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De Fuenlabrada a Singapur: un colegio público de Madrid compite con privados de todo el mundo en un concurso de la F1

Cinco jóvenes fuenlabreños de entre 13 y 18 años llegan a la final de un concurso internacional con 30 países para montar desde cero una escudería, bólido incluido

IES José Luis López Aranguren de Fuenlabrada
Daniela Gutiérrez

A las siete de la tarde en el IES José Luis López Aranguren de Fuenlabrada ya no quedan estudiantes ni profesores por los pasillos. O casi. Al fondo del edificio, en el taller de madera, cinco alumnos ―Iván, Gael, Eduardo, Asier y Daniel― preparan la presentación y dan los últimos retoques al proyecto en el que llevan trabajando medio año, vacaciones de verano incluidas. No es un volcán de lava, ni la maqueta del sistema solar: están construyendo el prototipo a escala de un monoplaza de la Fórmula 1 para llevarlo a un campeonato estudiantil internacional en Singapur el próximo sábado 27 de septiembre.

Iván Rodríguez (13 años), Gael Rosa (13), Eduardo Ortega (14), Asier Rojas (17) y Daniel Ontiveros (18) son cinco estudiantes con altas capacidades de este instituto público fuenlabreño que poco se conocían antes de que su profesor de Matemáticas, Rubén Cabrera, llegara un día y les propusiera el proyecto más ambicioso de sus vidas.

-¿Queréis hacer un coche de Fórmula 1?

-Bueno, venga

Así, como quien no espera mucho, los cinco chicos dejaron el proyecto de canalones para la recolección de agua de lluvia en el que se encontraban trabajando para comenzar este otro. El objetivo era presentarse en las clasificatorias regionales del STEM Racing, un concurso patrocinado por la Fórmula 1, en cuya final internacional participan estudiantes de entre 13 y 19 años de todo el mundo. Por las grandes exigencias del proyecto, los equipos que suelen presentarse son de colegios privados.

Al principio la idea pintaba sencilla. Primero debían crear un monoplaza en miniatura, de unos 20 centímetros, que fuera ligero y que corriera rápido dentro de un túnel de velocidad, como lo haría en la vida real, pero sin motor ni conexiones inalámbricas. Luego, armar una campaña de marketing para hacer atractivo su producto y buscar patrocinadores, porque en este concurso cada paso vale por igual. Es decir, debían montar una escudería ―el equipo que crea los monoplazas para los campeonatos de la Fórmula 1― desde cero y hacerla rentable y funcional como cualquier otra empresa.

Cuando Rubén recibió el correo electrónico en el que se anunciaba la primera etapa clasificatoria, supo que sus estudiantes tenía el perfil necesario. “Yo les pregunté si querían hacerlo, pero la realidad es que ya yo los había apuntado”, confiesa el profesor.

El objetivo de Rubén era buscar algo estimulante para sus alumnos, que muchas veces se aburrían con las clases ordinarias. A Daniel, por ejemplo, ya se le habían quitado hasta las ganas de ir al instituto porque no se sentía atraído por ninguna las asignaturas y su futuro académico pendía de un hilo. “Sabía que este proyecto iría mucho más allá, que iban a conseguir unos conocimientos que no aprenden en ningún colegio”, cuenta el profesor.

Al equipo se unieron Irene Soria, profesora de Lengua, que se enfocó en ayudarlos a mejorar las presentaciones, que valen tanto como la prueba de tiempo del monoplaza, y Ángel Sánchez, profesor del taller de madera, que se encargó de acompañarlos en toda la parte técnica. Para las regionales, reconocen, todo el equipo se lo tomó con diversión.

Daniel se convirtió en el ingeniero de diseño y Gael, en el de fabricación. Eduardo, en el jefe de finanzas, Asier, en el de prensa y marketing e Iván, en el director creativo del proyecto. Poco a poco se fueron dando cuenta de que el trabajo requeriría mucho más tiempo del que le dedicaban normalmente a la escuela y que aquello no era un simple ensayo, sino una competencia real que les exigía cada vez más, así que comenzaron a quedarse después de clase.

