Manolín, el ajedrecista más longevo del mundo, tiene casi 104 años, vive en Madrid y sigue dando jaque mate
Manuel Álvarez Escudero ha ganado a rivales mucho más jóvenes en un torneo oficial en la capital de España

Este hombre de récord aparece por la puerta del torneo sin cámaras de televisión, ni influencers, ni admiradores. Va a batir su marca otro año más, pero nadie repara en él en esta tarde soleada de fin del verano. Se baja del autobús de la línea 8, diminuto y encorvado, y entra empujando su andador en el polideportivo de Moratalaz. Deja a un lado a la chavalería en la pista de atletismo y accede al pabellón del torneo, donde 75 tableros de ajedrez esperan listos sobre mesas con manteles azules. Lo reciben los colegas con palmaditas y motes cariñosos: “Manolín”, “Manolillo” o “maestro”. Él es Manuel Álvarez Escudero, el ajedrecista federado y activo de mayor edad del mundo. El mes que viene, el 12 de octubre, este madrileño cumplirá 104 años.

Manuel compite todos los años en este torneo de la capital, el XXVIII Open Internacional de Ajedrez Moratalaz, una competición abierta a jugadores de todo el mundo y reconocida por la federación internacional, la FIDE por sus siglas en francés. Poco ha cambiado desde el año pasado. Ha tenido un nuevo bisnieto, el segundo, y está un poco más sordo. Por las mañanas juega a la pocha y por las tardes ve Pasapalabra. Lleva años dando entrevistas y se le reconoce también internacionalmente como el jugador más longevo, pero ese logro extraordinario no ha cambiado su vida ni ha dado una visibilidad mayor a esta competición que se disputa en su barrio.
Parece frágil y lento, pero las apariencias engañan.
―¿Cómo se encuentra?
―Me encuentro enseguida, ―dice sonriendo. ―Todavía soy joven. Pero el mes que viene ya soy viejo.
Lo primero que quiere saber es qué rival le ha asignado el ordenador. Se lo dice Luis Mansilla, el presidente del Club de Ajedrez de Moratalaz, que lleva colgando el cartel de Deputy Arbiter, uno de los árbitros asistentes. El contrincante será un madrileño de 38 años, Daniel Ortega Sutil, técnico audiovisual. En teoría es un adversario duro de roer, el número 35 de los 149 ajedrecistas del torneo, ordenados según el puntaje Elo acumulado de anteriores torneos reglados por la FIDE. Manuel es el número 91. Otro inconveniente es que Manuel jugará con negras, es decir que moverá primero Daniel. “Pues a ver qué hacemos”, responde Manuel, que avanza con su andador en busca de su mesa, la 28.
Camina por el parqué donde habitualmente se juega al baloncesto o al futbito. Casi nadie ha llegado. Faltan aún 50 minutos para el inicio. Se acerca a una mesa y sostiene una pequeña señal metálica donde figura el número de la mesa. Se lo acerca mucho a los ojos para distinguirlo. “Esta es la 12. Sigamos”.
Hoy es jueves y se juega la quinta de nueve rondas de este torneo que se celebró entre el lunes y el domingo de la semana pasada. Manuel ha competido en dos partidas, una victoria (contra un ajedrecista del año 1958) y una derrota (contra uno de 1986). No disputó dos rondas porque los jugadores en estos torneos de varias jornadas pueden solicitar permiso para ausentarse, como ha sido su caso debido a citas médicas.
Durante la espera, el Chief Arbiter (árbitro jefe), Eduardo López, le recuerda que el domingo 12 de octubre no puede faltar al torneo homenaje que le darán en el barrio de Valdebernardo por su 104 cumpleaños, y aprovecha el tiempo muerto para retarle a una pachanguita, que Manuel acepta encantado.
Juegan delante de varios curiosos, bromeando. “Este ya no canta más”, dice Manuel al comerse un caballo. Dejan pasar solo unos segundos entre cada movimiento. Las piezas caen como en una masacre.

