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Ultraderecha
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Piera y Torre Pacheco 

El incendio de un oratorio musulmán es un peldaño más en esa expresión de racismo e intolerancia

Manifestación en Piera contra el incendio intencionado de la mezquita.
Francesc Valls

Todo comenzó con la brutal paliza a Domingo, un vecino de 68 años de Torre Pacheco. El presunto agresor era un joven de aspecto magrebí. La sinécdoque no era brillante pero si fácil y la extrema derecha la extendió como la pólvora por las redes sociales: todos los magrebíes son delincuentes. Cuando se desató el pogromo por las calles de la localidad murciana, entre otras tropelías, fue agredido un joven de madre vasca y padre marroquí. La madre reconoció a los agresorescomo vecinos de la localidad.

Atribuir a “personas que no son de aquí” la violencia contra inmigrantes suele ser un triste recurso auto exculpatorio. Es cierto que un pogromo puede atraer a entusiastas de la dialéctica de los puños y las pistolas, pero en la mayoría de los casos sirve para apuntalar esa idea del nosotros que excluye cualquier intención perversa. Sin embargo, el mal habita en nosotros y está entre nosotros.

Torre Pacheco es un exponente. Pero ese no es un mal exclusivamente español, tal como algunos intentan argumentar para sentenciar que los catalanes no somos racistas. Ahí está Aliança Catalana o el propio partido de Abascal en Cataluña, que de hacerse ahora elecciones al Parlament obtendrían entre 12 y 14 diputados (Vox) y de 10 a 11 el partido de la islamófoba alcaldesa de Ripoll, según el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO). Por cierto, en el mismo día en que se hacía público el sondeo, Sílvia Orriols acusaba al Govern de “financiar el terrorismo islámico” por haber concedido 800.000 euros para los refugiados palestinos a través de una organización de la ONU. Hemos perdido la capacidad de asombro ante fake-news de este tamaño, que cuentan con avaladores de la talla intelectual y humana del actual presidente de Estados Unidos. La realidad no importa. Y lo cierto es que el número de gazatíes asesinados mientras hacían cola para recibir alimentos se aproxima al millar y el genocidio contra los palestinos cobra dimensiones gigantes: más de 58.000 víctimas del ejército israelí solo en aquella estrecha franja de territorio.

En casa todos somos, al parecer, buenos, pero jugamos con pólvora. El incendio de un oratorio musulmán en la localidad de Piera -en la madrugada del pasado día 12 de este mes- es un peldaño más en esa expresión de racismo e intolerancia. Esa localidad de la comarca del Anoia ya vivió el pasado 24 de mayo escenas violentas cuando un centro de menores tutelados fue atacado con piedras y líquido inflamable, igual que la mezquita. No hace falta ser un sagaz mosso d’esquadra ni un brillante investigador de la policía científica para atar cabos y ver que ambos ataques guardan también relación con la agresión de un joven del citado centro, que tuvo que ser hospitalizado el 18 de junio. El mal no se puede banalizar. De nada sirve hablar de tierra de acogida cuando los hechos lo desmienten tan a menudo.

En Creían que eran libres. Los alemanes 1933-1945, el periodista judeo-americano Milton Mayer explica su desplazamiento tras la Segunda Guerra Mundial a una pequeña localidad germana con el objetivo de estudiar qué hizo posible el ascenso del nazismo, entendido“como un movimiento de masas y no como la tiranía de unos cuantos seres diabólicos sobre millones de personas indefensas”. Para ello trabó amistad con una decena de alemanes de a pie, quienes como tantos otros millones -con la consiguiente ceguera voluntaria y abdicación moral- permitieron las políticas de Hitler, bien con su aplauso, con su silencio cómplice, perpetrados tras la coraza de la obediencia debida. Mayer, como Hanna Arendt, ilumina las derivas autoritarias y populistas del presente. A su luz podemos analizar la transversalidad de la xenofobia, que no se limita a esa violenta punta de lanza que es la extrema derecha. Su discurso se propaga entre derecha e izquierda democráticas.

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Sobre la firma

Francesc Valls
Periodista desde los setenta en 'Mundo Diario' y 'Diario de Barcelona', aterrizó en EL PAIS en 1983, después de licenciarse en Historia y Ciencias de la Información. Trabajó en las áreas de enseñanza, religión –en épocas de San Juan Pablo II– o Quadern hasta que recaló para larga estancia en política catalana. Desde 2016, observador externo.
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