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Riesgo y erotismo en el trapecio: las grandes aventuras de un catalán en un circo sudafricano

Piti Español recupera en el libro ‘La pista africana’ la emocionante memoria de sus años entre los voladores Star Lords y como payaso

 Piti Español, ex trapecista de circo en Suráfrica durante el Apartheid, fotografiado en el Bar Velódromo de Barcelona.
Jacinto Antón

Hay dos tipos de personas: las que nos iríamos con un circo y las que no. Piti Español pertenece al grupo de las primeras con la salvedad de que en su caso la formulación no es condicional: él se fue ya con un circo, a finales de los años setenta, y además para ser trapecista, la aristocracia de la carpa (hizo también de acróbata, de payaso, de jinete cosaco y de mozo para todo). Contó su aventura en un libro fascinante La pista africana, memòries i somnis d’un jove trapezista (1996), que ahora reedita La Campana. Es un libro que te deja un curioso sabor de boca porque Pere Jordi Piti Español (Barcelona, 70 años), no idealiza para nada sus aventuras en el mundo del circo, sino que ofrece el relato completo y realista de lo que es vivir en ese ambiente, con sus románticos momentos de camaradería, de gloria, de glamour y de elevación (sobre todo si eres trapecista) y de riesgo, pero también su dolor de articulaciones, su parte cutre, sus sevicias y humillaciones, los celos, la miseria, el alcoholismo, los malos tratos y demás aspectos lóbregos debajo de la rutilante carpa y detrás del brillo de las lentejuelas.

La pista africana es un libro sobre el circo, y un muy buen libro sobre el tema —lo elogian gente como Tortell Poltrona y Genís Matabosch—, pero asimismo una historia de iniciación, casi un Bildungsroman, con su carga existencial y con numerosos episodios eróticos (“si eres guapo y trapecista no puede ser que no folles”, le dice a Piti un camarada de trapecio). El autor no duda en ventilar sin pudor sus affaires sentimentales incluidos los que tiene con la mujer del payaso Basil, con una funámbula y con una caballista a la que le ayuda a seducir una caja de turrones de la pastelería Baixas enviada desde casa. Por otro lado, el autor explica detalles tan íntimos del circo como que los trapecistas de su grupo, los Star Lords, llevaban bragas elásticas de mujer debajo de las mallas —“aguantaban muy bien el paquete”—, que uno de ellos estaba convencido de que masturbarse le había ayudado a tener más estilo en el trapecio, que se orinaban en las manos para desinfectar las ampollas reventadas por la barra, o que los felinos peores en el circo no son los leones ni los tigres sino las panteras: el domador Monsieur Beautour tenía siempre a un mozo fuera de la jaula con un extintor para que rociara de espuma a las suyas, “verdaderas cabronas”, si se ponían tontas. En cuanto a los tigres, por cierto, para que resalten bien en la pista su jaula ha de ser de color azul y hay que iluminarlos con luz blanca o azul.

Los Star Lords, en todo su esplendor (Piti Español, el primero por la izquierda)

Piti Español, en la actualidad bien conocido como escritor y guionista, narra en su libro cómo llegó al circo, empezando por el Zirkus Holiday holandés, y los dos años, 1981 y 1982, que pasó en Sudáfrica trabajando en el Boswell Wilkie Circus y el Robero’s Circus (La pista africana ofrece una muy interesante visión desde dentro del país del apartheid). Explica que la decisión final de hacerse trapecista la tomó una tarde de primavera de 1978, cuando tenía 23 años, sentado en la taza del váter —lo que me recuerda la vez que entrevisté, por teléfono, a Ángel Cristo y el domador estaba en la misma situación—. Piti era licenciado en Historia Moderna, militante de Bandera Roja y actuaba en el espectáculo de La Claca Mori el Merma. Pero no estaba satisfecho, y decidió recuperar su viejo sueño del trapecio. “Ya me veía, con el pecho desnudo, las medias blancas, haciendo el triple salto mortal”. Sin embargo, escribe, “hacerse trapecista no es tan fácil”, y hay que ver las aventuras a las que le condujo su sueño.

