1.200 fábricas en más de un millón de metros cuadrados: así es vivir en “el taller del mundo”
La artista Cao Fei muestra la realidad de los trabajadores de Foshan (China), uno de los principales centros de producción industrial del planeta y una gran desconocida en Occidente


Hay una belleza lúgubre en la ciudad de Delft tal y como la mostró Vermeer y un esplendor decadente en la Venecia de Canaletto. El arte permite viajar en el espacio y el tiempo y, en ocasiones, los grandes artistas consiguen proyectar sobre las ciudades que les fascinan una luz esquinada que ayuda a vislumbrar su verdadera esencia.
Algo así ha intentado hacer con la ciudad industrial de Foshan la artista china Cao Fei, nacida en 1978. Infatigable extractora de belleza en páramos decadentes y entornos digitales como el metaverso, Fei acaba de presentar sendas retrospectivas de su obra en el MALBA de Buenos Aires y en la Galería de Arte de Nueva Gales del Sur. Estos días, además, exhibe una de sus piezas audiovisuales más inspiradas, My City is Yours, ambiciosa deconstrucción del universo virtual Second Life, en el Pérez Art Museum de Miami.

Utopías de usar y tirar
Pero la más que probable obra maestra de Fei, su retrato inmisericorde de las entrañas de una ciudad espectral, como la Delft de Vermeer o la Venecia de Canaletto, es Whose Utopia (La utopía de quién), una película de apenas 20 minutos filmada en 2006 que muestra la realidad cotidiana de los trabajadores de una fábrica de lámparas de Foshan. Fei arranca asomándonos, con planos de detalle de una precisión hipnótica, al funcionamiento de la cadena de producción de la fábrica para, a renglón seguido, centrarse en las manos y en los rostros de los trabajadores, seres humanos absortos, presencias ausentes que ejecutan tareas repetitivas como la elaboración de filamentos de bombilla.

El siguiente paso es dirigirse a ellos y hacerles una serie de preguntas elementales sobre sus vidas. Cuántas horas trabajan. Dónde (y de qué manera) comen y duermen. Cómo se sienten. Qué esperan del futuro. Cuál es su relación con la fábrica. Cuáles son sus sueños, aficiones y aspiraciones. Así, descubrimos que un joven trabajador anhela convertirse en profesional del taekwondo. Y Fei, en una escena de una notable belleza y vehemencia conceptual, le invita a ponerse junto a la cadena de montaje de la que brota la infinita sucesión de lámparas y realizar algunos de los movimientos del arte marcial.
Foshan, según nos muestra Fei, es uno de los principales hubs de producción industrial del planeta, sede de alrededor de 1.200 grandes fábricas (en su mayoría, de muebles y accesorios domésticos) que ocupan una superficie de más de un millón de metros cuadrados. También es el no-lugar en el que ha encontrado acomodo un joven procedente del éxodo rural que trabaja entre 12 y 14 horas diarias, duerme en un triste jergón en las dependencias de la fábrica y sueña con participar en el campeonato del mundo de taekwondo.

De Foshan al mundo
Según la periodista argentina Marina Oybin, con su breve excursión del objeto inerte (las lámparas idénticas entre sí) al sujeto animado (los seres humanos, cada uno con sus características concretas, sus circunstancia y anhelos), Fei reflexiona sobre “el impacto de los modos de producción capitalista en la ecología del trabajo y en el sistema social”. Después de todo, China es ya la principal economía exportadora del mundo, el lugar que produce el grueso de lo que se consume en todo el mundo. Y su exportación más reciente, en opinión al menos de la curadora de la muestra de Cao Fei en el MALBA, Nancy Rojas, tal vez sea “un modelo laboral que tiende a una precarización creciente”.
De ahí el título de la pieza. ¿Qué clase de utopía es esta? ¿A quién pertenece?, ¿A quién beneficia? ¿Hacia qué futuro nos proyecta? ¿Cuál es su coste real en términos humanos? Para Rojas, Foshan, “el taller del mundo”, es en realidad “una fábrica de sueños rotos”, síntoma de un nuevo horizonte de regresión deshumanizadora ante el que cabe preguntarse, como dijo en su día Theodor W. Adorno, si existe la esperanza de que “algo humano sobreviva, después de todo”. La respuesta de Cao es proponer una estrategia de resistencia artística: la fantasía, la capacidad de imaginar alternativas, por improbables o incluso conmovedoramente ridículas que resulten, como último reducto de las subjetividades amenazadas.

