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“¿Vienes a la boda o no?”: la presión social y emocional por rechazar una invitación

La insistencia de familia y amigos para asistir a un enlace puede llevarnos a decir que sí incluso sin ganas, sin dinero o sin una relación cercana con los novios. El sentimiento de culpa y traición también juega un papel en la decisión

Invitados boda
Juanjo Villalba

A Lucía le costó un poco tomar la decisión, pero, al final, lo tuvo claro: no quería ir a la boda de su prima. “Detestaba ponerme en una situación en la que no quería estar, ¡pero me sentía culpable!”. “Sobre todo, me daba miedo que mi presencia generara una situación tensa y que esto afectara de manera negativa a mi familia en general, pero sobre todo a mi prima en un día especial para ella”, reconoce. El motivo: un conflicto con su tío que podría haber estallado en plena celebración. Lucía no fue. Le dio a su prima una excusa, pero ambas sabían cuál era la verdadera razón. “Para mi prima creo que fue un alivio porque sabía lo que pasaba y estaba preocupada. Me sentí muy culpable y un poco cría por no saber afrontarlo de otra manera, pero también responsable por no exponerlos a todos a algo incómodo”.

No todo el mundo tiene el valor que demostró Lucía para superar la presión y rechazar la invitación. Porque ocurre que, cuando alguien recibe un mensaje en el que se le convida a una boda, sobre todo si es de alguien cercano, la respuesta esperada es un “sí” casi automático.

Rechazar la invitación se vive a menudo por parte de los novios o de su familia como una falta de lealtad, una decepción o incluso una traición emocional. Lo habitual es que, aunque no apetezca o no haya una verdadera relación con la pareja, el invitado acabe aceptando. La psicóloga y sexóloga Silvia Sanz, autora del libro Sexamor (Aguilar, 2021), apunta a una razón central de que ocurra esto: “Como seres sociales, tenemos una necesidad profunda de ser aceptados, valorados y evitar conflictos. Ese deseo de pertenencia nos condiciona: aprendemos que hay ciertos gestos que se interpretan como muestras de cariño y compromiso, y asistir a una boda se percibe como uno de ellos”, explica.

El psicólogo Javier Álvarez apunta, por su parte, que esta presión emocional tiene muchas capas. Lo resume así: “Nos cuesta decir que no por las consecuencias que puede acarrear si nuestros deseos no coinciden con los de la otra persona. Ser aceptados es una necesidad que influye en nuestra autoestima”. Y en caso de dudar, la culpa entra en juego.

Entre el deber y el deseo

Juan lo tuvo claro desde el principio: no quería ir a la boda de unos amigos. Lo complicado fue encontrar la forma adecuada de comunicarlo. “Me sentí bastante incómodo en el momento de decirlo, aunque tenía muy clara la decisión”, cuenta. “Reescribí el mensaje varias veces para encontrar una manera delicada de expresarlo sin tener que mentir. Al final les dije que no podía ir porque coincidía con el concierto de mi artista favorito en un festival”. Pero entonces llegó la pandemia: el festival se canceló, la boda se mantuvo y él volvió a escribirles para preguntar si aún estaba a tiempo de asistir. “Me aceptaron”. Aun así, admite que, de no haberse cancelado el festival, habría vivido el día de la boda con cierta incomodidad. “Estoy seguro de que al ver las fotos me habría sentido mal, como si incluso hubiera perdido el derecho de felicitarlos. Como si rechazar la invitación hubiera cortado el vínculo y pasara a ser un conocido más”.

Una invitación de boda con dos respuestas posibles: "aceptar con gusto" o "declinar con arrepentimientos".

Sanz explica que parte de la angustia al rechazar una invitación nace precisamente de esto, del temor al reproche por parte de los novios: “Pensamos que, si decimos que no, nos van a tachar para siempre de su lista de amigos o familia. Pero hay que poner esto en cuarentena y plantearse la importancia real que tienen esas personas en nuestra vida, y si el daño emocional que pensamos que les vamos a infligir a los novios por no ir es real o imaginado”.