“Si eres guapo y trapecista no puede ser que no folles”, le dice a Piti un compañero

“Todo lo que cuento es verdad”, dice Piti Español en el Bar Velódromo de Barcelona tomando un café. Hace un momento ha posado para el fotógrafo en la esplendorosa y tan teatral escalera del local, y ha parecido revivir aquellos tiempos de carpa y pista. “Yo mismo me asombro de cómo, de ser un chico burgués de Sant Gervasi, fui a parar de trapecista a un circo en Sudáfrica; ya estaba crecidito para comenzar, porque en el trapecio se empieza como tarde a los doce años”. Piti contaba sin embargo con el bagaje de su formación como gimnasta —en la escuela de un colega de Joaquín Blume, Elías Barenys—, “una buena genética” y las muchas ganas. Recuerda que era capaz de hacer el salto mortal saliendo de Can Tripas. Contactó en Londres, gracias a la ex trapecista y acróbata Diane Deriaz (1926-2013), la musa de los surrealistas y amante de Roland Penrose (el marido de Lee Miller y amigo de Miró), con los Star Lords, una troupe muy distinta a los Codona, los Valentino o los Fliying Caballero (o los ficticios Alfredo de El fabuloso mundo del circo), formada por un puñado de salvajes trapecistas sudafricanos gamberros, chulos y pendencieros. Los Star Lords aceptaron enseñarle el oficio mientras él realizaba, pluriempleado, las tareas más humildes del circo, incluida la de recoger los excrementos de los elefantes que invariablemente ponían perdida la pista al salir a actuar, quizá por miedo escénico.

 Los pasajes en que explica su debú (le presentaron como “Piti de Sevilla”) y sus primeros pinitos (de oro, por supuesto) en el trapecio son de lo mejor del libro. “Conseguí el sueño completo, sí”, dice mientras se ensimisma en un recuerdo de saltos, vuelos, pasajes de la muerte, y “¡hops!” (y probablemente también de viejos amores). Le encantaba saludar. Allá arriba se sentía como un ángel, aunque es difícil imaginar a un ángel vestido como iba él (el libro incluye fotos impagables).

Piti Español en una actuación con los Star Lords, en una foto cedida por el autor..

¿Qué era lo más duro de ser trapecista? “El vértigo siempre está, el miedo a caer, y luego el dolor de las manos, te sangran y no te puedes manchar, tienes que ser impoluto. El aprendizaje con los Star Lords era brutal, aprendías a base de gritos y humillaciones”. No tuvo ningún accidente grave, aunque cayó alguna vez del trapecio a la red, lo que no garantiza que salgas incólume. “Una vez se me precipitó encima otro trapecista, fue un golpe durísimo y me quedé medio inconsciente”.

Cuando se le pregunta qué ve cuando cierra los ojos y se proyecta en aquel tiempo bajo el gran chapiteau de la carpa, responde: “Me veo de nuevo en el pedestal, aguantándome con un brazo, levantando la barra y dejándome ir, cogiendo velocidad y saltando al vacío…, y entonces te coge el portador, clavas tus manos en las suyas y ahí estás, de nuevo seguro”. Tras la experiencia de trapecista, ¿es luego todo bajada en la vida? “No creas, cuando abandoné el circo atravesé África, un viaje de cuatro o cinco meses, subí al Kilimanjaro, encontré guerra en Uganda, crucé el desierto… Luego he vivido dos años en Nueva York, he sido profesor de acrobacia, he trabajado en teatro [es coautor con Joan Font del precioso espectáculo unipersonal del director de Comediants El venedor de fum, que sigue representándose con gran éxito], y me entusiasma dar mis cursos de guion”. Pero ¿anhela el circo?, ¿se plantea volver? “Estoy desconectado, absolutamente, pero barajo la idea de hacer una serie de televisión basada en el libro”.

Piti Español de payaso blanco.

Entre las cosas inolvidables del memoir de Piti Español, que además de trapecista fue un payaso blanco muy popular en Sudáfrica (aunque suene raro), están los retratos de personajes como Charlie, clown que había sido antes mercenario: la familia irlandesa McCormack, que viajaban en el mismo carromato con la amante del padre; la guapa equilibrista inglesa criada en KwaZulu Maryann, uno de sus grandes amores; el temperamental contorsionista venezolano gay Robin Medina, o el domador de leones Dave Freeman, cuyo número seguía siempre su mujer Carol desde fuera de la jaula con una linterna preparada por si se iba la luz, cosa que sucedía frecuentemente y que, como puede imaginarse, era un trance. Algunas de las grandes anécdotas tienen que ver con animales, como la del domador que solo podía aplacar a una de sus panteras tirándole un taburete en la cara cuando se lanzaba contra él, o la del día en que Freeman, animado por el exceso de alcohol de una juerga con Piti, le abrió la boca a su león principal, Chaka, y metió la cabeza entre las fauces de la fiera...

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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