El barrio de Hortaleza se moviliza para homenajear a Fausto en su último día en la farmacia
Casi dos centenares de vecinos acudieron el viernes pasado a despedir al hombre que les llevaba medicinas a casa durante la pandemia. “Me siento huérfana”


Esta historia ya la escribió Adolfo Ruiz Espiga hace más de treinta años. Nadie recuerda la fecha exacta en la que los vecinos de la Uva en el distrito de Hortaleza corrieron estremecidos para darse los unos a los otros la fúnebre noticia. ”Adolfo, el boticario, ha muerto. Se desplomó en la farmacia”, decían. Adolfo Ruiz Espiga murió de un infarto y cayó sobre el mostrador desde el que despachaba a media Hortaleza como si cada uno de sus “pacientes” fuera parte de su familia. A Adolfo se le dedicó un funeral “casi de Estado” en la Parroquia San Martín de Porres. Los cálculos más conservadores cifran la asistencia para aquel último adiós al boticario en 3.000 personas, los más optimistas hablan de 4.000. Todavía hoy se sigue aguardando en la Uva a que las autoridades coloquen una placa con su nombre o bauticen una plaza en su honor. El viernes pasado, a las 19.30, a Salvador San Andrés, de 68 años, que fue vecino en su adolescencia de “don Adolfo”, le invadieron de nuevo los fantasmas del pasado cuando Fausto González salió con su bata blanca de la farmacia ante cientos de personas que se acercaron para despedirle en su penúltimo día de servicio al barrio. Otra vez, “Hortaleza se quedaba sin boticario”.
Salvador San Andrés estaba en la retaguardia porque no es amigo de los sentimentalismo y en las primeras filas de este homenaje vecinal y espontáneo “había demasiada emoción”. A pesar de ello reconoce que, pese a su rudeza, también lloró. San Andrés define al que fue su “boticario” hasta el viernes pasado como “el heredero legítimo” de Adolfo Ruiz Espiga. Entre Fausto y Adolfo nunca existió ninguna relación más allá de los ecos de la leyenda que le llegaron al primero. De hecho, entre el fallecimiento de Adolfo y la compra de la farmacia de Fausto, pasaron al menos 20 años. “Puede que no se conocieran, pero era como si fuera su hijo. Repetía uno a uno sus comportamientos, era la misma personalidad, la misma manera de atender y de preocuparse por los problemas de los demás”, asegura Salvador, uno de los organizadores del homenaje a Fausto. “Ellos no han sido farmacéuticos, han sido boticarios, que en mi opinión es una categoría superior. No regentaron una farmacia sino una casa de socorro donde ir si tenías un problema médico. Esta gente ha estado curando heridas, siguiendo el tratamiento de la gente... El boticario, además de ser un profesional, tiene una implicación personal”, asegura.
Todavía queda algo de humanidad en esta ciudad salvaje. Así fue el adiós de los vecinos a Fausto, dueño de una farmacia que ha prestado servicio durante décadas en #Hortaleza. Sólo el barrio cuida del barrio.
— Víctor de Elena (@victordeelena) December 1, 2025
Vía belixus en TikTok. pic.twitter.com/a1GGomSvX9
Fausto González nunca fue vecino de Hortaleza, ni este era un barrio que le pillara especialmente cerca de su domicilio en el barrio de Chamberí. Sin embargo, a sus 38 años aterrizó en la calle Santa Adela de este distrito porque creía haber encontrado el lugar ideal para llevar a cabo su gran anhelo: regentar una farmacia. Lo que Fausto buscaba era “algo económico” y que estuviera en un barrio “que fuera como un pueblo”. Antes que él, su bisabuelo, su abuelo y sus dos tíos paternos se dedicaron también a la medicina. “Ellos tenían la consulta médica en sus casas, y por ahí iba pasando todo el pueblo, a cualquier hora. Eso es lo que intenté emular yo aquí”, asegura Fausto. “Mi idea era montar una farmacia que fuera un poco la «casa de todos». Esta gente ha sido mi vida. Yo creo que los farmacéuticos no podemos ser meros dispensadores de medicamentos. Tenemos que ser curas con quien la gente se confiese, psicólogos, amigos... Eso está en nuestras manos", explica.
Durante dieciséis años, Fausto llevó hasta las últimas consecuencias su visión de la profesión. “Ese ha sido su éxito”, cuenta Salvador. En su opinión, dos han sido los factores determinantes para que entre Fausto y sus vecinos se generase una simbiosis casi perfecta. En primer lugar, “la empatía con la gente, sobre todo con las personas mayores”. Fausto supo ver que en el viejo Hortaleza un grueso importante de personas eran de la tercera edad, y les dio lo que creía que necesitaban: “cariño y atención”. En segundo lugar, Salvador denuncia que “la mayoría de farmacias ahora actúan como mercafarmacias, vendiendo productos de cosmética, champús, cremas adelgazantes y toda esa parafernalia dermatológica”, mientras que en la Farmacia de Fausto, “estas cosas apenas existían. Él se centró en lo puramente médico”.

