Un amor de verano de... Sergio Ramírez: ‘Escalera en flor’
El escritor se pregunta si Deyanira Rodriguez era ajena a lo consumado en una mesa de juego por su marido. El comerciante apostó fuerte en una partida de póker: la apostó a ella


Salomón Lau y Juan Wong tenían almacenes frente a frente en la calle del Comercio de Jinotepe y ambos vendían más o menos las mismas mercancías: telas, zapatos, aperos de labranza, comestibles a granel, conservas, artículos de tocador y, en las Navidades, uvas y manzanas importadas de California; pero la competencia no los hacía entrar en disputa y cada noche se juntaban a jugar partidas de póker en las que apostaban fuerte. El que perdía se reponía la vez siguiente y cada madrugada se despedían siempre en paz.
Salomón Lau era soltero y Juan Wong casado con Deyanira Rodriguez, coronada Miss Pacífico en el balneario de Casares, y aunque metida ahora en carnes aún podían verse huellas de su pasada belleza; y era a Casares que iban a veranear cada año durante la Semana Santa, Salomón Lau al volante de su Packard y Juan Wong al volante de su Buick, Deyanira a su lado. Se hospedaban en el hotel Costa Azul, un caserón de madera de dos plantas con corredores hacia el mar, como un viejo palomar.
Alojados en cuartos vecinos se sentaban a jugar, ahora desde el mediodía, sin hacer caso del tráfago de los bañistas llegados en buses que se estacionaban en la playa, ni de la música pendenciera que sonaba noche y día en las roconolas de las cantinas instaladas en ranchones, mientras tanto Deyanira se alejaba hacia algún paraje de la costa donde pudiera tenderse al sol sobre una toalla de listones.
Metidos en su juego, cada uno con el cigarrillo prendido en los labios, ya podía ahogarse alguien borracho, estallar una trifulca con arma blanca, o así cayera el techo sobre sus cabezas, nada los distraería, armados de una provisión de naipes Caravan de los que ellos mismos vendían en sus almacenes lo mismo que vendían los cigarrillos Camel que fumaban sin parar.
Apostaban gruesas sumas de dinero, lotes de mercancías aún en la aduana, apostaban el Buick y apostaban el Packard, una finca de recreo que tenía el uno camino a Nandaime y las acciones que tenía el otro en la destilería que producía el ron Santa Cecilia en Diriamba.
Pero esta Semana Santa en Casares sucedió que Juan Wong empezó a perder una ronda tras otra. A Salomón Lau le venían como por encanto una escalera de color, una mano llena, un póker de nueves, y ya Juan Wong había apostado todo lo que tenía en el banco, un embarque completo de machetes Collins, las acciones del ron Santa Cecilia; y después de perder el Buick apostó su casa, apostó el almacén con todas sus existencias. Ya no le quedaba nada, pero Salomón Lau, mientras arrastraba con ambas manos el último montón de fichas, la colilla del cigarrillo tan consumida que le quemaba los labios, lo tentó proponiéndole que si quería recuperar todo de un golpe, dinero, embarque de mercancías, acciones, carro, casa, almacén, se lo ponía en su sola parada contra Deyanira.
Habían amanecido jugando y eran ya las siete de la mañana del Jueves Santo. Y Juan Wong, en la vana esperanza de recobrarse, apostó a su mujer, pero la racha triunfal de Salomón Lau no se había interrumpido, y también esa mano se la ganó. Escalera en flor. Ella se hallaba ausente, porque había ido a tenderse al sol en la arena sobre su toalla listada, como todos los días.
¿Pero era ajena a lo consumado en la mesa de juego? Es aquí donde los criterios se separan, porque cuando cundió la noticia unos pensaron que existía ya un entendimiento clandestino entre el apostador favorecido por la constancia de su suerte y la esposa del perdedor; otros, que hasta no volver de la playa supo que su destino había sido jugado entre tahúres y debió entonces decidir si acataba o no lo impuesto por el arbitrio de las cartas.
Porque pudo haberse negado a aceptar semejante anomalía, a todas luces escandalosa; pero ya fuera por despecho, o porque hubieran existido de previo los amoríos que una parte de la opinión pública suponía, regresó a Jinotepe en el Packard sentada al lado de Salomón Lau, y tomó posesión de su casa.
Ahora nada puede saberse porque los tres están muertos hace tiempo. A Salomón Lau podía vérsele cuando Deyanira lo sacaban a asolear a la acera sentado en su silla de ruedas, en la que se quedó una tarde para siempre dormido.
Juan Wong rehizo su fortuna en los minerales de Siuna, donde abrió otro almacén que escondía en la trastienda un garito de juego, y mandó a buscar en Cantón, de donde era originario, una esposa de apenas 15 años. Fue ella quien lo enterró, también ya muy viejo, y extraviada la memoria.
A Deyanira, siempre enérgica pese a los años, se la veía afanarse cruzando una y otra vez la calle para atender los dos almacenes. El hotel Costa Azul se lo llevó el huracán Mitch en 1998.
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