Juan reconoce que es la única boda a la que casi no va y que le hubiera sido imposible decir que no de haberse tratado de amigos más cercanos o familia. No obstante, también cree que, en ocasiones, exageramos las posibles consecuencias. “Creo que un ‘no’ es mucho más aceptable de lo que se cree”, sostiene. “Muchas veces los novios invitan a gente por compromiso, estos aceptan por lo mismo y si alguno de los dos no lo hiciera el alivio sería mutuo”.

“Ay, qué rancia eres, hija”

Marta se crio en una ciudad de provincias y veraneaba en un pueblo cercano donde tenía el clásico grupo de amigos a los que veía en verano. Un grupo muy grande, unido solamente por el motivo de haber coincidido en un tiempo y un lugar, en el que había personas más cercanas y menos. Al llegar la “edad de casarse”, las invitaciones de boda se disparan y, además, se invita a todo el grupo, sin distinciones, lo que trae algunos problemas. “Quizá en las grandes ciudades es distinto”, apunta Marta. Con un panorama así, ella se ha visto obligada a decir que no en unas cuantas ocasiones y, según cuenta, la presión del grupo ha sido casi mayor que la de los propios novios. “Pero, ¿qué te cuesta? ¿Por qué no vas?’, me decían. ‘Ay, ¿cómo no vienes?’. Mucha gente me preguntaba y me hacían sentir culpable y obligada a dar una buena excusa. Incluso mi familia. Mi madre, por ejemplo, me decía: ‘Ay, qué rancia eres, hija“.

El conflicto se multiplica cuando la invitación no afecta solo a uno. Si quien presiona para asistir a un enlace es nuestra propia pareja, la negociación se complica. Ante esta situación, Sanz lanza una recomendación: “Hay que comunicarse bien y llegar a acuerdos. Por ejemplo, puede acordarse que cada uno vaya a las bodas de su parte y no esté obligado a ir a las otras. Pero tiene que ser un acuerdo mutuo, no se trata de ceder para evitar una discusión ni de imponer nuestro criterio”.

Marta también ha sentido en ocasiones esa presión por parte de su pareja para asistir a una boda que no le apetecía. “Pero a otras he dicho que no y eso es otro melón. Cuando vas a una boda sin tu pareja, mucha gente lo ve raro y tienes que dar muchas más explicaciones”, confiesa. No obstante, ellos ya han acordado repartirse las celebraciones cuando tiene sentido hacerlo así: “¿Para qué va a venir mi pareja a una boda de personas que apenas conoce? ¡No tiene ningún sentido!”, exclama.

Cómo evitar una boda si sentirnos culpables

Escaquearse de una boda no siempre resulta sencillo, pero ¿puede hacerse de forma honesta y respetuosa? El psicólogo Javier Álvarez propone, como primer paso, hacer un análisis realista de costes y beneficios: “Es buena idea valorar si asistir a la boda es un coste asumible tanto por la pareja, como por la familia, amigos o compañeros de trabajo. O si no existen motivos de peso para hacer algo que verdaderamente no queremos hacer”.

Según Álvarez, no hay una única forma de declinar una invitación: “A veces, habrá que poner una excusa, otras habrá que ser sinceros, y algunas otras tendremos que ser coherentes con lo que pensamos, sentimos y hacemos, aceptando el coste que ello conlleva”. Lo importante es la manera de comunicarlo: “Hay que ser asertivos y utilizar un amplio abanico de habilidades sociales para intentar no hacer sentir mal a las otras personas”. Al final, señala el psicólogo, todo pasa por actuar desde la responsabilidad emocional: ser honestos con nosotros mismos y, al mismo tiempo, cuidadosos con los sentimientos de quienes nos invitan.

No se trata de declinar una invitación sin más, sino de encontrar una forma de hacerlo que no rompa más vínculos de los necesarios. Porque decir que no a una boda no debería significar decir que no a una relación, ni tampoco cargar con una culpa que, en muchos casos, tampoco nos corresponde.

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Sobre la firma

Juanjo Villalba
Se licenció en Economía Internacional en la Universidad de Zaragoza, pero su vocación lo llevó al periodismo y la divulgación de cultura y estilo de vida, ámbitos en los que ha trabajado más de 15 años. Fue director editorial de Vice España y, desde 2020, escribe para medios como EL PAÍS, ElDiario.es, El Periódico de España, La Vanguardia o Hearst.
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