El gran cómplice de Fausto en estos dieciséis años ha sido Eduardo Valero, de 62 años, el portero del inmueble contiguo, el número 13. Juntos formaron un dúo icónico para los vecinos, sobre todo durante la Covid-19, cuando Fausto recorría los edificios de sus pacientes dejándoles las medicinas colgadas del picaporte de la puerta. Eduardo entregaba todo lo que faltaba en los días que Fausto estuvo confinado por el virus. Él fue el primero en ser informado hace un año de que su amigo sopesaba la idea de abandonar el negocio. Y guardó el secreto hasta que hace dos meses Fausto comenzó a contárselo a la gente. “Yo le decía que bebiera agua, que se iba a deshidratar de tanto llorar. Se emocionaba con cada persona”, cuenta Eduardo. Así, hace unas semanas una vecina acudió a Eduardo con la idea de montar un homenaje espontáneo el viernes 28 de noviembre, el penúltimo día de Fausto. Se hicieron carteles que se colocaron por el barrio para que acudiera el mayor número posible de personas, en puntos estratégicos donde Fausto no pudiera verlos. Al final, era un secreto a voces. “Se fue de madre. Cuando vimos que había más de 150 personas, no nos lo podíamos creer. De hecho, Fausto tenía el pensamiento de invitar a todos a una cerveza, luego se dio cuenta de que era imposible”, recuerda Eduardo.

Allí estuvieron, por ejemplo, vecinas como Pilar Sanz, de 83 años, que hoy acude nuevamente a la farmacia con un poso de tristeza que arrastra de conversación en conversación. “Lo único que se me ocurre es llorar. Todo el abecedario se me queda corto para hablar de Fausto. Espero que sus padres estén orgullosos. Ahora que he tenido que entrar a por los medicamentos y me he tenido que explicar de cero me ha entrado el bajón. Soy huérfana”, cuenta.
Mientras tanto, Fausto anda “bastante perdido” por su barrio de Chamberí. Esta mañana, por e-mail, ha seguido atendiendo a una “paciente” que le preguntaba si le podía indicar el tipo de bolsa de orina que utilizaba su padre. Fausto, diligente, le mandó el código nacional del producto al instante.
La decisión de traspasar el negocio ha sido, en esencia para dedicarle tiempo a sus padres, a su mujer, y a su hija de 13 años. “Todo el tiempo que le he dedicado a la farmacia se lo he quitado a ellos. Solo estaba con mi hija los fines de semana. De lunes a viernes me iba mientras dormía y llegaba con ella dormida también. Me he dado cuenta tarde, pero me he dado cuenta”, reconoce. Este lunes por la mañana Fausto le dijo a su hija si quería que la llevase al colegio. “No, papá, yo ya voy a clase sola. Que no te has enterado”, le respondió.
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