A las pocas semanas, Daniel ya había leído varios libros de mecánica de los fluidos y había aprendido cómo usar el software de diseño de coches. Iván ya estaba pensando en una identidad de marca, y en un nombre, que finalmente fue Owla, una mezcla de la palabra hola y owl (búho, en inglés), en referencia a la mascota del instituto. Gael se preparaba para buscar los materiales para el prototipo. Asier se encargaba de promocionar el proyecto y de buscar patrocinadores y Eduardo, de gestionar los pocos fondos y materias primas que conseguían.

Ganaron las regionales y pasaron a la clasificación nacional, pero ahí chocaron con otra realidad. “La mayoría de equipos suele prepararse durante años, pero nosotros pasamos de hacer la regional en mayo, la nacional en junio a ahora la internacional”, cuenta Eduardo.

Este año, España participa por tercera vez en la historia del concurso y contará con tres equipos representantes. El de este instituto fuenlabreño es el único y primero de la enseñanza pública que ha llegado tan lejos. Los otros dos son del SEK International School de Cataluña y del American School de Barcelona.

El camino ha sido más difícil porque en un primer momento no contaban con patrocinadores. Ahora los logos de las empresas que han colaborado, algunas grandes como Bosch o Joma, no caben en el dorsal de sus camisetas, pero al principio fue muy difícil conseguir desde el plástico para construir el coche hasta quien les imprimiera un cartel. Ya ni hablar de cuando se enteraron de que tenían que pagarse los billetes hasta Singapur si querían presentarse a la gran final, en la que participan unos 80 equipos de 30 países.

Asier tuvo que enfrentarse a la dura tarea de contactar con posibles patrocinadores. “Claro, es que llamas a una empresa y le dices ‘Hola, somos un equipo de estudiantes de un instituto de Fuenlabrada y necesitamos materiales y dinero’”, explica, mitad en broma, mitad con pesar. “Lo primero es que rezas para que no te cuelguen y luego tienes que enfrentarte a la peor parte, que es decirles que lo necesitas por amor al arte”.

Los integrantes de Owla están convencidos de que nada hubiera sido posible sin las pequeñas empresas del municipio que los apoyaron en un inicio sin pedir nada a cambio, llevándoles una lata de pintura o imprimiéndoles unas camisetas. Tampoco sin la paciencia del resto de profesores y del director del instituto, que les deja campar a sus anchas por los talleres y aulas del centro. Y, sobre todo, sin la ayuda de la Comunidad de Madrid porque, tras ganar la fase nacional, la Consejería de Educación fue la que corrió con la mayor parte de los gastos del viaje. Gracias a todos, este martes 23 de septiembre pudieron subirse a un avión para dar el siguiente paso de esta aventura.

Pocos días antes de que viajaran a Singapur para la final, los cinco chavales y sus tres profesores se encontraban aun trabajando en el tercer prototipo que han creado en estos últimos meses, el definitivo, con el que esperan ganar la competición. Las ruedas las montarán una vez estén en aquel país, porque han pedido que les lleguen directamente ahí a falta de más tiempo. “A Dani se le ocurrió cambiarlo todo a última hora porque se había dado cuenta de que podía hacerlo más ligero y más rápido”, cuentan los chicos riendo.

Estos cinco estudiantes de Fuenlabrada aún no se creen lo que les está sucediendo, ni tampoco sus profesores. De pronto, cuentan, se han convertido en pequeñas celebridades locales, a las que todos en el pueblo quieren saludar. A su alrededor, la gente se pregunta qué llegarán a hacer estos estudiantes talentosos en el futuro y sus respuestas a veces están lejos de ser predecibles. Eduardo quiere ser herpetólogo, para estudiar reptiles, Iván sueña con ser músico y Asier, que ya está a las puertas de la universidad, se decanta por la filología. Gael sí quisiera seguir por el camino de la ingeniería, como ya ha hecho Daniel, que este curso acaba de entrar a la carrera de Aeroespacial, una idea que ni le pasaba por la cabeza antes de comenzar este proyecto.

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