Ana Lamata, la artesana de los sombreros que se exponen hasta en El Prado
La creadora, que aprendió el oficio de la sombrerera de la reina madre de Inglaterra, confecciona a mano y a medida en su taller de Madrid, donde reivindica este accesorio como una representación del carácter y estilo de sus portadores


El taller de la sombrerera Ana Lamata (44 años, Santander) en Madrid está repleto de piezas de colección. No solo de los sombreros que ella misma elabora, sino de los que ha ido coleccionando a lo largo de su vida, todos ellos piezas datadas entre 1860 y 1960 que evidencian la evolución de este accesorio universal. Fue el coleccionismo lo que la llevó a dar un paso más allá y profundizar no solo en la historia de este complemento, sino también en los secretos de sus materiales y técnicas de fabricación. Un viaje que le ha llevado a convertirse hoy en una de las últimas artesanas de los sombreros que fabrica siempre a mano, a medida y por encargo, con materiales y tintes naturales con los que experimenta para obtener el tono adecuado. Sombreros que, además de cubrir la cabeza de sus propietarios, incluso han sido expuestos en el Museo del Prado como una pieza de arte más.
Doctora en Historia del Arte, Lamata participa cada año en el encuentro mundial de artesanos Xtant, que se celebra en Palma (Mallorca), donde enseña sus creaciones y comparte espacio con manufactureros textiles de todo el mundo. Su afición por los sombreros le llevó a prestar atención a todos los aspectos de este complemento, desde la materia prima hasta el acabado. Intentó sin éxito buscar de quien aprender en España y, tras darle algunas vueltas, decidió matricularse en un curso de sombrerería en la prestigiosa London College of Fashion, donde tomó las primeras nociones del oficio. “Una de las cosas fundamentales que aprendí durante la carrera fue a ir a las fuentes. Pensando en esto, decidí ir al origen y buscar a alguien que sirviera en este oficio a la casa real británica porque significa que tienen una trayectoria probada” explica.
Tras intentar contactar infructuosamente con dos creadores que habían trabajado para la familia real, logró localizar a Rose Cory, sombrera de la reina madre de Inglaterra y figura clave en la industria de este accesorio en el Reino Unido. Los diseños de Cory, con una pieza característica con el ala hacia arriba y un gran penacho de plumas de ave, se convirtieron en los favoritos de la madre de Isabel II, quien los utilizó asiduamente hasta su muerte, a los 101 años, en 2002. Lamata estuvo aprendiendo el oficio de la mano de Cory durante un año y medio en Londres, absorbiendo conocimientos sobre cómo bloquear y coser la paja, confeccionar sombreros de tela, turbantes, tocados y diademas de flores. “Fue amor a primera vista”, señala sobre su maestra.

De vuelta en Madrid, comenzó a fabricar en su taller, donde recibe a sus clientes y acepta solo trabajos por encargo y a medida. “Cada cabeza es única, el sombrero cambia y puede modificar cómo te ves y cómo caminas, lo haces más erguido, te asientas de forma diferente”, explica Lamata, que para obtener mayor precisión se ayuda del uso de un conformador, un aparato que tradicionalmente se usaba en frenología y que permite obtener no solo la medida, sino todo el perfil craneal para lograr piezas que encajen y se ajusten perfectamente a la cabeza del cliente.
El trabajo para confeccionarlo dura días: son tres pasos hacia adelante y uno hacia atrás, una elaboración de orfebrería que las mujeres demandan principalmente para ocasiones especiales; mientras los hombres lo hacen con una vocación de uso diario. “Las bodas lo han recuperado como complemento, el sombrero es un gran accesorio. El ponerte un fieltro coral o una paja azul, el color del sombrero reflejado en el tono de la piel. Es igual que cuando te pintas los labios o los ojos, hay mucho que ganar porque te estiliza y te coloca la postura”, señala. Muchos de sus clientes son extranjeros que llegan al atelier de la mano del diseñador neerlandés Jan Taminiau, con el que colabora asiduamente.

Producto natural
Una de las señas de identidad de Lamata es el trabajo artesano con materias primas de primera calidad y tinturas 100% naturales. El fieltro de castor es el componente más habitual, porque es el más resistente, repele el agua y no necesita aprestos químicos para aguantar la forma. La paja, dice, es más problemática porque se dejó de tejer en los años treinta del siglo pasado. Por eso ella se ha centrado, sobre todo, en trabajar el trigo florentino, que antiguamente tejían grupos de mujeres en la Toscana, y en la paja buntal, proveniente de una palmera que antes también se tejía en Filipinas, pero que con el tiempo dejó de urdirse porque ya no resultaba rentable. El material para los sombreros más exquisitos y delicados se los compra a Domingo Carranza, uno de los últimos tejedores del mundo de paja toquilla, material popularizado en el conocido modelo de sombrero Panamá, que cultiva y trabaja en Pile (Ecuador). “Le compro lo mejor que puedo comprarle, la calidad más fina del mundo”, destaca.
Todos los tintes que usa también son naturales: raíz de rubia, índigo o gualda. Y es que para Lamata la riqueza de los colores de los tintes naturales no tiene nada que ver con los sintéticos, ya que considera que el refractar de la luz en los colorantes orgánicos plasma una “vibración” en las piezas que no se obtiene con los artificiales.
En una de sus últimas colaboraciones, ha logrado mezclar su pasión por los sombreros con el arte. El jefe del área de conservación de pintura flamenca y escuelas del norte del Prado, Alejandro Vergara, la contactó con motivo de la exposición sobre el taller del pintor flamenco Pedro Pablo Rubens que se quería poner en marcha en el museo, en donde se querían recrear varias de sus pinturas. Lamata se encargó de fabricar un sombrero de tipo cavalliere con el ala ancha inspirado en uno de los autorretratos del artista, que data de 1623. Un trabajo que, según cuenta, realizó tal y como se hacía en la época, con fieltro de castor teñido según el proceso del siglo XVII, con palo de campeche, que junto con la agalla de roble y el hierro permite obtener un tinte negro muy profundo y brillante, el llamado ala de cuervo. “Lo que hay que hacer en este oficio es tratar de mantener la excelencia, trabajar de la mejor manera, conocer y saber ser lo más exquisito. Ahí es donde está la belleza de hacer sombreros, hacer las cosas de la mejor manera”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