Foshan, la ciudad de la distopía industrial, es una gran desconocida en Occidente. Para empezar, es una ciudad inmensa, aunque apenas aparezca en nuestros mapas mentales. Situada a apenas 35 kilómetros al sudoeste de Guangzhou (la antigua Cantón), en la orilla occidental del gran delta del río de la Perla, ocupa un aire de 3.800 kilómetros cuadrados y roza los 9,5 millones de habitantes, más que Londres, San Petersburgo y (por supuesto) Berlín, Roma, Madrid o París.
Como ha explicado en alguna ocasión el historiador neerlandés Frank Dikötter, a los europeos nos cuesta concebir China porque, para empezar, es otra escala, mucho mayor que la de nuestro etnocéntrico y autoindulgente Viejo Mundo. La hoy gigantesca conurbación de Foshan empezó siendo un centro local de producción de cerámica, acero y muebles artesanales durante las dinastías Ming y Qing, entre los siglos XIV y XIX.
Ya en el siglo XX, y muy especialmente a partir de la década de 1980, se convirtió en uno de los principales núcleos de la tardía revolución industrial china. Por entonces apenas superaba los 300.000 habitantes, pero empezó a nutrirse de una afluencia masiva de trabajadores procedentes de la China rural. Su distrito de Shunde, antes una pedanía agrícola en la periferia, reúne hoy cerca de 2,5 millones de seres humanos y más de 3.000 talleres y fábricas que, en conjunto, producen alrededor de la mitad de los refrigeradores y aires acondicionados del mundo.

Más aún, Shunde se ha convertido en los últimos años en el principal centro mundial de venta y distribución de muebles. La ciudad hoy rebautizada (extraoficialmente) como Capital China del Mueble alberga en su interior un área de compra y venta de mobiliario de más de tres millones de metros cuadrados. En ella se concentran en feliz promiscuidad 200 grandes almacenes (alguno, como el Sunlik Group, el Lianfu Furniture City, el Shunde Empire Furniture o el Lecong International Furniture Exhibition Center), 3.300 tiendas de menor tamaño y más de 1.500 talleres. Su facturación anual supera, según diversas estimaciones, los mil millones de euros anuales. Entre el 19 y el 22 de agosto de este año, este entorno, en el que se calcula que trabajan alrededor de 150.000 artesanos del mueble, acogerá una nueva edición de la Foshan International Furniture Exhibition, una feria de una pujanza y un poderío casi obscenos.
¿Existe un Foshan más allá de la exuberancia industrial, el comercio a una escala superlativa y la melancolía distópica de Cao Fei? Sin duda. Algo queda de la antigua ciudad de ceramistas fundada en torno a una colina (el monte de Buda) donde hoy se encuentran tres estatuas de bronce dedicadas a Siddartha Gautama, el fundador de la más célebre de las religiones sin dioses. En esa Foshan distinta encontramos el Templo de los Ancestros, imponente construcción del siglo XI, con su magnífica mola escultórica de 2,5 toneladas dedicada a Pak Tai, dios taoísta del invierno, el agua y las criaturas acuáticas. También el interesante Centro de las Artes Manuales y, junto a él, la peculiar pagoda de Renshou. O el jardín de los Liang, propiedad, hasta mediados del siglo XX, de una rica estirpe de mercaderes que quiso regalarse su particular Jardín de las Tullerías, exótico y fragante. Además de, por supuesto, la muy fotografiada iglesia en forma de violín de Yanbu, prueba palpable de que la extravagancia de una parte de la arquitectura contemporánea china no tiene límites.
Rincones, en fin, con sustancia y arraigo. Vale la pena descubrirlos si se está planteando usted acercarse a Foshan y quiere hacer algo distinto a comprar muebles o preguntarse, con Cao Fei, de quién es la utopía que se está concretando a orillas del río de la Perla.
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