Agosto, la nostalgia y la esperanza
Quienes todavía tenemos vidas de esas a las que sólo les falta un cartel de obra con la frase “en construcción” nos pasamos todos los meses de agosto pensando en cómo afrontaremos septiembre


“Sin lluvia, agosto está terminando, septiembre no comienza y yo soy tan ordinario…”. Así me siento —como en aquella escena de La Gran Belleza del cineasta italiano Paolo Sorrentino—, y nos sentimos unos cuantos, en ese claroscuro entre el verano y la vuelta a la rutina en el que, como se atrevía a aventurar don Antonio Gramsci, surgen los monstruos. Y es que, quienes todavía tenemos vidas de esas a las que sólo les falta un cartel de obra con la frase “en construcción” nos pasamos todos los meses de agosto pensando en cómo afrontaremos septiembre. Aunque a veces el tiempo parezca detenerse sabemos que, al final, ese sol abrasador nos transportará mecidos, nuevamente, hasta la rutina.
A fin de cuentas, nos pasamos medio verano pensando en quiénes nos acompañarán en el camino, con quiénes nos toca compartir piso y, a veces, incluso cama, y en ese máster o curso que tenemos por acabar. Y, también, cavilando de dónde sacaremos el dinero que nos permita tener una cierta estabilidad y poder hacer planes ya no a largo, sino, al menos, a medio plazo. Pensando en cómo conseguir esa maldita comodidad que nos permita ir al supermercado o a cenar sin miedo a que la cuenta nos hiera. O, al menos, que no nos hiera tanto como recordar que aquellos veranos inocentes pasando las tardes en la piscina con nuestros amigos y las noches con un bocadillo en el parque nunca van a volver.
En este remolino de mundanidad que se convierten los veranos en estas edades, me pregunto si, como el protagonista de La Gran Belleza —magistralmente interpretado por Toni Servillo—, finalmente, cuando seamos mayores, estos propósitos y estos sueños se quedarán en papel mojado. Igual, como aquellos viejos camaradas que tantos años lucharon por la revolución en la novela Los viejos amigos de Chirbes, dentro de unos años nos reuniremos de nuevo para hablar sobre aquello que pudo ser pero no fue. Entonces, si eso ocurre, nos bañaremos, una vez más, en el mar de la nostalgia, “la única distracción posible para quien no cree en el futuro”.
Ahora bien, no nos engañemos, hay un antídoto contra la nostalgia: el cóctel explosivo que forman la belleza y la esperanza. Si alguna cosa tiene este humilde plumilla para compartir con ustedes es que no tiene ninguna gana más de seguir haciendo lo que no le gusta. De seguir resignándose cuando algo se puede hacer mejor. De continuar ignorando al corazón cuando entona, cabizbajo, nuevas retiradas. La belleza está en una frase de tu abuelo que te acompaña siempre aunque ya no volverá, en una noche en la terraza con tus padres, en un paseo de confidencias con un buen amigo, en la mirada de esa persona que te gusta y en el sincero “qué mayor te has hecho” de una yaya del pueblo a la que llevas años sin ver.
Algunos parecen empecinados en que nos ahoguemos en la nostalgia y renunciemos a nuestro futuro, aceptando el infierno como el único y trágico desenlace posible. No sé bien cuántos de mis sueños acabarán siendo papel mojado y cuántos podrán hacerse realidad. Pero lo que sí sé es que, como decía Italo Calvino, de esta encrucijada saldremos si sabemos “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”. Quizás —y sólo quizás— se pueda salir del bucle volviendo a vivir en comunidad frente a quienes nos quieren aislados. Que, como cantan los Estopa, las penas con rumba son menos penas, morena
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