Vida negada
La ofensiva reaccionaria del Consell, comandado por Vox y por un muy leal Carlos Mazón, ataca de lleno esta diversidad, lingüística y biológica que ha trenzado la vida en nuestro territorio

Tuvieron que pasar unos cuantos centenares de millones de años para que apareciese vida en nuestro joven planeta tras su violenta formación. Sin embargo, en nada se parecía aquella vida a la que hoy nos rodea. No había latidos, ni sexo, ni siquiera muerte. Pasaron dos mil millones más de años hasta el afortunado tropiezo evolutivo que condujo a las células con núcleo, que son las que compartimos con una cebolla, un gato o un champiñón. A pesar de que tras este hallazgo ya podía hablarse de sexo, lo siguió el periodo que se conoce como “los mil millones de años aburridos”. En esta enormidad de tiempo la vida apenas inventó nada… hasta que de repente todo se aceleró, y en el cinematógafo de la evolución empezaron a aparecer formas inéditas. Patas, antenas, ojos, dientes, hojas, huevos, troncos, escamas, flores, placentas, plumas y finalmente, como una rama más del inabarcable árbol de la evolución, el dedo pulgar que nos hace humanos y con el que este momento pulso la barra espaciadora del teclado.
Toda vida que contemplamos hoy es fruto de la más maravillosa e improbable de las circunstancias: que un planeta como el nuestro esté situado a la distancia exacta del Sol. Que tenga agua, una atmósfera lo suficientemente densa y capaz de retener calor, y también una magnetosfera que nos proteja de los efluvios mortales de nuestra estrella. Son tantos los parámetros que cumple la Tierra que, frente a quienes consideran una inevitabilidad la presencia de vida -inteligente o no- en el universo, están también quienes propugnan la teoría de la Tierra Rara, subrayando la excepcionalidad cósmica de esta bola de roca y agua situada en el interior del Sistema Solar.
Sea como sea, e incluso aunque el Universo bulla de vida alienígena, toda vida terrestre es única. Cada poro animal, cada xilema vegetal, cada hongo y hasta la vida microscópica que tanto nos atemoriza pero tan desesperadamente necesitamos. Todo ello es único, irrepetible. Jamás volverán las especies que se extinguieron en el pasado, así como tampoco lo harán las que los humanos estamos llevando ahora hasta el precipicio, en nuestra carrera suicida por colonizar cada resquicio del planeta.
El territorio valenciano es uno de los que alberga más especies de toda Europa, más incluso que países enteros con los que compartimos continente. Fascinados por la espectacularidad de los paisajes nórdicos, los cuentos ambientados en bosques centroeuropeos y la frondosidad atlántica, desdeñamos nuestras marjales, matorrales, bosques o roquedos. Pasamos por alto jaras, quebrantahuesos, libélulas y lamprehuelas, olvidando también la diversidad lingüística que atesora cada especie, cuyo nombre local en valenciano, repleto de matices y de historia, varía a lo largo de nuestra geografía. No se puede conservar una especie sin nombrarla, y no se puede nombrar lo que ya no existe.
La ofensiva reaccionaria de todo el Consell, comandado por Vox y por un muy leal Carlos Mazón, ataca de lleno esta diversidad, lingüística y biológica, que ha trenzado la vida en nuestro territorio. Ajenos a unas comarcas que desconocen y desprecian, insisten en conceptualizar el valenciano como un estorbo y la naturaleza como un obstáculo para sus planes de desarrollo. En un ataque frontal a la vida que nos hace ser quien somos, abren la veda de nuevo al cemento frente al mar, a los parques naturales como parques de atracciones, a los centros comerciales que devoran tejido social y suelo vivo, al turismo sin freno que colapsa calles y ecosistemas enteros. Al olvido sistemático de nombres, imágenes e historia propia.
Todo lo que perdamos ahora, como todo lo que perdimos antes, no volverá, y este maravilloso tesoro, que nos ha tocado custodiar en el pedazo valenciano de la casualidad cósmica que es la vida en nuestro planeta, se empobrecerá irremediablemente.
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