algunos usuarios presumen de haber pasado “una tarde de hombres” con sus hijos recogiendo leña o de estar preparados para una situación apocalíptica como la que describe la novela La Carretera, de Cormac McCarthy. “No denostaría estas actividades considerándolas solo de tipos duros porque me parece simplificarlas. Creo que en muchos casos son modelos de transmisión, instantes en los que se consolidan vínculos o saberes necesarios y válidos”, advierte Ramos. “Para mí el problema continúa tiene que ver con que solo exista ese tipo de repertorio para imaginar situaciones de complicidad con tus hijos”.
Varea cree que “hay una parte de inseguridad en este tipo de hombre que performa una masculinidad tan antigua. En las últimas décadas los modelos sociales y laborales han cambiado mucho gracias a las conquistas de las mujeres fuera del hogar, tanto en derechos como en la incorporación al trabajo. Esto ha dejado a algunos hombres un tanto desconcertados con cuál es su papel en la sociedad porque ya no son proveedores de los que toda la familia depende económicamente. Sin embargo, cambiar nuestras creencias es un proceso muy complicado porque algunas van muy de la mano con la construcción de nuestra propia identidad”.
Ese papel del padre como proveedor es otro de los que reaparecen y ya, en algunos espacios poblados por inversores y criptobros, se considera obligatorio que un padre sea capaz de generar “ahí fuera” el dinero necesario para que su esposa pueda quedarse en casa cuidando de sus hijos. En cierto modo, se trata del viejo complejo que muestra Una historia del Bronx, la película en la que un honrado autobusero interpretado por Robert DeNiro se siente culpable por no poder ofrecer a su hijo la vida de lujos que sí que le proporciona su amistad con los mafiosos del barrio, pero adaptado a un contexto de crisis inmobiliaria y salarios estancados.
Hoy, para figuras del universo neoconservador como Simone y Malcom Collins (dos influencers natalistas que visten a sus hijos como campesinos tiroleses), que una mujer pueda quedarse en casa es un símbolo de estatus, aunque, paradójicamente, las mujeres que difunden estos mensajes dedican a la creación de contenidos tantas horas como a cualquier trabajo convencional. ¿Y qué dicen los datos? ¿Están funcionando estos modelos de familia, tan poco novedosos en realidad, para elevar las tasas de natalidad? Parece que no. Según un estudio titulado Bebés y macroeconomía, realizado por la Premio Nobel Claudia Goldin, los países con las tasas de natalidad más bajas del mundo son aquellos donde igualdad de género y el reparto de los cuidados no se han desarrollado tan deprisa como sus economías. De esta forma, países ricos pero conservadores como Japón e Italia presentan menos nacimientos que otros igual de ricos, pero más igualitarios como Gran Bretaña o Francia.
Así que, tal y como sugieren fenómenos recientes como el heteropesimismo, puede que los hombres estén escuchando el mensaje incorrecto y que para ser padre no baste con aportar dinero y salir a pescar los domingos. En muchos casos, eso tampoco les servirá a ellos para llevar una vida plena. Para Ramos “existen muchos problemas de salud mental asociados a la imposibilidad de cumplir con los requisitos de la masculinidad normativa, a lo que se añade la dificultad de enfrentarlos. Derrumbarse es una experiencia habitual en las biografías masculinas, porque la masculinidad está organizada en torno a un ideal imposible de cumplir”.
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