Louis Vuitton viaja a Mallorca con su colección de alta joyería
La marca francesa presenta en la isla las 110 piezas únicas ante los mejores clientes venidos de todo el mundo

El castillo de Bellver es uno de los pocos en Europa de planta circular. En lo alto de un cerro desde fuera del foso se puede ver la bahía de Palma de Mallorca, la sierra de Tramuntana y el bosque de pino mediterráneo que rodea la construcción del siglo XIV. Allí, este lunes, Louis Vuitton presentó la primera de las tres galas con las que celebra su colección de alta joyería que se desvela esta semana en la isla, convirtiéndose así en la primera vez que la firma francesa recala con sus joyas en España.
Cerca de 200 invitados se dieron cita en el castillo para ver de cerca piezas que son una obra de innovación y artesanía. Las modelos desfilaron por el pasillo circular ante el público, casi en su totalidad clientes de la firma llegados de todo el mundo para disfrutar también de la gastronomía en una cena en el mismo castillo servida por Quique Dacosta y rematada por la versión techno del folclore español que pincharon Mëstiza, el pintoresco dúo de DJs que interpreta la cultura flamenca en versión electrónica y que con sus sombreros cordobeses y sus braceos pusieron a bailar a la comitiva.
Al día siguiente, se presentaba la colección al completo en una villa fortificada. Es allí donde los clientes, que en esta ocasión eran en su mayoría asiáticos, pudieron mirar las piezas, probarlas y, en última instancia, comprarlas. La división de alta joyería de Louis Vuitton es reciente. Fue en 2004 cuando lanzó su primera colección. La que ahora se presenta, llamada Virtuosity, consta de 110 piezas únicas que mezclan con destreza metales preciosos con piedras de gran valor y con un hilo conductor es la creatividad, la maestría y la precisión.

Completar una joya puede llevar muchos años desde que se consigue la primera piedra hasta que se encuentran las que la acompañarán en el diseño final para lograr el mismo color, la misma pureza y el mismo origen. En esta ocasión, por ejemplo, se han empleado siete años en conseguir los 27 diamantes amarillos de algo más de 46 quilates que hacen del collar Eternal Sun la pieza más importante de la colección. La encargada de buscar y encontrar, de valorar y comprar esas piedras es Anne Michel (nombre ficticio, pues no le está permitido hacerlo público por cuestiones de seguridad). Ella es la gemóloga de Louis Vuitton y cuenta que son una verdadera rareza. “El instituto gemológico americano los consideró tan excepcionales que han hecho un libro sobre ellos. No entendían cómo podía haber 20. Tal vez, en el momento de la cristalización hubo una fusión muy rápida y muy fría”, explica a EL PAÍS.
Desde que supo que Mallorca era uno de los posibles destinos para presentar esta colección, Michel imaginó una paleta de color concreta que responde a una evocación de la isla. “Es el cielo, el mar, el sol. Para mí este tipo de color de amarillo es como un rayo de sol capturado en el cristal”, dice. Así, con unas pocas pistas del estudio, imagina para cada colección una coherencia en colores, tamaños, y la mezcla exacta entre las clásicas piedras preciosas: diamante, rubí, zafiro y esmeralda, y lo que ella ha dado en llamar las nuevas piedras preciosas, gemas que a priori tienen menos valor, pero que cuando la exigencia es alta se convierten en tan escasas y excepcionales como las grandes gemas. “Analizo cuál es la gravedad específica, cuál es el índice, cuál es la dureza, cuál es el color. Intento entender todo eso y, después, veo si es algo con lo que se puede construir una historia”, explica.
La historia de Louis Vuitton es el viaje, como recordó Pietro Beccari, CEO de la firma, en su discurso de bienvenida en la cena de gala. La marca nació en 1854 como casa maletera, sus baúles acompañaron a la aristocracia y a estrellas de cine, desde Eugenia de Montijo hasta Catherine Deneuve. Pero más allá del viaje geográfico, Beccari invitó a reflexionar sobre el viaje a través del tiempo, la eternidad y la historia. “Cada una de estas piezas, cada piedra que forma parte de esta colección, ha atravesado millones de años. Estas gemas que han cambiado hoy su naturaleza gracias a la destreza de nuestros diseñadores y maestros artesanos representan un fragmento de eternidad, una forma de inmortalidad. Porque vivirán para siempre, se transmitirán de generación en generación”, dijo.
Tiene sentido que en un momento de incertidumbre económica las joyas, y más las que son únicas en diseño y valor, se hayan convertido en un refugio para ese 1% que también percibe la inestabilidad. Por eso, como explicó en su momento The New York Times en un artículo titulado Cuanto más hot la fiesta, mayor la venta, la marca proporciona no solo una experiencia singular en localizaciones espectaculares, sino también la ocasión para lucir esas joyas en las cenas de gala donde los clientes coinciden en sacar sus atuendos más especiales y sus mejores piezas de joyería en competencia sutil. O a veces no tanto, pues también se medirán a la hora de comprar las 110 joyas únicas de la colección.
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