―Este me lo como y luego pienso, dice Manolo.
―Y este otro, hasta luego Lucas, dice Eduardo.
El árbitro, de 66 años, ha puesto en apuros a Manuel, pero como el tiempo se ha echado encima lo dejan en tablas. El pabellón se ha llenado de ajedrecistas de todas las edades, algunos tan niños como 10 años.

A las 18.00, empieza lo serio. Se hace el silencio y el árbitro jefe recuerda que los móviles están prohibidos. “Muchísima suerte a todos. Pueden comenzar”.
Daniel, el rival de Manuel, ha llegado justo a tiempo. Viste camiseta negra, pantalón corto oscuro y deportivas. Apenas les da tiempo a saludarse y desearse suerte.
El joven acumula dos victorias y dos derrotas en este torneo. Daniel juega al ajedrez desde niño, pero solo se lo ha tomado en serio desde hace tres años. Es también miembro del club de Moratalaz así que conoce perfectamente las habilidades de Manuel y todo lo que se dice sobre él. Como saben todos, su cerebro sigue estando bien engrasado a pesar de los años. Al sentarse frente a él y darle la mano, piensa que tiene delante a “una bestia parda”. Quizás este hombre mayor ya no pueda ganar a los mejores, como antaño, pero sí a “alguien del montón”, como él.
Observa a Manuel frente a él con los brazos cruzados y apoyados sobre el mantel azul. Quieto, casi imperturbable, como si estuviera jugando al póquer.
Daniel se revuelve en la silla. Se seca las manos en los pantalones, se quita las gafas y se frota los ojos. Mueve pieza, pulsa el reloj y se levanta para dar un paseo y despejarse.

Han pasado dos horas y la partida transcurre igualada. Daniel confía en que el tiempo juegue a su favor. Cuanto más se prolongue el choque, más posibilidades hay de que Manuel cometa un error. Pero Manuel, que cuando está cansado mueve rápido ―“juega al toque”― hoy está pensando sus opciones. A veces pasan cinco minutos o más hasta que alguno se decide.
A las 20.30 ya casi no entra luz natural por los ventanales. Se han encendido los focos y solo queda una veintena de partidas en juego. Es tan tarde que hoy a Manuel no regresará a casa a tiempo de ver el Rosco. No se ha levantado ni una sola vez, pero nota el cansancio. A veces, tras mover una pieza masculla algo. Otras, levanta la vista, como buscando un refresco mental, y la devuelve rápido al tablero.
Una trampa
Al filo de las 21.00 han caído la mayoría de piezas importantes y la partida está tan igualada que parece encaminada a unas tablas cuando, de repente, Daniel atisba la oportunidad de ganar. Piensa que por fin el cansancio ha pasado factura al jugador veterano y ha cometido un error fatídico.

La jugada ha sido así: Manuel ha adelantado su rey negro, dejando vía libre a uno de los peones blancos de Daniel para “coronar”, es decir, para llegar a la octava y última fila y convertirse en reina, como el extraño caso del obrero que, tras una vida de sudor y lágrimas, se hace de oro.
Saboreando el triunfo, Daniel sustituye su peón por una reina. Este es un golpe duro para el ajedrecista más longevo del mundo, pero la verdad es que Manuel ni se ha inmutado. Lo que no sabe Daniel es que ha caído en una trampa. Cuando Manuel adelantó su rey negro, bloqueó con la ayuda de otros dos peones el camino del rey blanco. Ahora, le basta con mover su alfil negro y completar la red, dejando al rey blanco sin salida. Daniel, que se las prometía felices, da un respingo. Jaque mate.
El joven extiende la mano y le felicita: “Enhorabuena”. El ganador responde: “Muy bien”.
Manuel Álvarez Escudero se retira con su andador hasta la próxima ronda. No oye bien, no ve bien y camina con dificultad, pero delante de un tablero sigue siendo un peligro.
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