La vital prensa clandestina sale a la luz
El Archivo Histórico de Barcelona muestra diarios y octavillas que fueron imprescindibles en la consolidación del movimiento antifranquista

Solían ser mujeres las que los llevaban escondidos en los cestos de la compra, que los trasladaban desde donde se imprimían en la clandestinidad a las sedes de los partidos políticos, como el PSUC. Eran ejemplares de cabeceras de prensa y propaganda clandestina antifranquista, de las que el Archivo Histórico de Barcelona (AHB) tiene una de las mayores colecciones de Cataluña. Una exposición con 70 de las mejores piezas son las que se exhiben ahora hasta enero de 2022, seleccionadas por el historiador Manel Risques.
La muestra, extraída de más de mil ejemplares de cabeceras y nueve mil hojas volantes, está formada por diarios, revistas, boletines y octavillas que provienen, en buena parte, de donaciones privadas y de organizaciones políticas y sociales. El 80% se editó en España y el resto, en el exilio. “Sin la prensa clandestina, no hubiera habido lucha antifranquista ni resistencia al régimen dictatorial. Las publicaciones fueron la columna vertebral de los movimientos de disidencia”, afirma Risques.
Donaciones anónimas en un buzón
Los grandes protagonistas son los documentos efímeros como las hojas volantes y octavillas, que se han conservado gracias a la donación anónima de particulares. “La gente dejaba las hojas volantes en el buzón de la Casa del Ardiaca, que hoy ocupa este archivo, o entre las páginas de los periódicos y libros que se podían consultar dentro; la muestra es un homenaje a ellos”, asegura Núria Bosom, directora del AHB.
A los elementos gráficos se suman cuatro testimonios orales de personas que participaron en la realización o distribución. Sus relatos se pueden escuchar mientras el visitante descubre los documentos ordenados cronológicamente y comprueba cómo aumenta la relevancia de la prensa clandestina, desde sus orígenes en la posguerra hasta la década de los setenta.
Entre las cabeceras destacan La Aurora o Treball, uno de cuyos directores, Joaquim Puig Pidemunt, fue fusilado en 1949 por “rebelión militar” durante su etapa de responsable, según reflejó la sentencia del consejo de guerra.
Precisamente, en contra de las sentencias se manifestaban muchas organizaciones antifranquistas, que citaban a la ciudadanía a sumarse a las protestas a través de los mensajes en las octavillas. Más allá de las condenas durante la dictadura, la disidencia continuó “reclamando la libertad de los presos políticos del régimen tras la muerte de Franco” en las manifestaciones que la Assemblea de Catalunya convocó en Barcelona el 1976 con el lema “Llibertat, Amnistia i Estatut d’Autonomia”.
Otro de los puntos álgidos de la prensa clandestina fue la huelga de los tranvías de 1951, considerada la primera gran acción colectiva contra el régimen. El detonante de la manifestación fue el aumento del precio de los billetes de transporte, pero en el trasfondo residía un profundo malestar por el nivel de vida en Barcelona tras la Guerra Civil.
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