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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ampliemos el futuro, no los aeropuertos: ni la Llotja ni Tabarca crecerán

Que quepan más turistas en nuestras calles no significa que en ellas quepa también la vida que queremos para nuestros pueblos y ciudades

En la imagen, la cala del ¡Lobo Marino, de Tabarca

El concepto de capacidad de carga tiene su origen en la ecología. Simplificando mucho, se refiere a la población máxima de una especie que puede soportar un ecosistema de forma indefinida en base a sus recursos, como agua, suelo o presas disponibles.

Esta noción aplica más allá de los límites globales y de los ecosistemas naturales. Las ciudades son también territorios con una determinada capacidad de carga humana, cultural, económica, y desde luego ambiental. No es un hecho que pueda discutirse. ¿Cabe la población de Tokio en Altea o la de Berlín en Alcossebre? ¿Podría alimentarse, beber, ducharse, desplazarse? Es entonces cuando debemos asumir la existencia de un límite absoluto (lo que es físicamente imposible), y considerar asimismo la posibilidad de marcar un límite deseable (un acuerdo social). Que quepan más turistas en nuestras calles no significa que en ellas quepa también la vida que queremos para nuestros pueblos y ciudades.

El turismo se ha desbocado a nivel mundial, y el territorio valenciano, como sucede con el cambio climático, representa una de las zonas que más acusan su impacto. La avalancha de turistas, desde islas como Tabarca a parques naturales o grandes ciudades, pone en jaque los servicios públicos, tensionándolos en algunos casos hasta la ruptura.

Nos merecemos un debate sereno y profundo al respecto. No puede ser que se acepte acríticamente el relato del turismo salvador de la economía, cuando además la evidencia desmiente este espejismo. Algunas de las comunidades autónomas más pobres y desiguales son también de las que más turistas reciben. ¿A quién le estamos llenando los bolsillos? A la clase trabajadora desde luego que no. Lo que estamos haciendo es dificultarle su día a día: que cueste más coger el metro o el autobús, que el café o el menú del día sea más caro, que ir a la playa sea un suplicio y el alquiler una quimera.

Asumamos que es ya hora de marcar un límite. Que no podemos seguir dejando que la carcoma de los pisos turísticos derrumbe barrios enteros. Que el transporte público no es capaz de absorber las hordas de nuevos usuarios ocasionales. Que nuestras calles tienen normas de convivencia y respeto, y quienes las desobedecen no suelen ser aquellos que de forma cobarde y falaz señala la derecha, sino turistas de piel blanca que vienen a nuestro país pensándose que esto es jauja y que tienen carta blanca.

¿De qué vale ampliar un aeropuerto si no somos capaces de ampliar el espacio para la vida de nuestras ciudades? La Llotja de València no se hará más grande, ni tampoco las calles de Ciutat Vella. Tabarca no crecerá por arte de magia, y la senda del Penyal d’Ifach tampoco se ensanchará para dar paso a dos hileras más de escaladores en chancletas.

Lo que sí sucederá, y es lo que estamos viendo, es que la ciudad expulsará a quienes le dan sentido. A sus habitantes, a su gente. Que se homogenizará, que perderá diversidad y vínculos, en otra analogía traída de la ecología y que apunta a una progresiva fragilización y atomización del tejido humano que conforma nuestra forma de vivir. Nos estamos empobreciendo no sólo en un plano económico, sino también en el cultural y el humano.

Puedo entender que millones de personas quieran venir a disfrutar de nuestros atractivos turísticos, que son múltiples y casi infinitos. Lo que no consigo comprender es cómo pensamos que seremos capaces de acogerlas sin cambiar nada, sin trazar ninguna estrategia que ponga nuestro bienestar en el centro, sin hacer nada más que blandir de forma ridícula una señal luminosa que diga: “¡Bienvenido, Mr. Marshall!”.

Dijo Carlos Mazón en la World Travel Market de Londres en 2023 que “En nombre de la Comunitat Valenciana me da vergüenza venir a Londres a decir a los turistas que nos molestan y que tienen que pagar por ello”. A quienes vivimos aquí lo que nos da auténtica vergüenza es tener a un presidente incapaz de defendernos, que antepone el negocio de unos pocos a la posibilidad de una vida digna para millones. Que desprecia un instrumento útil y legítimo como la tasa turística, presente en decenas de países y centenares de ciudades. Que no sabe ver más allá del servilismo laboral, la liquidación del territorio y el desprecio al medio natural.

Sería absurdo plantear un frenazo en seco al turismo, pero más ridículo aún es pensar en ampliar los aeropuertos en un presente que lo que nos exige es ampliar el futuro, no una pista de aterrizaje.

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