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Un pediatra, un cura y un biólogo: el origen del activismo LGTBI+ en Valencia con anuncios en farolas

Miguel Tomás, Gonzalo Carbonell y Enrique García fundaron hace casi 40 años Lambda, organización valenciana pionera: “Teníamos un punto en común: hacer frente a la intolerancia”

Fernando Miñana

En 1986, Miguel Tomás era un pediatra homosexual de 32 años con la inquietud por conseguir avances en los derechos del colectivo LGTBI+. Eso le impulsó a poner un anuncio en Qué y Dónde, una de las carteleras que se vendían en los quioscos de la Valencia de los ochenta. Aquel anuncio lo vieron Gonzalo Carbonell, un cura dominico de 35, y Enrique García, un biólogo de 34, y decidieron llamar. Poco después, ya juntos, unidos por un mismo fin, hicieron unos carteles con folios y una máquina de escribir que pegaron con celo por las farolas del paseo de la Alameda, una zona de cruising de la época.

Miguel, en realidad, se animó a intentar asociarse con otros homosexuales porque en Barcelona había visitado el Institut Lambda. “Estaba en un piso de l’Eixample y me pareció una idea fantástica que la gente se reuniera allí. Era el principio de la democracia y me quedé tan sorprendido que, cuando vine, le dije a mi pareja de poner el anuncio”.

Esta acción hay que ponerla en contexto: Franco había muerto 11 años antes y la Constitución se había aprobado hacía ocho. El sida se expandía por el mundo y muchos aprovechaban el virus para estigmatizar a los homosexuales.

“Era una época en la que si te acostabas con un tío y te ponías un condón, el otro se pensaba que tenías el sida y se te iba…”, recuerda Enrique. A Gonzalo le gusta rememorar que, cuando ya se había constituido Col.lectiu Lambda, diseñó una pegatina con un eslogan rotundo: “Ser gay es bueno. Conócenos". Y que estos adhesivos los pegaron por la plaza de la Reina. “Había leído un libro [Homosexualitat avui, del doctor Antoni Mirabet] en el que se hablaba del Institut Lambda de Barcelona y, por eso, cuando nos reunimos, ya sabía lo que era. Se me ocurrió hacer esa pegatina porque entonces existía la idea de que ser gay era malo, vicioso y todo lo demás”.

Los tres fundadores de Col.lectiu Lambda encontraron rápidamente a más personas interesadas en asociarse y reclamar los derechos que entonces no tenían. “Es importante señalar que hasta hacía poco [hasta el 26 de diciembre de 1978] ser gay era un delito, algo que, en realidad, no se derogó del todo hasta 1995”. Las primeras reuniones las hicieron en la librería Llavors, que les cedía un espacio; después iban al Covarrubias, y cuando ya sumaban cerca de 30 buscaban un restaurante económico y con espacio, y se reunían en unas cenas muy animadas, en las que todos compartían sus ideas.

“Entonces, existía una necesidad de reunirnos y de ser activistas en defensa del colectivo. Todos teníamos un punto en común: hacer frente a la intolerancia. Y así fue como floreció Lambda”, puntualiza Miguel Tomás. Los tres, treintañeros entonces, salieron del armario de aquella manera. Hicieron lo que pudieron. Miguel recuerda que él no lo dijo en el trabajo y que su verdadera liberación no llegó hasta que se casó, un año después de que Zapatero legalizara el matrimonio entre personas del mismo sexo, en 2005.

Enrique cuenta que él se movía en círculos de gente de izquierdas que no le juzgaban por ser homosexual. “Ahí nadie te llamaba maricón, aunque sí notabas cierta distancia con algunos. A mi madre recuerdo que se lo dije un día y me respondió que no quería saber nada”. En casa, Miguel también encontró silencio, tan incómodo como el rechazo.

Gonzalo Carbonell, el sacerdote, quiso salir del armario cuando entró en Lambda. “A mis padres no se lo dije nunca. Yo tenía 35 años y ya eran mayores. Nunca he sido de los que han ido contándolo. Mi referente fue la primera mujer coordinadora de Lambda, Luisa Notario. Ella me lo enseñó todo sobre el activismo. Realmente, yo he salido del armario cuando me he jubilado y me he convertido en el coordinador de Gent Gran en Lambda. En el convento, en su día, se enteraron, pero no dijeron nada. Allí había mucha hipocresía. Ya había tenido mis relaciones íntimas dentro de un doble muro. Luego, con 50 años, salí de la orden, pero, en la práctica, mucho antes, cuando empecé a trabajar con gente marginal. Por aquel entonces, ya había comprobado que [la homosexualidad] no era un pecado tan gordo. Me confesé con un compañero y la respuesta que me dio, bastante avanzada para su tiempo, fue que daba igual el objeto de mi deseo porque tenía que ser célibe. Luego se me aconsejó vivir una vida doble, algo bastante habitual en la época”.

El dominico venía de estar tres años en Alemania y uno en Roma. “Me fui dos meses antes de la muerte del dictador y cuando volvía de vacaciones, veía que lo que estaba pasando en Alemania también empezaba aquí. Comencé a ir a las discotecas. En España hubo una explosión de sexualidad tremenda desde la muerte Franco hasta 1986, que fue cuando empezamos. La gente decía: `Folla bien y no mires con quién’. Luego muchos pagamos las consecuencias. No hablo solo del sida, también de otras enfermedades, y por eso nos colgaron el sambenito a los homosexuales”, comenta.

Los fundadores de Lambda frecuentaban los primeros lugares de ambiente de Valencia, como la Balkiss —una discoteca, junto a las Torres de Quart, con un cuarto oscuro y donde se proyectaban películas pornográficas—, el Emperador o el Dakota, “un salón cowboy”. Durante el franquismo estaban abiertas y hacían redadas, pero otras son ya de la Transición o incluso de la democracia. “Los dueños eran fachas. En Emperador, como te morrearas con alguien, te tiraban a la calle, y entonces seguías en la calle…”, recuerda Enrique.

Desde aquel mayo del 86, cuando constituyeron Lambda, hasta ahora, los derechos de las personas LGTBI+ han avanzado mucho. Sin embargo, a los tres les preocupa el avance de la extrema derecha. “Ahora mismo, lo más preocupante es el peligro de involución”, advierte Enrique antes de despedirse y que los tres, como en los ochenta, se vayan a comer juntos.

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Sobre la firma

Fernando Miñana
Lleva en el periodismo desde 1993. Primero en 'Las Provincias' y escribiendo para los periódicos del Grupo Vocento, y ahora en EL PAÍS. También colabora con Valencia Plaza y la revista 'Corredor'. Viaja habitualmente a los campeonatos internacionales de atletismo.
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