Más que un año perdido para la infancia
Carencias emocionales, físicas y educativas en los primeros momentos de la vida pueden tener un impacto imborrable para los niños

Muchas personas se lamentan por la sensación de año perdido por la pandemia. Para los niños ese año puede ser decisivo en su desarrollo ya que se encuentran en un etapa clave de crecimiento y maduración. Las carencias físicas, emocionales y educativas en estos primeros momentos de la vida pueden tener un impacto imborrable. Para los niños en situación vulnerable, más que un año perdido puede ser un paso atrás. Muy atrás.
Si hacemos memoria, la primeras miradas de sospecha, que resultaron ser erróneas, cayeron sobre los más pequeños al considerarlos uno de los principales vectores de contagio. Recordamos las primeras imágenes de la desescalada, con parques llenos de perros y vacíos de niños. Los casales y las colonias de verano confirmaron que las criaturas son las que menos transmiten el virus. Para entonces habían perdido meses de juego, de tiempo libre, de disfrute, de actividad física y de relación, aspectos clave para su desarrollo integral.
El confinamiento ha significado un notable sufrimiento para muchos niños. Han vivido tensiones en casa, hogares que a menudo son más bien habitaciones en pisos compartidos, con una conciliación familiar y laboral complicada o inexistente, y en entornos familiares hostiles o violentos. Han experimentado la pérdida de seres queridos, principalmente abuelos y abuelas, sin poder vivir los procesos de duelo necesarios. Ese desgaste emocional no se ha abordado suficientemente por la falta de recursos familiares y sociales, intensificando problemas de salud mental.
En este tiempo, la mirada en la infancia ha estado bastante ausente y solo se ha recuperado con la reapertura de los colegios. Los adultos no les hemos escuchado ni hemos tenido en cuenta sus necesidades en una etapa que marcará una generación. Las pantallas han sido las protagonistas, llegando a la sobrexposición y acentuando situaciones como el ciberacoso. Claro que esa dependencia de las pantallas no la han vivido quienes sufren exclusión digital.
En Cataluña, más del 31% de los menores de 18 años vive en condiciones de pobreza. Y no es lo mismo seguir las clases virtuales en una casa con jardín que encerrados en un piso compartido con tres familias o recluidos en una habitación con cuatro personas más. Estos niños y niñas no han contado ni con herramientas digitales ni con apoyo familiar a la hora de seguir sus clases. Sus aprendizajes —en muchos casos ya hipotecados— se han visto limitados gravemente, provocando retrocesos que costará recuperar. Además, se han visto afectados por la limitación del acceso a necesidades básicas, como alimentación, ropa o material escolar debido al deterioro de los ingresos familiares. Durante este periodo, muchos centros de esplai y centros socioeducativos han realizado grandes esfuerzos para poder acompañarlos, ofreciéndoles apoyo emocional y académico.
La infancia es nuestro futuro, pero también nuestro presente. Los niños se merecen una escucha más cercana, medidas sociales y educativas que contemplen sus necesidades en el contexto actual de emergencia sanitaria, así como un acompañamiento cercano, que también esté al servicio de las familias en situación vulnerable. Escuelas, servicios sociales, entidades de ocio tenemos que recuperar el tiempo perdido generando experiencias positivas para que los más pequeños vivan como niños y así puedan crecer como personas.
Rafael Ruiz de Gauna es Director de Relaciones Institucionales de la Fundación Pere Tarrés.
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