Botones, bolsillos y etiquetas de U.S. NAVY: el artista que recrea obras impresionistas con trozos de uniformes militares
En lugar de emplear óleo y pinceles para pintar sus cuadros, Mateo Maté junta prendas de ropa y retales que han formado parte de trajes de camuflaje


“Mi estudio es un campo de batalla”, dice Mateo Maté (Madrid, 60 años). Y esa es, en realidad, la sensación que obtiene el visitante al entrar en él: bajo sus pies se extienden varias capas superpuestas de prendas de ropa y retales que en algún momento han formado parte de uniformes militares, lo que remite inquietantemente a caminar sobre una alfombra de cuerpos humanos caídos en combate. En las paredes se apilan los cuadros, todos ellos de paisaje. En lugar de emplear óleo y pinceles, Maté los realiza juntando los fragmentos de tela que va recogiendo del suelo. “Las telas de camuflaje son mi paleta”, explica. “Y el estampado, mi pincelada”. En apariencia son paisajes impresionistas, en los que el ojo experto reconoce reproducciones de obras de pintores del siglo XIX como William Leroy Metcalf o Claude Monet. Pero, al acercarse, ese mismo ojo descubre que entre la hojarasca se distinguen botonaduras completas, que en el tono azulino de un cielo primaveral se aparece la solapa de un bolsillo, y que las copas de los árboles ocultan la inscripción “U.S. NAVY” bordada en una etiqueta. Son varios de los trabajos que formarán parte de la exposición Timeless Landscapes que se inaugura el próximo 26 de junio en la galería Seltz de Barcelona, una individual que reúne por primera vez este cuerpo de obra en el que Mateo Maté lleva trabajando desde hace tres años.
La idea le llegó al artista tras la invasión de Rusia a Ucrania, en febrero de 2022. “Me di cuenta de que esa guerra iba a cambiar nuestra forma de mirar el mundo, así que decidí que era el momento de empezar una nueva serie”, explica. “Y la prueba es que ahora se está hablando sin parar de defensa y de la necesidad de rearmarnos. Pensé que la nueva forma de mirar el paisaje social iba a ser la guerra, así que me puse a comprar cientos de uniformes, porque necesitaba una gran paleta de colores para reproducir las pinceladas de los cuadros de los que quería partir. Al empezar a trabajar me di cuenta de que, por mucha variedad de pinceladas que hubiera en la pintura de esa época, siempre hay un uniforme militar con un estampado parecido a ella. Porque los uniformes de camuflaje describen todos los terrenos del mundo”.

Mateo Maté llevaba utilizando los estampados militares desde 2007 –año en que el CAB de Burgos le dedicó su exposición Paisajes uniformados–, pero hasta el estallido de la guerra de Ucrania empleaba tramas elaboradas digitalmente. El uso de tejidos provenientes de auténticas prendas -que adquiere en plataformas de venta online– aporta a sus nuevas obras un elemento matérico que las vincula de forma más directa a la realidad. La elección de los pintores a los que copia con asombrosa exactitud tampoco es casual. Todos ellos produjeron sus paisajes entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, cuando la pincelada del impresionismo revolucionó el género del paisaje y lo hizo menos dependiente de la línea dibujística. “Por ejemplo, Corot no me sirve”, especifica Maté. “Los pintores posteriores traducían cada área en manchitas de color. Y son esas áreas las que yo traduzco al emplear un uniforme. Monet es el que mejor decodifica la naturaleza a base de manchas. En realidad, él debería llevarse todos los royalties del camuflaje”.
Aunque no provenga de Monet, el estampado de camuflaje es una idea artística, y además relativamente reciente. Hasta su aparición, los uniformes militares habían tendido a utilizar colores planos y vistosos para reflejar la grandeza de las naciones o imperios a los que representaban. “Antes, los soldados representaban la gloria de su país, y por eso llevaban esos uniformes excelsos”, apunta Maté. “Pero en cuanto el enemigo empezó a tener acceso a armas de largo alcance, los ejércitos europeos empezaron a utilizar los uniformes para esconderse”. A finales del siglo XIX, potencias coloniales como el Reino Unido ya utilizaban los tonos caqui para confundirse con el paisaje de los territorios dominados, y en la segunda guerra de bóer (1899-1902), este mismo país los adoptó en su uniforme oficial.

