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El Guaca, un narco canario citado en una canción pop, aguarda un nuevo juicio tras ser detenido 48 veces

José Manuel Rodríguez, de 67 años y dedicado al menudeo, suma 24 años de condenas. Ahora aguarda en prisión provisional su próximo juicio

Operación policial contra el histórico criminal canario El Guaca.
Guillermo Vega

Los vecinos de las empinadas calles del barrio de San José, en Las Palmas de Gran Canaria, no esconden su alivio desde mediados de octubre. El día 14, un operativo de agentes de Policía Nacional y Policía Local desarticuló un punto de venta de droga abierto las 24 horas y que había obligado a 155 intervenciones policiales en lo que iba de año. No se trataba de un centro de menudeo cualquiera. Su dueño y señor era José Manuel Rodríguez, El Guaca, de 67 años, calificado por la Policía como “objetivo de alto valor”. Porque El Guaca es un nombre propio destacado de la crónica policial canaria desde los años ochenta: personaje recurrente en los tribunales, las comisarías, las portadas y hasta en alguna que otra canción pop local, suma con esta 48 detenciones, que le han llevado a acumular 24 años de condenas que ha ido cumpliendo. “Es un histórico”, sentencian fuentes policiales que trabajaron en la investigación.

Tanto, que el día de la operación pareció suponer para el narco apenas otro día en la oficina. “Hasta se puso a bromear: ¿Por qué entran por la fuerza? Toquen y yo les abro”. Ahora, él y su mujer aguardan en prisión preventiva a que concluyan las diligencias de instrucción que presumiblemente conduzcan a su enésimo juicio por delitos contra la salud pública. La heroína constituyó un problema social en los ochenta y noventa en toda España. Sus efectos también se notaron con virulencia en Canarias, una comunidad acostumbrada a altas tasas de marginalidad. Los datos oficiales del Gobierno de Canarias recogen entre 1987 y 1994 un fuerte repunte de la tasa de admisiones a tratamiento por drogodependencias, lo que le llevó a convertirse en la segunda región de España en esta estadística (solo le superaba Ceuta).

Una ola de la que se aprovecharon personajes como el Guaca. Montado en moto, encarnó el poder de la miseria canaria. Controlaba buena parte de la distribución en San José y en otros barrios aledaños como Zárate o San Cristóbal. Las crónicas de la época cuentan cómo, en su apogeo, tuvo en nómina a su padre, a sus exnovias y amantes, guardaespaldas armados, y que, incluso, llegó a expandir sus intereses a las playas y centros comerciales del sur de la isla.

Poco a poco, su nombre se hizo conocido en la isla y comenzó a aparecer en los medios. “Dentro de poco se espera la llegada del Guaca”, cantaban Los Coquillos en La prisión provincial, un éxito local de 1991. Pero su éxito condujo a su caída. El Guaca nunca abandonó el menudeo y el trasiego de toxicómanos al que obligaba su negocio provocó las primeras revueltas vecinales y los primeros juicios en 1992. Sus últimas comparecencias ante el juez, poco antes de la explosión de la covid, se debieron a violencia machista.

Mientras pegaba a su novia y se saltaba órdenes de alejamiento, iba reconstruyendo el negocio desde la casa familiar en la calle Amparo. “Ha sido un caso especialmente complicado”, relata un inspector de policía que ha trabajado en el caso, en el que ha colaborado activamente la Policía Local de Las Palmas de Gran Canaria. “Hemos empleado muchas horas y técnicas de investigación y hemos tenido que comprobar las ventas por nuestros propios medios...”.

Agentes y vecinos relatan que desde tiempo atrás era habitual observar a personas con evidentes problemas de adicción que acudían con frecuencia al mismo punto del barrio. “Las denuncias vecinales fueron lo que nos puso sobre la pista”. La localización de la vivienda —una casa terrera de dos plantas y azotea— favorecía el tráfico. Los compradores tenían que avanzar cuesta arriba por los callejones. Desde una pequeña ventana con barrotes atendía las peticiones de los clientes y efectuaba transacciones rápidas antes de cerrar nuevamente.

“Él era el protagonista de las ventas”, explican las fuentes policiales. Compartía labores con su mujer, la otra persona detenida en la operación. “Tenemos constancia de que hace muchos años se asociaba con otras personas que se dedicaban igualmente a la venta y compartían negocio, pero ahora mismo él lo llevaba en solitario. Él y su mujer, básicamente”.

Registro

Durante el registro, la Policía encontró que la habitación situada tras esa ventana con barrotes estaba organizada para la venta continuada. Sobre una mesa se disponían varios recipientes con la droga ya preparada: 88 envoltorios de crack, casi 250 papelinas de heroína de distinto importe y diversas dosis de cocaína. En total, 1,3 kilos de heroína, 400 gramos de cocaína, más de 17.000 euros en efectivo, joyas y numerosas armas blancas. Y todo en perfecto estado de revista. “La habitación estaba absolutamente limpia, con todo milimétricamente colocado. Era de una meticulosidad extrema, incluso con el dinero: Tuvimos que contar más de 3.500 monedas de 1 y 2 euros, sin contar las de 20 céntimos, 1 céntimo y 5 céntimos. Una bolsa por cada denominación”, relatan. “Parecía un rasgo de personalidad más que la simple experiencia”.

Pasó enclaustrado en esta vivienda sus últimos meses en libertad, avisado por una red de aguadores —generalmente los propios toxicómanos que le compraban— que alertaban de cualquier presencia policial. “Vivía recluido en esa casa”, relatan fuentes policiales. “Paradójicamente, ya había vuelto a la cárcel antes de ser encerrado”.

Hasta que le detuvieron, a primera hora de la mañana, sin que se resistiera. “En todo momento fue pacífico, tranquilo, respetuoso... Yo creo que asumía ya las consecuencias de lo que estaba haciendo”, relata un inspector presente aquel día. “Estaba acostumbrado a la presencia policial, incluso durante la diligencia de entrada y registro, algo que suele poner muy nerviosos a los detenidos”.

Los vecinos ya notan su ausencia. Lo asegura una ama de casa, en plena cuesta cargada de bolsas de la compra. “Esto estaba lleno de drogadictos. Mi hija ahora puede salir sin miedo”. Pero no se termina de fiar: “Mi nombre no lo uses, mi niño. Que el Guaca tarde o temprano seguro que vuelve”.

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Sobre la firma

Guillermo Vega
Corresponsal en Canarias y miembro del equipo de edición del diario. Trabajó en la Cadena Ser, Cinco Días y fue jefe de EL PAÍS Retina y de la sección de Tecnología. Licenciado en Ciencias de la Información, diplomado en Traducción e Interpretación y Máster de Periodismo de EL PAÍS.
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