Los vecinos de Lavapiés ‘conquistan’ un espacio propio en la Tabacalera de Madrid
Las asociaciones del barrio, que ven en la nueva etapa del complejo un acicate para la turistificación, y que protestaron porque no se contara con ellos, formarán parte de la gestión y podrán reservar locales gratis

En los 30.000 metros cuadrados que abarca la Tabacalera de Madrid caben un centro de residencias artísticas y unas cuantas estancias más para las entidades socioculturales del barrio de Lavapiés. Esa es la conclusión a la que han llegado recientemente el Ministerio de Cultura, la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (Fravm) y el Centro Sociocultural Autogestionado La Tabacalera (CSA), después de un largo proceso de diálogo que se ha prolongado desde el mes de marzo. Así, el recinto que un día acogió la Real Fábrica de Tabacos de Madrid permitirá al ministerio crear el “gran templo cultural” que busca cuando finalice la reforma integral del edificio, y a los vecinos de Lavapiés contar con un espacio donde poder desarrollar sus actividades cómodamente. Todo bajo un modelo de gobernanza basado en la cogestión. Un proyecto ambicioso que, a pesar del consenso, todavía levanta ampollas en la zona ante la posibilidad de que el edificio atraiga todavía más turistas a un entorno que ya sufre los efectos de la masificación, como la desaparición de los de comercios de toda la vida o la multiplicación de los pisos turísticos.
La noticia de que el Ministerio de Cultura iba a poner en marcha un centro de producción y residencias artísticas en la Tabacalera cayó como un jarro de agua fría en Lavapiés en marzo, cuando se anunció. En aquel momento, la Fravm protestó porque el proyecto del ministerio “no respondía” a las necesidades de los vecinos. “Lo que siempre hemos planteado es que no queremos que la Tabacalera se convierta en otro espacio museístico más en el centro de Madrid”, defiende su presidente, Jorge Nacarino. En su opinión, no es necesario que haya “otro contenedor cultural” más en el corazón de la capital y, en cambio, sí que es imprescindible que se dote al barrio de nuevos equipamientos: “Las entidades que reclaman espacios tienen necesidades muy diferentes y, por tanto, se tiene que apostar por un modelo que permita armonizar esos diferentes usos”.
Por ejemplo, el club deportivo Dragones de Lavapiés necesita un recinto amplio donde poder realizar los entrenamientos de sus múltiples equipos de fútbol. Una de las fundadoras del club, Dolores Galindo, explica que la falta de infraestructuras deportivas en los alrededores les obliga a alternar las canchas del Casino de la Reina con las de la Chopera del Retiro y un solar de la calle Embajadores 18, que les ha cedido el Ayuntamiento de Madrid para que entrenen los más pequeños. “Necesitamos espacios donde la juventud pueda hacer ruido, escuchar música y, al mismo tiempo, estar protegida”, reclama.
Coincide con ella Manuel Osuna, el presidente de la asociación vecinal La Corrala. Este vecino de 62 años nació en París, pero cuando tenía tres años se mudó con su familia a Madrid, concretamente a Lavapiés, donde ha hecho su vida. “El barrio ha cambiado de una forma bestial, ha pasado de ser una especie de pueblo donde nos conocíamos todos a ser un parque temático para turistas”, denuncia. Durante casi seis décadas, Osuna ha visto cómo ha evolucionado su comunidad en diferentes planos, también en el económico: “Comprar hoy un piso en Lavapiés no baja de 400.000 euros. Aquí se están pagando alquileres de 1.200, 1.400 o 1.500 euros por una vivienda sin plaza de garaje”. Del problema del mercado inmobiliario tampoco se libran las entidades socioculturales. “La asociación Da La Nota se ha tenido que ir a Arganzuela por los precios de los locales”, lamenta Osuna. El enfado ante la falta de soluciones a la inexistencia de espacios para las entidades socioculturales se agudizó cuando se conoció el proyecto de las residencias artísticas para la Tabacalera.
Desde entonces, el Ministerio de Cultura ha tratado de encauzar el descontento inicial a través del diálogo con el CSA Tabacalera y la Fravm. “Después de ese pequeño enfrentamiento por la falta de información previa del proyecto, se retomó el diálogo con el ministerio y entonces se nos planteó la posibilidad de que convivan el proyecto de residencias artísticas y un centro social donde puedan estar tanto entidades culturales en un sentido amplio como un espacio más destinado a las entidades del barrio”, explica Jorge Nacarino. La hoja de ruta que tiene prevista la Dirección General de Patrimonio Cultural y Bellas Artes para la Tabacalera se desarrollará en paralelo al proyecto de rehabilitación integral y transformación del edificio, que contará con un plazo de ejecución previsto de 10 meses, que inició el contador en septiembre.
Una portavoz del Ministerio de Cultura explica a EL PAÍS que las entidades que forman parte del CSA “dispondrán de un espacio propio autogestionado para desarrollar sus propios proyectos con total autonomía”. Además, también se ha acordado la cesión gratuita de espacios para entidades del barrio que impulsen actividades socioculturales. Simultáneamente, al curso de las obras, el ministerio trabaja en la reactivación provisional del uso de espacios, que podrán utilizarse cuando cuenten “con las condiciones de seguridad imprescindibles”. Asimismo, se sigue trabajando conjuntamente en otros proyectos, como la puesta en marcha de un programa de murales de carácter participativo, todavía en desarrollo.







El arquitecto Arturo Blanco, ganador del proyecto para rehabilitar el edificio de la Tabacalera, ha tenido en cuenta los aspectos fundamentales del acuerdo entre el ministerio y las asociaciones a la hora de trazar el futuro del edificio sobre el papel. Dos meses han bastado para que Blanco diseñase, en colaboración con la arquitecta Paula Sánchez, cómo será el nuevo exterior de la Tabacalera, el sótano, la planta baja, el primer piso y el segundo. “Uno de los principales objetivos del proyecto es abrir el edificio de la Tabacalera al barrio”, explica. Él conoció la Tabacalera hace 15 años, cuando impartió una clase en la sala llamada Molino Rojo, y en ese momento le sorprendió “que el edificio parecía que estaba cerrado a la ciudad”. Para lograr esa apertura, Blanco ha diseñado “situaciones que puedan ser fácilmente reversibles”, para que se puedan modificar los espacios conforme a las necesidades que surjan, tal y como pedían los vecinos del barrio.
Manuel Osuna todavía siente cierto recelo por el proyecto de la Tabacalera. Tanto él como el resto de vecinos del barrio tendrán que esperar a que avancen un poco las obras para comprobar si efectivamente el edificio contribuye a revitalizar la actividad sociocultural del barrio, en un momento en el que los años de especulación inmobiliaria pasan factura al barrio de Lavapiés. “Ya no puedes tomar un café con leche y unos churros”, dice Osuna apenado. Al menos siguen teniendo la pescadería de toda la vida.
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