En 1914, el pintor muralista francés Louis Guingot diseñó el primer traje de camuflaje, que no se aplicó de inmediato, pero que fue decisivo para que el estampado irrumpiera en la Primera Guerra Mundial. El pastelista Lucien-Victor Guirand de Scévola, artillero del ejército francés en la Gran Guerra, empezó a aplicar con éxito las lonas de camuflaje para esconder un emplazamiento de armas. Fue así como, en 1915, Francia creó la primera división de camuflaje del mundo, comandada por Scévola, y con artistas que diseñaban y pintaban directamente las telas empleando distintas tramas y colores en función del lugar al que fueran destinadas las tropas. Muy rápidamente seguirían su ejemplo otras potencias como Alemania, el Reino Unido o Italia. Ya en la Segunda Guerra Mundial, el camuflaje era el estándar no solo para vestir a los soldados, sino también para tanques y otros vehículos militares, y para ocultar, bajo lonas estampadas, el material bélico. En los distintos departamentos para el desarrollo de camuflajes trabajaron artistas como Jacques Villon, Oskar Schlemmer, Franz Marc, Laszlo Moholy-Nagy o Arshile Gorky.
También se inventó otro tipo de camuflaje, el llamado dazzle, que ya no pretendía mimetizarse con la naturaleza, sino fragmentar la imagen de los objetos para que el enemigo no pudiera percibir su morfología y orientación. Se utilizó sobre todo para los barcos, y su invención se atribuye a los artistas del cubismo, en especial Braque y Picasso. El propio pintor malagueño afirmaba que la idea había partido de él. Otro artista español, Dalí, aseguró también que Picasso fue el creador del camuflaje en Camuflaje total para la guerra total, un artículo publicado en 1942 en la revista Esquire, donde le asignaba las siguientes palabras: “¡Si queréis constituir un ejército invisible, todo lo que tenéis que hacer es vestir de arlequines a los soldados! A cierta distancia, los dibujos en facetas de diamante se confundirán con el paisaje y nadie será capaz de verlos”.

El camuflaje se ha asociado hasta tal punto con lo militar que los ejércitos siguen empleándolo incluso fuera del campo de batalla. Así, algunas de las obras de Maté están realizadas con vestimentas de deporte de distintos ejércitos. En los años sesenta y setenta, los movimientos pacifistas y antisistema pusieron en marcha una interesante reapropiación del estampado. La alta costura también se ha interesado por su poder iconográfico: el Jean-Paul Gaultier de los noventa fue uno de los pioneros, y después han seguido esta senda John Galliano, Riccardo Tisci para Givenchy o Rei Kawabubo en Comme des Garçons. A partir de ahí, lo han adoptado numerosas marcas de moda urbana, y regresa como tendencia con cierta periodicidad, sobre todo en momentos de particular presencia de lo bélico en los medios, como es el caso actual.
Los artistas que inventaron el camuflaje tomaron sus patrones de la naturaleza misma, así que la intención de Mateo Maté con este cuerpo de obra es emprender el camino inverso, forzando así una suerte de restitución. “Pretendo devolver a la naturaleza lo que la guerra le ha robado”, explica. “Y además en un momento decisivo, porque durante mucho tiempo nos pareció que las guerras sucedían lejos, que no iban con nosotros, pero desde que Rusia invadió Ucrania la guerra está en casa. Hasta hace poco, un político no se hacía una foto con un tanque o vestido de uniforme ni de broma, por ejemplo”. Esto ha cambiado con imágenes como la de Vladímir Putin vestido con uniforme militar (por supuesto, de camuflaje) el pasado mes de marzo durante una visita a las tropas rusas en la región de Kursk.

Además de ser artista, Mateo Maté ha impartido clases y talleres en instituciones como las Facultades de Bellas Artes de las Universidades Complutense, Europea y Francisco de Vitoria de Madrid, en el Máster de Gestión Cultural de la Universidad Carlos III de Madrid o la Academia de Bellas Artes de San Fernando, y su obra forma parte de colecciones como la Galleria Nacional de arte Moderna (Roma), Weserburg Museum (Bremen) Elgiz Collection, Centro Botín, Colección Banco Sabadell, Museo Patio Herreriano , Artium, CA2M o Fundación Maria José Jove. La mayor parte de su obra anterior ya había tratado sobre cuestiones políticas, y dedicó especial atención a cómo el poder se apropia de distintos elementos culturales en beneficio propio. Así ocurrió con Canon, su serie de esculturas que partía de la estatuaria grecorromana clásica para actualizar sus cánones a los tiempos actuales o con Nacionalismo doméstico, en la que el repertorio simbólico propio de la imagen de la patria se trasladaba a los enseres del hogar. Se da la coincidencia de que obras de ambas series también coinciden estos días en Barcelona. En la sala Arts Santa Mònica, la muestra Citissumum, Altissimum, Fortissimum, que reflexiona sobre la parafernalia en torno a los deportes de competición, incluye cuatro esculturas de Canon, entre ellas un imponente discóbolo negro de bronce –“mezcla de black power y estética fascista”, lo define el propio artista- sobre un pedestal de ocho metros de altura, mientras que en la fachada de una vivienda en la plaza del Sol, en el barrio de Gràcia, ha instalado una bandera de Nacionalismo doméstico que es un gigantesco trapo de cocina. “Todo se acaba poniendo al servicio del poder, incluso la belleza”, reflexiona Maté. “Y eso es lo que le ocurrió a la naturaleza a través del uso del camuflaje”.
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